(RV).- En su catequesis de la audiencia
general, celebrada el segundo miércoles de marzo en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco
continuó sus reflexiones sobre la familia, refiriéndose en esta ocasión, a la importancia que
tienen los abuelos en la familia y en la sociedad.
El Obispo de Roma se refirió a esta etapa especial de la
vida que, en cierto sentido, dijo, es novedosa también para la espiritualidad
cristiana, destacando que las personas mayores también tienen una misión que
cumplir y una gracia especial que llevar a cabo siguiendo al Señor en cada
circunstancia.
El Papa Bergoglio destacó que el Evangelio de Lucas nos
habla de los ancianos Simeón y Ana, siempre atentos en espera de la venida
del Mesías, que cuando lo reconocieron recibieron nuevas fuerzas
para bendecir a Dioscon un hermoso cántico de alabanza.
Y dijo que también los abuelos del tiempo actual están
llamados a formar un coro permanente en el gran santuario espiritual de nuestro
mundo, acompañando con su oración y testimonio a quienes luchan en la vida.
Tras destacar que la oración de los mayores representa un
gran don para la Iglesia, con la sabiduría de sus palabras, Francisco afirmó
que el corazón de los abuelos, libre de resentimientos pasados y de egoísmos
presentes, tiene un atractivo especial para los jóvenes, que esperan encontrar
en ellos un apoyo firme en su fe y sentido para su vida.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto completo de la catequesis del Papa
La familia: los abuelos
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy proseguimos la reflexión sobre los
abuelos, considerando el valor y la importancia de su rol en la familia. Lo
hago identificándome en estas personas, porque yo también pertenezco a este
grupo de edad.
Cuando estuve en Filipinas, los filipinos, los habitantes de
las Filipinas, el pueblo filipino me saludaba diciendo: “Lolo Kiko”, es decir,
“abuelo Francisco”, “Lolo Kiko” decían. Es importante subrayar una
primera cosa: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero ciertamente
el Señor no, ¿eh? El Señor no nos descarta jamás. Él nos llama a seguirlo en
cada edad de la vida y también la ancianidad contiene una gracia y una misión,
una verdadera vocación del Señor. La ancianidad es una vocación. No es el
momento todavía de “tirar los remos en la barca”. Este periodo de la vida es
diverso de los precedentes, no hay dudas: debemos también “inventárnoslo” un
poco, porque nuestras sociedades no están listas, espiritualmente y moralmente,
para darle a éste, en este momento, su pleno valor. Una vez, en efecto, no era
tan normal tener tiempo a disposición, hoy lo es mucho más. Y también la
espiritualidad cristiana ha sido tomada un poco de sorpresa, y se trata de
delinear una espiritualidad de las personas ancianas. ¡Pero gracias a Dios, no
faltan los testimonios de santos y santas!
Me ha impresionado mucho la “Jornada de los ancianos” que
hicimos aquí en la plaza de San Pedro el año pasado, la plaza estaba llena:
escuché historias de ancianos que se entregan por los otros. Y también
historias de parejas, de matrimonios, que vienen y dicen: “pero hoy cumplimos
50 años de matrimonio”, “hoy cumplimos 60 años de matrimonio”…yo digo, pero:
¡háganlo ver a los jóvenes que se cansan rápido! El testimonio de los ancianos
en la fidelidad. Y en esta plaza había tantos ese día. Es una reflexión para
continuar, en ámbito ya sea eclesial que civil. Es la imagen de Simeón y Ana,
de los cuales nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, compuesto por San
Lucas. Eran ciertamente ancianos, el “viejo” y la “profetisa” Ana, que tenía 84
años. No escondía la edad esta mujer. El Evangelio dice que esperaban la venida
de Dios, cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos años. Querían
precisamente verlo aquel día, captar los signos, intuir el comienzo. Quizás
estaban también ya un poco resignados a morir antes: pero aquella larga espera
continuaba a ocupar toda su vida, no tenían compromisos más importantes que
éste: esperar al Señor y rezar. Y bien, cuando María y José llegaron al templo
para cumplir las prescripciones de la Ley, Simeón y Ana dieron un salto,
animados por el Espíritu Santo (cfr. Lc 2, 27). El peso de la edad y de la
espera desapareció en un momento. Ellos reconocieron al Niño y descubrieron una
nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este Signo
de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo (cfr. Lc, 2, 29-32) –
fue un poeta en aquel momento - y Ana se transformó en la primera predicadora
de Jesús: “hablaba del Niño a cuantos esperaban la redención de Jerusalén” (Lc
2,38).
Continúa
Queridos abuelos, queridos ancianos, ¡pongámonos en la
estela de estos viejos extraordinarios! Volvámonos también nosotros un poco
‘poetas de la oración’: tomémosle el gusto a buscar palabras nuestras,
recobremos aquellas que nos enseña la Palabra de Dios. ¡Es un gran don para la
Iglesia, la oración de los abuelos y de los ancianos! La oración de los
ancianos y abuelos es un don para la Iglesia, ¡es una riqueza! Una gran
inyección de sabiduría también para la entera sociedad humana: sobre todo para
aquella que está demasiado ocupada, demasiado absorbida, demasiado distraída.
Alguien tiene que cantar, también para ellos; cantar los signos de Dios,
proclamar los signos de Dios, ¡rezar por ellos! Miremos a Benedicto XVI, quien
ha elegido pasar en la oración y en la escucha de Dios la última parte de su vida.
¡Esto es bello! Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa,
Olivier Clément, decía: “Una civilización en la que ya no se ora es una
civilización en la que la vejez carece de sentido. Y esto es aterrador, tenemos
necesidad de ancianos que oren porque la vejez se nos da para esto”. Tenemos
necesidad de ancianos que recen porque la vejez se nos da precisamente para
esto. Es una bella cosa la oración de los ancianos.
Nosotros podemos agradecer al Señor por los beneficios
recibidos, y llenar el vacío de ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por
las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y los
sacrificios de aquellas pasadas. Nosotros podemos recordar a los jóvenes
ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decirles a los jóvenes
temerosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los
jóvenes demasiado enamorados de sí mismos, que hay más alegría en dar que en
recibir. Los abuelos y abuelas forman el “coro” permanente de un gran santuario
espiritual, donde la oración de súplica y el cántico de alabanza sostienen la
comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.
La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón.
La alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento del corazón en el
resentimiento y el egoísmo. ¡Qué feo es el cinismo de un anciano que ha perdido
el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una
sabiduría de vida!
¡En cambio qué bello es el aliento que el anciano logra
transmitir al joven en busca del sentido de la fe y de la vida! Es
verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las
palabras de los abuelos tienen algo de especial para los jóvenes. Y ellos lo
saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación
sacerdotal, las llevo todavía conmigo, siempre en el breviario, y las leo a
menudo, y me hacen bien.
¡Cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del
descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los
ancianos! Y esto es lo que hoy le pido al Señor: ¡este abrazo!
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, Griselda
Mutual - RV)
Resumen de la catequesis del Papa Francisco
para los fieles de nuestro idioma:
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está centrada en la importancia que los
abuelos tienen en la familia y en la sociedad.
Ciertamente, se trata de una etapa especial de la vida y,
hasta cierto punto, novedosa, también para la espiritualidad cristiana. Pero el
Señor nos llama a seguirlo en todos los momentos y circunstancias. Las personas
mayores también tienen una misión que cumplir y una gracia especial para
llevarla a cabo.
El Evangelio de Lucas nos habla de los ancianos Simeón y
Ana, que estaban en el Templo de Jerusalén, siempre atentos en espera de la
venida del Mesías. Y, cuando lo reconocieron en el Niño Jesús, recibieron
nuevas fuerzas para bendecir a Dios con un hermoso cántico de alabanza y
anunciar la liberación a todo el pueblo.
Como ellos, los abuelos de hoy están llamados a formar un
coro permanente en el gran santuario espiritual de nuestro mundo, a sostener
con su oración e infundir ánimo con su testimonio a cuantos luchan en el campo
de la vida. La plegaria de los mayores es un gran don para la Iglesia; y sus
palabras, una inyección de sabiduría para la sociedad, muchas veces ocupada en
mil cosas y distraída de lo esencial.
El corazón de los abuelos, libre de resentimientos pasados y
de egoísmos presentes, tiene un atractivo especial para los jóvenes, que esperan
encontrar en ellos un apoyo firme en su fe y sentido para su vida.
Saludo a los peregrinos de lengua española venidos de
España, Puerto Rico, Argentina, México y otros países latinoamericanos.
Queridos hermanos, cuánto me gustaría que la Iglesia pudiera superar la cultura
del descarte, promoviendo el reencuentro gozoso y la acogida mutua de las
distintas generaciones. Recemos todos por esta intención. Gracias.