Basándose en la parábola del administrador deshonesto Francisco habló del “espíritu del mundo” y de la “mundanidad”, y de cuán peligrosa es esta “mundanidad”. Mientras Jesús “rezaba al Padre para que sus discípulos no cayeran en la mundanidad”.
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Cuando pensamos en nuestros enemigos, verdaderamente pensemos primero en el demonio, porque es precisamente lo que nos hace mal. El clima, el estilo de vida le gusta tanto al demonio y esta mundanidad: vivir según los valores – entre comillas – del mundo. Y este administrador es un ejemplo de mundanidad. Alguno de ustedes podrá decir: “¡Pero este hombre ha hecho lo que hacen todos!”. ¡Pero no todos! Algunos administradores, administradores de empresas, administradores públicos; algunos administradores del gobierno... Quizá no sean tantos. Pero es un poco esa actitud del camino más breve, más cómodo para ganarse la vida.El Pontífice afirmó que el patrón alaba al administrador deshonesto por su astucia:
¡Eh sí, ésta es una alabanza al soborno! Y el hábito del soborno es un hábito mundano y fuertemente pecador. Es un hábito que no viene de Dios: ¡Dios nos ha pedido que llevemos el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrar, lo llevaba, ¿pero cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, tal vez educados en colegios costosos, tal vez crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su papá como comida suciedad, porque su papá, llevando el pan sucio a la casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza tal vez con una pequeña coima, ¡pero es como la droga, eh!
Por tanto – afirmó el Santo Padre – el hábito del soborno se vuelve una dependencia. Pero si hay una “astucia mundana”, dijo, también hay una “astucia cristiana”, que es la de hacer las cosas no con el espíritu del mundo, sino honestamente. Y esto nos lo dice Jesús cuando nos invita a ser astutos como las serpientes y sencillos como las palomas: poner juntas estas dos dimensiones – subrayó – “es una gracia del Espíritu Santo”, un don que debemos pedir. Y concluyó con una oración:
Quizás hoy nos hará bien a todos nosotros rezar por tantos niños y muchachos que reciben de sus padres pan sucio: ¡también éstos están hambrientos, están hambrientos de dignidad! Rezar para que el Señor cambie el corazón de estos devotos del soborno y se den cuenta de que la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día y no de estos caminos más fáciles que al final te quitan todo. Y después, concluiría como aquel otro del Evangelio que tenía tantos graneros, tantos silos repletos y no sabía qué hacer de ellos: “Esta noche deberás morir”, le dijo el Señor. Esta pobre gente que ha perdido la dignidad en el hábito de los sobornos ¡sólo lleva consigo, no el dinero que ha ganado, sino la falta de dignidad! ¡Recemos por ellos!
(María Fernanda Bernasconi – RV).