LECTIO
DIVINA DEL EVANGELIO DEL DOMINGO 24 DE MAYO 2015: SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS.
La
"Lectio Divina"(Lectura Orante de la Palabra de Dios) es un método
para leer, meditar, rezar, actuar y encarnar la Palabra de Dios en la vida
diaria. El método consiste en 10 pasos progresivos muy fáciles de realizar y
que permiten a cada cristiano entender y realizar la Voluntad de Dios.
1°.
PREPARACIÓN:
Espíritu Santo, ilumina mi entendimiento, para que al
leer y meditar el Evangelio de hoy, sienta la presencia de Dios Padre que se
manifiesta a través de tu Palabra.
Abre mi corazón para darme cuenta del querer de Dios y
la manera de hacerlo realidad en mis acciones de cada día. Instrúyeme en tus
sendas para que, teniendo en cuenta tu Palabra, sea signo de tu presencia en el
mundo. Amén
2°. LECTURA DEL EVANGELIO:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana, los
discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos.
Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté
con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
A. COMENTARIO
INTRODUCTORIO
- Con la fiesta de Pentecostés llega a su término y a su culminación, la celebración de la cincuentena pascual.
- Después de haber celebrado a lo largo de estos 50 días la victoria de Jesús sobre la muerte, su manifestación a los discípulos y su exaltación a la derecha del Padre, hoy la Iglesia celebra la presencia del Espíritu de Dios, y la entrega por el Resucitado de su Espíritu a los suyos, para hacerlos participar de su misma vida y constituir con ellos el nuevo Pueblo de Dios.
- La lectura del evangelio de Juan nos da otra versión de Pentecostés, diferente de la que leemos en el libro de los Hechos.
- Para san Juan, el Espíritu, es un don que procede directamente de Cristo Resucitado: es su aliento, su soplo vital.
- Con el “don” del Espíritu de Jesús resucitado, podemos decir que Dios es definitivamente el “Emmanuel”, el Dios-con-nosotros. Y donde está el Espíritu, está también el Padre y el Hijo.
- Jesús “exhaló su aliento sobre ellos”. En este “exhalar” del resucitado sobre sus discípulos, contemplamos que son creados de nuevo.
- La imagen del Espíritu es viento, el soplo, el aire en movimiento, viene como un viento irresistible, que sopla donde quiere. Pero no es el simple viento de la tierra, sino el soplo que sale de las entrañas mismas del Resucitado, pues en El está presente el Espíritu Divino que lo ha resucitado de entre los muertos, y por eso puede comunicarlo a otros sin medida. “Se llenaron todos de Espíritu Santo”.
- El Espíritu pone en nosotros la vida de Jesús. Esta vida de Jesús en nosotros, en la Iglesia, en la humanidad, no es sólo un recuerdo que tenemos, como el recuerdo de un gran personaje para seguir sus ejemplos. Es mucho más, es la vida de Jesús que se ha metido dentro de nosotros y nos ha cambiado. Él transforma nuestro interior dándonos la posibilidad de decir: “Jesús es el Señor” y de invocar a Dios como “Abbá”, “papito”, poniendo en nuestros labios una oración que nuestro espíritu humano por simple voluntad no sería capaz de engendrar.
- El Espíritu Santo cambia nuestra vida de discípulos de Jesús, haciéndonos transformar el mundo, y dándonos fuerza para vivir en el amor mutuo, el gozo, la paz, la magnanimidad, la paciencia, la fidelidad.
- La unción del Espíritu nos hace ser como Él, nos hace participes de su misión. Se nos envía, como a Él, para “anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
B.
REFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO.
Queridos
hermanos y hermanas:
En este
día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que
Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha
desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué
sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que
llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de
los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El
evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están
reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el
estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla
fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que
se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y
lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no
sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón.
Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su
fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a
una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada
porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos
experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra
lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de
este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre
tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía,
misión.
1. La novedad
nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos
todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos,
planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto
nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero
hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza,
dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las
decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de
nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos
a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela,
aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza
total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán
abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al
poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos
y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No
es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del
aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios
trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la
verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere
nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”?
¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos
decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o
nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
2. Una
segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia,
porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción,
todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de
unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En
la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene
una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es
precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad,
la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando
somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando
somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes
humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el
contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la
diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad
en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los
Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción
del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los
cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me
trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos.
Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad
eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura - y no permanecemos
en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2 Jn v. 9).
Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo,
superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con
la Iglesia?
3. El
último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de
vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la
fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su
gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del
Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una
Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las
puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio,
para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es
el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil
años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de
nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio,
un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo
resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como
hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro
Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu
Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo
llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa
a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo.
Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en
nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.
Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
La liturgia
de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que
renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo,
cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle
este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia
invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de
tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén. (Homilía de Papa
Francisco, Domingo de Pentecostés,19 de mayo de 2013).
Secuencia
Ven,
Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven,
Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador
lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres.
Tú
eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro
llanto.
Penetra
con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.
Sin
tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.
Lava
nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.
Suaviza
nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros
desvíos.
Concede
a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados.
5°.
CONTEMPLACIÓN: Silencio ante la Palabra.
¿Rezo pidiendo el Espíritu
Santo?
¿Noto su obra silenciosa en la
historia y la vida de la Iglesia?
¿Siento que su fuerza me impulsa a
testimoniar y confesar a Dios?
¿Tengo experiencia del Espíritu como
don, como soplo vital que me hace nuevo/a?
8°.
COMPARTIR: Comparto la Palabra.
10. ACCIÓN
CONCRETA: Propósito del día.
Hoy pediré
a Jesús que envíe su Espíritu Santo para
que me transforme en un alegre, fiel y eficiente embajador de su amor.
SANTOS DE
HOY - PIDAMOS LA INTERCESIÓN DE TODOS ELLOS
-María
Auxiliadora o Nuestra
Señora Auxilio de los Cristianos, Roma, principios del siglo XIX.
-San
Manahem, doctor y profeta, Jerusalén, s. I.
-San
Vicente, mártir, Porto (Italia).
-Santa
Afra, mártir, Brescia (Italia), s. II.
-San
Donaciano y Rogaciano, mártires., Nantes (Francia), 288.
-Santos
Zoel, Servilio, Félix, Silvano y Diocles, mártires, Istria (Italia) 284.
-San
Melecio y doscientos cincuenta y dos soldados compañeros mártires y las mujeres
de algunos de estos soldados.
-Santas
Susana, Marciana y Paladia, mártires, Egipto, s. II.
-San
Robustiano, mártir, Milán.
-San
Vicente de Lerins, 450.
-Santos
Ester y Mardoqueo.
-San Simeón
Estilita, el joven, y Santa Marta, su madre, Antioquía, hacia 596.