UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL


«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»

Benedicto XVI, 16 septiembre 2005


HISTORIA Y PASOS DE LA LECTIO DIVINA




INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO





viernes, 8 de mayo de 2015

LA HISTORIA CLÍNICA. ANÁLISIS MÉDICO-HISTÓRICO DEL PADECIMIENTO DEL HIJO DE DIOS: El estrés de Jesús por su pasión y ejecución

Sufrió mucho. Más de lo que creemos. Hablamos del estrés sufrido por el “Jesús hombre”, el Jesús de la historia. El suplicio y la muerte en la cruz del Galileo crucificado en tiempo de Herodes Antipas fue más prolongado del que se desprende de la lectura literal de la biblia. ¿Está mal la biblia? No, porque no es un libro de historia; su foco está puesto en los hechos y en el contenido religioso.
Pero hacer una “Historia Clínica” requiere de precisión cronológica. Veamos: de acuerdo con la tradición católica, la cena con los discípulos, que resultó ser la última, tuvo lugar el Jueves Santo y al día siguiente Jesús moriría en la cruz a manos de la autoridad romana. La cena según los apóstoles fue la cena pascual.
Ahora bien ¿qué hechos suceden entonces? Jesús instituye la eucaristía. Luego de la cena Jesús se va a orar al Monte de los Olivos o Getsemani. Es traicionado por uno de los suyos, Judas Iscariote, y arrestado por los romanos. Los soldados lo llevan frente a Anás, ex sumo sacerdote de la época de Herodes el grande y suegro de Caifas. Luego, ante la presencia de Caifás. Fue sometido a un juicio sumario en el Sanedrín, supremo tribunal compuesto por 71 miembros, donde se lo condena.
De ahí lo llevan frente al procurador Poncio Pilato, quien lo envía al otro extremo de la ciudad de Jerusalén para ser interrogado por Herodes Antipas. Éste lo envía nuevamente a Poncio Pilato. Luego vendrá el episodio del plebiscito de Barrabás, cuando el procurador decide que sea el “pueblo” el que elija quién sería ejecutado y quién no. Jesús queda así condenado. ¿Pudieron suceder todos estos hechos entre la noche del Jueves Santo y la crucifixión de las 9 de la mañana del viernes? Evidentemente no. ¿Cuál es la solución al problema? La respuesta está en el calendario de los católicos y en el de los judíos.
Resulta que sabemos por los rollos del Mar Muerto, papiros del siglo I A.C. encontrados en las cuevas de Qumran, al norte del Mar Muerto, en 1946, que en la época de Jesús existían dos calendarios: uno antiguo y uno moderno. En el moderno, las fiestas judías pueden coincidir con cualquier día de la semana, pero en el antiguo siempre coincidían con el día miércoles ya que así lo indicaba el libro del Génesis.
El calendario antiguo era el usado por los pobres. Jesús era pobre y a ellos se dirigía. Jesús usaba el calendario antiguo. En consecuencia, la pascua judía en época de Jesús fue un miércoles. El miércoles judío no comienza a las 0 hs. del día miércoles, sino el día anterior con la salida de la primera estrella. Es decir que si la última cena fue en la pascua y coincide con el día miércoles, la última cena fue en realidad el martes a la noche.
Entonces, ahora sí la cronología cierra.
Jesús fue arrestado por los romanos el martes a la noche y lo crucificaron a las 9 de la mañana del viernes. Por tanto, pasaron entre la cena y la crucifixión dos días y medio. Así sí todos los hechos descriptos pudieron históricamente suceder. Esto significa que el estrés de Jesús desde la última cena fue más prolongado del que hubiéramos pensado inicialmente. En tanto ello no solamente debió haber elevado la adrenalina en sangre sino también el cortisol, que es la hormona del estrés. Esta situación sensibilizó mucho el sufrimiento del futuro crucificado.
Luego vendría el suplicio, los latigazos y las espinas. El azote de los romanos era realizado con lo que entonces se conocía como f lagrum: se trata de un instrumento de tortura constituido por un mango con un numero variable de tiras de cuero que en general tenían en sus extremos bolas de plomo o huesos de algún animal. El daño de los azotes laceraba la piel, el tejido celular subcutáneo y la capa muscular del azotado.
La corona de espinas también genera un dolor intenso por la lesión de los filetes nerviosos del nervio trigémino y occipital. Los azotes y las espinas también producen importante hemorragia. A ésta altura el daño psicológico y emocional es evidente.
Llega entonces el momento de “la subida a la cruz”. Los romanos debieron primeramente extender los brazos de Jesús sobre el patibulum cuando todavía estaba en el suelo y luego lo clavaron al madero. Flexionaban la mano sobre el antebrazo y en el pliegue de la muñeca era atravesado con un seco golpe un clavo de 15 a 20 centímetros de longitud. La lesión del nervio mediano produce un dolor urente y desgarrante. Es decir, los clavos del crucificado pasaban por las muñecas y no por la palma de las manos. Un clavo que pase por las palmas de las manos de un crucificado no podría sostener un cuerpo.
Una vez que los romanos clava- ron los brazos de Jesús en el patíbulo, parte horizontal de la cruz, debieron subirlo a la estipe o palo vertical. Luego llegaría el momento de clavar sus pies. Aquí se utilizaba un solo clavo, que atravesaba ambos talones para fijarlos a la madera. El clavo serviría así de punto de apoyo, soportando el peso del cuerpo de Jesús.
Debemos imaginar el intenso dolor al momento de ser atravesado por el clavo y el suplicio consecuente. Las autoridades romanas querían que Jesús sufriera. No querían que muriese rápidamente, querían que el martirio de la crucifixión matase lentamente a Jesús. Lo lograron. Jesús no murió rápidamente. Expertos en crucifixión, los romanos clavaron los pies de Jesús tomando la precaución de que las piernas quedaran ligeramente flexionadas, tal cual puede verse en un crucifijo. Si las piernas hubiesen permanecido extendidas, o incluso si no se hubiesen clavado los pies en la pieza vertical de la cruz, la persona habría muerto rápidamente ya que, al estar con el cuerpo colgado sostenido solo por los brazos, no podría haber respirado, produciendo asfixia inmediata.
Jesús debía extender sus piernas, parándose sobre sus talones crucificados soportando el dolor para así poder respirar. Cuando los romanos querían que un crucificado muriese rápidamente no tenían más que quebrar sus piernas, así el cuerpo suspendido no podría haber resistido más allá de algunos minutos.
El estrés de los días de detención y el suplicio de los latigazos y la corona de espinas con el dolor y la hemorragia ya condicionaba una situación clínica crítica. El intenso dolor y la pérdida de sangre generaban una situación de shock cardiovascular. La piel se encuentra pálida, fría y sudorosa. La presión arterial es prácticamente imperceptible. Los riñones dejan de funcionar y se acumulan sustancias tóxicas en la sangre.
La frecuencia respiratoria normal es de 12 a 14 respiraciones por minuto. Jesús, a esta altura, debía respirar entre 30 y 40 veces por minuto en un intento por compensar la falta de aire. En su sangre faltaba el oxígeno vital y aumentaba el anhídrido carbónico y su toxicidad. La piel toma un color azul violáceo que se hace evidente en los labios y en los extremos de los fríos dedos. La entrada de aire a los pulmones se hace mínima. Se presentan arritmias cardíacas severas y sobreviene finalmente el paro cardiorespiratorio.
Así murió Jesús hace más de 2000 años a las 3 de la tarde de un viernes. Fue un antes y un después de Cristo.

Para los creyentes comenzaba una era de fe.
DANIEL LÓPEZ ROSSETI