(Radio Vaticano).- Es
necesario hacer de modo que si se poseen riquezas éstas sirvan al “bien
común”. Porque la abundancia que se vive de manera egoísta es “triste”, quita
“esperanza” y genera “todo tipo de corrupción”, grande o pequeña. Lo afirmó el Papa
Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada
en la capilla de la Casa de Santa Marta.
El camello
y el ojo de la aguja, es decir, cómo el “entusiasmo” por Cristo se
transforma en pocos instantes en “tristeza y cerrazón en sí mismo”. La escena
que el Santo Padre comentó en su homilía es una de las más famosas del
Evangelio. El joven rico que encuentra a Jesús, pide seguirlo y le asegura
que quiere vivir desde siempre los mandamientos, pero después cambia totalmente
su humor y actitud cuando el Maestro le dice que el último paso que
debe cumplir, eso que le falta es vender sus bienes, darlos a los pobres y
entonces seguirlo. De golpe, “la alegría y la esperanza” desaparecen en aquel
joven, porque él, no quiere renunciar a su riqueza:
“El apego a
las riquezas es el inicio de todo tipo de corrupción, por doquier: corrupción
personal, corrupción en los negocios, también la pequeña corrupción comercial,
la de aquellos que quitan 50 gramos al peso justo, corrupción política,
corrupción en la educación… ¿Por qué? Porque aquellos que viven apegados al
propio poder, a las propias riquezas, creen que están en el paraíso. Están
cerrados, no tienen horizonte, no tienen esperanza. Y al final, deberán dejar
todo”.
Ricos y
estériles
El Papa
observó que “hay un misterio en la posesión de las riquezas”. Porque “las
riquezas tienen la capacidad de seducir, de llevarnos a una seducción y de
hacernos creer que estamos en un paraíso terrenal”. En cambio – afirmó
Francisco – aquel paraíso terrenal es un lugar sin “horizonte”, semejante a
aquel barrio que el Papa Bergoglio recordó haber visto en la década de los años
setenta, en que vivía gente acomodada que había fortificado los límites para
defenderse de los ladrones:
“Y vivir
sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza, es una vita triste. El
apego a las riquezas nos da tristeza y nos hace estériles. Digo ‘apego’, no
digo ‘administrar bien las riquezas’, porque las riquezas son para el bien
común, para todos. Y si el Señor a una persona se las da es para que las
utilice para el bien de todos, no para sí mismo, no para que las encierre en su
corazón, que después con esto se vuelve corrupto y triste”.
Abrir la
mano y el horizonte
El Santo
Padre insistió en que las riquezas que carecen de generosidad, “nos hacen creer
que somos poderosos, como Dios. Y al final nos quitan lo mejor, la esperanza”.
Pero Jesús – recordó Francisco – en el Evangelio indica cuál es la justa
modalidad para vivir una abundancia de bienes:
“La primera
Bienaventuranza: ‘Bienaventurados los pobres de espíritu’, es decir, despojarse
de este apego y hacer que las riquezas que el Señor le ha dado a él sean para
el bien común. La única manera. Abrir la mano, abrir el corazón, abrir el
horizonte. Pero si tú tienes la mano cerrada, tienes el corazón cerrado como
aquel hombre que hacía banquetes y se vestía lujosamente, no tienes horizontes,
no ves a los demás que tienen necesidad y terminarás como aquel hombre: lejos
de Dios”.