(RV).- Este domingo 5 de julio, después de 13 horas de vuelo
y haber recorrido más de 10.000 kilómetros, el avión que lleva al Papa
Francisco aterrizó en Quito aproximadamente a las 15.00 hora local, dando
inicio así a su 9° Viaje Apostólico a Latinoamérica. A su llegada a la capital
ecuatoriana tuvo lugar la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto
internacional "Mariscal Sucre", donde el Pontífice fue recibido por
las autoridades de este país y pronunció su primer discurso.
El Santo Padre recordó con gratitud y alegría las «distintas
ocasiones en las cuales ha visitado Ecuador; así también hoy, dijo el Papa,
vengo como testigo de la misericordia de Dios y de la fe en Jesucristo. La
misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de este pueblo y dado tan
buenos frutos, entre los que destacan figuras preclaras como Santa Mariana de
Jesús, el santo hermano Miguel Febres, santa Narcisa de Jesús o la beata
Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace treinta años durante la
visita del Papa san Juan Pablo II».
También hoy, precisó el Obispo de Roma, «podemos encontrar
en el Evangelio las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales,
valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin
exclusiones, para que los logros en progreso y desarrollo que se están
consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial
atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables».
En este sentido, el Papa Francisco expresó su ilusión y
esperanza al inicio de su Peregrinación apostólica a América Latina. «En
Ecuador, puntualizó el Sucesor de Pedro, está el punto más cercano al espacio
exterior: es el Chimborazo, llamado por eso al lugar más cercano al sol, a la
luna y las estrellas. Por ello dijo Francisco, que en estos días todos puedan
sentir la cercanía de Cristo, la cercanía “del sol que nace de lo alto”, y que
seamos reflejo de su luz, de su amor».
Finalmente, el Pontífice invitó a todo el pueblo ecuatoriano
«a perder jamás la capacidad de dar gracias a Dios por lo que hizo y hace por
ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de cuidar de sus
niños y ancianos, de confiar en la juventud, y de maravillarse por la nobleza
de su gente y la belleza singular de su País».
(Renato Martinez – RV)
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades del Gobierno,
Hermanos en el Episcopado,
Señoras y señores, amigos todos
Doy gracias a Dios por haberme permitido volver a América
Latina y estar hoy aquí con ustedes, en esta hermosa tierra del Ecuador.
Siento alegría y gratitud al ver la calurosa bienvenida: es una muestra más del
carácter acogedor que tan bien define a las gentes de esta noble Nación.
Le agradezco, Señor Presidente, sus palabras, le agradezco
su consonancia con mi pensamiento me ha citado demasiado, gracias, a las que
correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión, que pueda
lograr lo que quiere para el bien de su pueblo. Saludo cordialmente a las
distinguidas Autoridades del Gobierno, a mis hermanos Obispos, a los fieles de
la Iglesia en el país y a todos aquellos que me abren hoy las puertas de su
corazón, de su hogar y de su Patria. A todos ustedes mi afecto y sincero
reconocimiento.
Visité Ecuador en distintas ocasiones por motivos
pastorales; así también hoy, vengo como testigo de la misericordia de Dios y de
la fe en Jesucristo. La misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de
este pueblo y dado tan buenos frutos, entre los que destacan figuras preclaras
como Santa Mariana de Jesús, el santo hermano Miguel Febres, santa Narcisa de
Jesús o la beata Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace
treinta años durante la visita del Papa san Juan Pablo II. Ellos vivieron la fe
con intensidad y entusiasmo, y practicando la misericordia contribuyeron, desde
distintos ámbitos, a mejorar la sociedad ecuatoriana de su tiempo.
En el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio
las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las
diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que
los logros y el progreso y todo este progreso en desarrollo que se están
consiguiendo y se consoliden y garanticen un futuro mejor para todos, poniendo
una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más
vulnerables, que son la deuda que todavía toda América Latina tiene. Para esto,
Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración de
la Iglesia, para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con
dignidad.
Amigos todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que
tenemos por delante. En Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior:
es el Chimborazo, llamado por eso al lugar “más cercano al sol”, a la luna y
las estrellas. Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol,
y a la luna con la iglesia, y la luna no tiene luz propia y si la luna se
esconde del sol vuelve oscura. El sol es Jesucristo y si la iglesia se aparta o
se esconde de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que estos días se
nos haga más evidente a todos la cercanía «del sol que nace de lo alto»,
y que seamos reflejo de su luz, de su amor.
Desde aquí quiero abrazar al Ecuador entero. Que desde la
cima del Chimborazo, hasta las costas del Pacífico; desde la selva amazónica,
hasta las Islas Galápagos, nunca pierdan la capacidad de dar gracias a Dios por
lo que hizo y hace por ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo
sencillo, de cuidar de sus niños y de sus ancianos que son la memoria de su
pueblo, de confiar en la juventud, y de maravillarse por la nobleza de su gente
y la belleza singular de su País, que según el señor presidente es el
paraíso.
Que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de
María, a quienes Ecuador ha sido Consagrado, derramen sobre ustedes su gracia y
bendición. Muchas gracias.