El Papa Francisco recibió a los participantes de la Plenaria de la Congregación para el
Clero. Después de su saludo y agradecimiento por la colaboración a la Iglesia por los
ministros ordenados y su acción pastoral, dirigió su discurso sobre tres temas:
vocación, formación y evangelización.
El Santo Padre reconoció
que “necesitamos sacerdotes, faltan las vocaciones. El Señor llama pero no es
suficiente. Y nosotros obispos, tenemos la tentación de tomar sin
discernimiento los jóvenes que se presentan. ¡Esto es un mal para la Iglesia!”
“Por favor, estudiar bien
el recorrido de una vocación. Examinar bien si aquél es del Señor, si aquel
hombre es sano, si aquel hombre es equilibrado, si aquel hombre es capaz de dar vida, de evangelizar, si aquel hombre es
capaz de formar una familia y
renunciar a esto para seguir a Jesús. Hoy tenemos tantos problemas, y en tantas
diócesis por este engaño de algunos obispos de tomar a quienes vienen –a veces
expulsados de los seminarios o de las casas religiosas– porque necesitan
sacerdotes. ¡Por favor! Pensar bien en el pueblo de Dios”.
En la Sala Clementina del
Vaticano, el Papa recordó el pasaje del evangelio de Mateo en el que Jesús
compara al Reino de los Cielos con un tesoro escondido en un campo y dijo que
le gusta comparar esa imagen a la vocación al ministerio ordenado, porque la vocación
“es verdaderamente un tesoro que Dios pone desde siempre en el corazón de
algunos hombres, elegidos por Él y llamados a seguirlo”.
Ese tesoro, prosiguió, no
es para “enriquecer” sólo a algunos. Quien es llamado al ministerio, dijo,
no es el “dueño” de su vocación, sino el administrador de un don que Dios le ha
confiado para el bien de todos los hombres, también de aquellos que se han
alejado de la práctica religiosa o no profesan la fe en Cristo.
“Al mismo tiempo, toda la
comunidad cristiana es custodio del tesoro de estas vocaciones, destinadas a su
servicio, y debe advertir siempre más la tarea de promoverlas, recibirlas y
acompañarlas con afecto”, porque “Dios no cesa de llamar algunos a seguirlo y
servirlo en el ministerio ordenado” pero “también nosotros debemos hacer
nuestra parte, a través de la formación, que es la respuesta del hombre, de la
Iglesia, al don de Dios, aquel don que le hace a través de las vocaciones”.
El Santo Padre explicó luego
la importancia de formarse bien y con cuidado: “la formación, por eso, no es un
acto unilateral, con el cual alguien transmite nociones teológicas o
espirituales. Jesús no dijo a cuantos llamaba: ‘ven, te explico’, ¡no! o
‘sígueme, te instruyo’, ¡no!; la formación ofrecida por Cristo a sus
discípulos ha sucedido en cambio, a través de un ‘ven y sígueme’, ‘haz come yo
hago’, y éste es el método que también hoy la Iglesia quiere adoptar para sus
ministros. La formación de la que hablamos es una experiencia discipular que
acerca a Cristo y permite de asemejarse siempre más a Él”.
El Papa resaltó asimismo
que “la formación, como discipulado, acompaña toda la vida del ministro
ordenado y abarca integralmente su persona, intelectualmente, humanamente y
espiritualmente. La formación inicial y aquella permanente son diferentes
porque necesitan modalidades y tiempos diferentes, pero son las dos mitades de
una misma realidad, la vida del discípulo clérigo, enamorado de su Señor y
constantemente en su seguimiento”.
Para los sacerdotes,
unidos en fraternidad sacramental, la primera forma de evangelización es el
testimonio de comunión entre ellos y con el Obispo: “de una comunión como esta
puede nacer un gran impulso misionero que libera a los ministros ordenados
de la cómoda tentación de estar más preocupados por el consenso de los demás y
el propio bienestar, que por la caridad pastoral para el anuncio del Evangelio
hasta las más remotas periferias”.
“En esta misión
evangelizadora, los presbíteros están llamados a acrecentar la conciencia
del ser pastores, enviados para estar en medio de su grey, para hacer presente
al Señor a través de la Eucaristía y para dispensar su misericordia”.
Se trata de ser
sacerdotes, no limitándose a “hacer” de sacerdotes, conscientes que sus vidas
evangelizan aún antes que sus obras. “¡Qué bello es ver sacerdotes alegres en
su vocación, con una serenidad de fondo, que los sostiene también en los
momentos de cansancio y de dolor! Y esto nunca sucede sin la oración, la del
corazón, aquel diálogo con el Señor, que es el corazón, por así decir, de la
vida sacerdotal”.
“Una vocación curada
mediante una permanente formación, en la comunión, se convierte en un potente
instrumento de evangelización, al servicio del pueblo de Dios. Que el Señor los
ilumine en sus reflexiones y los acompañe también mi bendición”.