Ante la plaza de San Pedro, el Papa hizo un llamado para “ser cada día artífices de reconciliación e instrumentos de paz”. Porque, “cuando olvidamos la verdadera agua vamos a buscar pozos que no tienen aguas limpias”, advirtió. “La Cuaresma es la buena ocasión para ver el rostro del Señor en el de un hermano o de una hermana que sufre”. Un fuerte llamado a no dejarse contaminar por los prejuicios (los herejes y los cismáticos fueron los primeros en seguir el Evangelio) y al final una sorpresa por la fiesta de los papás (en Italia): “Saludemos a todos los papás con un gran aplauso”.
En la época de Jesús, puntualizó Francisco, la “Samaria, entre Judea y Galilea, estaba habitada por gente que los judíos despreciaban, considerándola cismática y hereje, pero justamente esta población sería una de las primeras en sumarse a la predicación cristiana de los Apóstoles”. Durante el Ángelus del tercer domingo de Cuaresma (“tiempo para acercarnos a Jesús y encontrarlo en la oración en un diálogo de corazón a corazón”), Francisco introdujo la oración mariana, recitada con los fieles reunidos en la Plaza San Pedro, reflexionando sobre el Evangelio del día que “nos presenta el dialogo de Jesús con la Samaritana”. El encuentro, subrayó el Papa, “se da mientras Jesús atraviesa la Samaria”. Y mientras los discípulos van a la aldea a buscar qué comer, “Jesús se queda ante un pozo y le pide de beber a una mujer, que había ido allí para sacar agua, y de esa petición comienza un diálogo”. Entonces, “el agua que da la vida eterna fue inmunidad en nuestros corazones el día de nuestro Bautismo, entonces Dios nos transformó y nos llenó de Su Gracia, pero puede darse que este gran don lo hayamos olvidado o reducido a un mero dato anagráfico; y tal vez vamos en busca de pozos cuyas aguas no quitan la sed”. De las Lecturas que propone la liturgia dominical, Francisco observó: “¿cómo es posible que un judío se digne a pedirle algo a una samaritana? Jesús responde: ‘Si tú supieras quien soy yo, y el don que tengo para ti, serías tú la que pediría y yo te daría agua viva, un agua que sacia cualquier sed y se convierte en fuente inagotable en el corazón de quien la bebe’”.
Claro, “ir al pozo y sacar agua es fatigoso y aburrido; sería bello tener a disposición una fuente borboteante, pero Jesús habla de un agua diversa”. Cuando la mujer se da cuenta, recordó Francisco, “de que el hombre con el que está hablando es un profeta, ‘le confía la propia vida y le plantea cuestiones religiosas’. Y explicó que “su sed de afecto y de vida plena no ha sido apagada por los cinco maridos que tuvo, es más, ha experimentado desilusiones y engaños por eso la mujer permanece golpeada por el gran respeto que Jesús tiene por ella y cuando él le habla, además de la verdadera fe, como relación con Dios padre en espíritu y en verdad, entonces intuye que aquel hombre podría ser el Mesías. Y Jesús, cosa rarísima lo confirma; ‘soy yo que hablo contigo’”. Entonces, advirtió el Papa, “¡este Evangelio es justamente para nosotros! Jesús nos habla como a la Samaritana: nosotros ya lo conocemos, pero tal vez todavía no lo hemos encontrado personalmente, y no lo hemos reconocido todavía como nuestro Salvador”. De esta manera, “podemos renovar en nosotros la gracia del Bautismo, quitarnos la sed en la fuente de la Palabra de Dios y de su Santo Espíritu”. De esta manera, recordó, también podemos “descubrir la gloria de convertimos en artífices de reconciliación e instrumentos de paz en la vida cotidiana”. Después de haber invocado justamente un don del Espíritu (‘Descubrir la alegría de convertirnos en artífices de reconciliación e instrumentos de paz en la vida cotidiana’), Francisco se dirigió a la Virgen María para que “nos ayude a acudir constantemente a la gracia que surge de la roca que es Cristo Salvador, para que podamos profesar con convicción nuestra fe, y anunciar con alegría las maravillas del amor de Dios, misericordioso y fuente de todo bien”.
Después del Ángelus, el Papa aseguró su cercanía a la “querida población del Perú, duramente golpeada por devastadores aluviones”. Rezó “por las víctimas y por todos los que se han comprometido en el socorro”. Y también recordó que el sábado, en Bolzano (Italia), fue proclamado beato Josef Mayr-Nusser, “padre de familia y miembro de Acción Católica, que murió mártir porque se negó a sumarse al nazismo por fidelidad al Evangelio”. Por su gran levadura moral y espiritual, él constituye un modelo para los fieles laicos, especialmente para los papás, a quienes hoy recordamos con afecto, aunque la fiesta litúrgica de san José, su patrón, este año se celebrará el lunes”. Después el Pontífice dirigió un “cordial saludo a todos ustedes, peregrinos de Roma, de Italia y de diferentes países”. Saludó a las comunidades “neocatecumenales que vienen de Angola y de Lituania; así como a los responsables de la Comunità di Sant’Egidio de África y América Latina. Saludó a los fieles italianos de VIterbo, Bolgare, San Benedetto Po, y a los estudiantes de Torchiarolo”. Y se despidió deseándole a todos, como acostumbra, buen domingo y buen provecho, y pidiendo oraciones por él.
UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL
«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»
Benedicto XVI, 16 septiembre 2005