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Deteniéndose, este miércoles en el «morir en Cristo», el Santo Padre se refirió – de manera más amplia en su catequesis central en italiano - a la desesperanza de algunas formas equivocadas de concebir la muerte, que siempre nos interroga de forma profunda. En especial, cuando nos afecta de cerca o cuando golpea a los pequeños e indefensos y nos resulta ‘escandalosa’: «A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas».
Ante esta falsa solución, afirmó el Papa Bergoglio se rebela el corazón del hombre, su anhelo de infinito, su nostalgia de lo eterno. Sed de vida a la que sólo la resurrección de Jesús nos da la verdadera respuesta, iluminando el misterio de la muerte. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Jesús, con su misericordia y caridad en especial hacia los más necesitados, podremos afrontar con esperanza y serenidad el pasaje de la muerte:
«Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al Señor.
En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él mismo se identificó en los más débiles y necesitados».
(CdM - RV)
Antes del inicio de la audiencia general, el Papa encontró en el aula Pablo VI a un grupo de 50 niñas que padecen el síndrome de Rett, acompañadas por sus familiares. El síndrome de Rett es una patología progresiva del desarrollo neurológico que afecta casi exclusivamente a niñas. Francisco ha saludado y acariciado con afecto a estas pequeñas, una por una. El breve pero intenso encuentro ha concluido con el rezo de un Ave María y la bendición final. (RC-RV)
Resumen de la catequesis del Papa Francisco y sus saludos en nuestro idioma:
Queridos hermanos y hermanas:
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo. Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del Señor resucitado.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y los demás países latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor y en la esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa en italiano:
«Creo en la resurrección de la Carne: morir en Cristo»
Queridos hermanos y hermanas
Buenos días y felicitaciones porque son valientes, con este frío en la plaza. ¡Muchas felicitaciones!.
Deseo concluir las catequesis sobre el “Credo”, desarrolladas durante el Año de la Fe, que se clausuró el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima, quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, enfocando dos aspectos, así como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. Es decir, nuestro morir y nuestra resurrección en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, «morir en Cristo».
1. Entre nosotros comúnmente, hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera que nos resulta «escandalosa». A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla o banalizarla, para que no nos asuste.
2. Pero contra esta falsa solución, se rebela el ‘corazón’ del hombre, el anhelo que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido – nuestros padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo – percibimos que, aun ante el drama de la pérdida, aun lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte.
Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte. La Iglesia, en efecto reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura». ¡Ésta una hermosa oración de la Iglesia!
Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al Señor.
En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él mismo se identificó en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos en la célebre parábola del juicio final, cuando dice: «tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver... Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mt 25,35-36.40). Por lo tanto, un camino seguro es el de recuperar el sentido de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica la misericordia no teme la muerte! ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo.
Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos llevará al cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen María y los santos.
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak – RV)