(RV).-
El Papa celebró esta mañana a las 10,30 su tradicional audiencia general, en la
Plaza de San Pedro, ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos
procedentes de numerosos países, deseosos de escuchar su catequesis y de
recibir su bendición apostólica.
En su catequesis el
Pontífice se refirió a la Iglesia en su calidad de realidad visible y
espiritual, tras haber hablado de su naturaleza espiritual como Cuerpo de
Cristo edificado por el Espíritu Santo.
Francisco destacó que lo
visible y lo invisible de la Iglesia no se oponen, sino que se integran en la
única Iglesia; lo que es un reflejo del misterio de la persona de Cristo, en la
que su naturaleza divina es inseparable de su naturaleza humana, que se pone
enteramente al servicio del plan divino de llevar a todos la redención y la
salvación.
De ahí que también la Iglesia –
dijo el Santo Padre – a través de su realidad visible, como los sacramentos, el
testimonio y el anuncio, está llamada a hacerse cercana a cada persona,
comenzando por los más pobres, los que sufren o los marginados, para que todos
sientan la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús.
Y concluyó invitando a pedir,
por intercesión de la Virgen María, que comprendamos cómo, a pesar de nuestras
debilidades, el Señor nos ha hecho instrumentos de su gracia y signo visible de
su amor para toda la humanidad.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la catequesis del Papa
La Iglesia: realidad visible y espiritual
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En las catequesis precedentes hemos tenido la oportunidad de
evidenciar cómo la Iglesia tiene una naturaleza espiritual: es el cuerpo de
Cristo, edificado en el Espíritu Santo. Pero cuando nos referimos a la Iglesia,
inmediatamente el pensamiento va a nuestras comunidades, a nuestras parroquias,
a nuestras diócesis, a las estructuras en las cuales habitualmente nos reunimos
y, obviamente, también a los componentes y a las figuras más institucionales
que la rigen, que la gobiernan. Esta es la realidad visible de la Iglesia.
Entonces debemos preguntarnos: ¿se trata de dos cosas diversas o de la
única Iglesia? Y, si es siempre la única Iglesia, ¿cómo podemos entender la
relación entre su realidad visible y aquella espiritual?
1. En primer lugar, cuando hablamos de la realidad
visible – hemos dicho que son dos, ¿no? La realidad visible de la Iglesia, la
que se ve, y la realidad espiritual. Cuando hablamos de la realidad visible
de la Iglesia, no debemos pensar solamente al Papa, a los Obispos, a los
sacerdotes, a las religiosas y a todas las personas consagradas. La realidad
visible de la Iglesia está constituida por los tantos hermanos y hermanas
bautizados que en el mundo creen, esperan y aman. Pero tantas veces escuchamos
decir: “pero la Iglesia no hace esto, la Iglesia no hace alguna otra cosa...”
Pero dime: ¿quién es la Iglesia? “Son los sacerdotes, los Obispos, el
Papa”. ¡La Iglesia somos todos, todos, todos nosotros! ¡Todos los bautizados
somos la Iglesia, la Iglesia de Jesús! Todos aquellos que siguen al Señor
Jesús y que, en su nombre, se hacen cercanos a los últimos y a los sufrientes,
tratando de ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz. ¡Todos, todos los
que hacen lo que el Señor nos ha mandado, todos los que hacen eso son la
Iglesia!
Comprendemos entonces que también la realidad visible de la
Iglesia no es mensurable, no es conocible en toda su plenitud: ¿cómo se
hace para conocer todo el bien que se hace? Tantas obras de amor, tanta
fidelidad en las familias, tanto trabajo para educar a los hijos, para llevarlos
adelante, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en los enfermos que ofrecen
su sufrimiento al Señor. ¡Esto no se puede medir! ¡Es tan grande, tan grande!
¿Cómo se hace para conocer todas las maravillas que, a través de nosotros,
Cristo logra obrar en el corazón y en la vida de cada persona? Miren: también
la realidad visible de la Iglesia va más allá de nuestro control, va más allá
de nuestras fuerzas, y es una realidad misteriosa, porque viene de Dios.
2. Para comprender la relación en la Iglesia,
la relación entre su realidad visible y aquella espiritual, no hay otro
camino que mirar a Cristo, del cual la Iglesia constituye el cuerpo y del cual
ella es generada, en un acto de infinito amor. También en Cristo, en efecto, en
virtud del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana y una
naturaleza divina, unidas en la misma persona en modo admirable e indisoluble.
Esto vale en modo análogo también para la Iglesia. Y como en Cristo la
naturaleza humana secunda plenamente aquella divina y se pone a su servicio, en
función del cumplimiento de la salvación, así sucede en la Iglesia, por su
realidad visible, con respecto a aquella espiritual. Por lo tanto, también la
Iglesia es un misterio en el cual lo que no se ve es más importante de lo que
se ve y puede ser reconocido sólo con los ojos de la fe (cfr Cost. Dogm. sobre
la Iglesia Lumen Gentium, 8).
3.
En el caso de la Iglesia, sin embargo, debemos preguntarnos: ¿cómo puede
la realidad visible ponerse al servicio de aquella espiritual? Una vez más,
podemos comprenderlo mirando a Cristo: Cristo es el modelo, es el modelo de la
Iglesia porque la Iglesia es su Cuerpo. Es el modelo de todos los cristianos,
de todos nosotros. Cuando se mira a Cristo no nos equivocamos. En el Evangelio
de Lucas se cuenta cómo Jesús, de vuelta en Nazaret, - hemos oído esto -
donde había crecido, entró en la sinagoga y leyó, refiriéndose a sí mismo, el
pasaje del profeta Isaías, donde está escrito: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me
ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para
poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracias del Señor”
(4,18-19). He aquí cómo Cristo se sirvió de su humanidad - porque también
era hombre -, para anunciar y realizar el diseño divino de redención y de
salvación - porque era Dios -, así debe ser también la Iglesia. A través de su
realidad visible, de todo lo que se ve, los sacramentos y el testimonio de
todos nosotros cristianos, la Iglesia es llamada cada día a hacerse cercana a
cada hombre, comenzando por quien es pobre, por quien sufre y por quien es
marginado, de modo de continuar a hacer sentir sobre todos la mirada compasiva
y misericordiosa de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, a menudo como Iglesia
experimentamos nuestra fragilidad y nuestros límites. Todos lo somos, todos los
tenemos. Todos somos pecadores, ¿todos eh? Ninguno de nosotros puede decir: “yo
no soy pecador”. Pero si alguno siente que no es pecador, que levante la mano,
¿veamos cuántos? No se puede. Todos lo somos. Y esta fragilidad, estos límites,
éstos nuestros pecados, es justo que procuren en nosotros un profundo pesar,
sobre todo cuando nos damos mal ejemplo y nos damos cuenta de convertirnos en
motivo de escándalo. Pero cuántas veces hemos oído, en el barrio: “aquella
persona, está siempre en la Iglesia, pero habla mal de todos, saca el cuero a
todos”. Pero qué mal ejemplo, ¿eh? Hablar mal del otro. Esto no es cristiano, es
un mal ejemplo: es un pecado. Y así nosotros damos un mal ejemplo: “Eh,
digamos, si éste o ésta es cristiano yo me hago ateo”. Porque nuestro
testimonio es lo que hace comprender lo que es ser cristiano. Pidamos no ser
motivo de escándalo. Pedimos entonces el don de la fe, para que podamos
comprender cómo, no obstante nuestra pequeñez y nuestra pobreza, el Señor nos
ha hecho realmente instrumento de gracia y signo visible de su amor por toda la
humanidad. Podemos convertirnos en un motivo de escándalo, sí. Pero también
podemos convertirnos en motivo de testimonio, ser testigos que con nuestra vida
decimos: así quiere Jesús que nosotros hagamos. Gracias.
(Traducción del italiano: María
Cecilia Mutual, Griselda Mutual - RV)