Hace varios años, fui bendecido para asistir a la Reunión Mundial Anual de las Familia que se llevó a cabo en la ciudad de México.
Todavía puedo recordar la Misa final. La Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe estaba llena a rebosar con personas jóvenes y de la tercera edad, de todo el mundo. Nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI se dirigió de manera especial a nosotros al final de la Misa, mediante el enlace de un video en vivo.
Esta semana estoy orando por Nuestro Santo Padre, que se está preparando para asistir a la séptima Reunión Mundial Anual de las Familias, que este año se llevará a cabo en Milán, del 30 de mayo al 3 de junio.
Nuestro mundo, -y especialmente nuestra sociedad norteamericana- está ansiosa y preocupada acerca de lo que significa el matrimonio y para qué es la familia.
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Esto lo podemos ver en muchas maneras: La tasa de divorcios. Los índices de abortos. Más y más parejas sin casarse viviendo juntas. Más y más niños que nacen fuera del matrimonio. Podemos ver esto en como las personas pudientes y algunos grupos trabajan tratando de “redefinir” el matrimonio.
Yo estoy más convencido que nunca de que los católicos tenemos un deber de conducir nuestra sociedad a la conversión mediante nuestra enseñanza y nuestra forma de vida.
Necesitamos restaurar el sentido vital de lo que el Papa Benedicto -y el Beato Juan Pablo II, antes que él- llamaron “la ecología humana”. Necesitamos ayudar a nuestros hermanos y hermanas a ver que la familia, arraigada en el matrimonio, es el santuario natural de la vida y la civilización.
Como católicos, sabemos que el matrimonio y la familia son parte de los misterios más profundos de la creación de nuestro Padre y su plan de salvación.
La historia contada en la Biblia, comienza con el matrimonio del primer hombre y la primera mujer, y termina con la boda de Jesús y su novia, la Iglesia, al final de los tiempos. La familia humana es el vehículo a través del cual Dios derrama sus bendiciones. Por esto Jesús nació del seno de una mujer y fue nutrido en una familia santa. Es por esto que en sus últimas palabras hizo a su madre la madre de todos los vivientes “¡He ahí a tu madre!”
A la Iglesia se le ha confiado la salvaguarda de la dignidad de cada persona, de acuerdo al orden natural de la creación. Como católicos, estamos llamados a compartir esta hermosa verdad con el mundo.
Nosotros podemos reconocer que cada sociedad en cada época, siempre ha entendido que el matrimonio es la unión para toda la vida de un hombre y una mujer, para su bienestar y para la creación y la educación de los hijos. En cada sociedad, en cada época, el matrimonio y la familia siempre han sido acerca de los niños. Porque nuestros niños son el futuro de nuestra sociedad.
Hasta hace una generación, las instituciones norteamericanas -escuelas, medios de comunicación, industria y gobierno- todos estaban de acuerdo. Nuestras políticas y valores, animaban los matrimonios sólidos y apoyaban a los padres en sus esfuerzos para criar hijos sanos y virtuosos.
Las cosas han cambiado.
El control de la natalidad y las tecnologías reproductivas cortan los lazos naturales entre el acto marital y la procreación de los hijos. Nuestra cultura ahora promueve un individualismo radical que define la libertad sexual como la fuente de la verdadera felicidad.
Estos y otros cambios están detrás de las confusiones que vemos hoy en nuestra sociedad.
Lo que me preocupa es cómo muchos de nuestros debates hoy están enfocados solamente sobre los adultos y las relaciones que desean.
Hay muy poca preocupación por los niños. Esto es triste, porque ellos serán los “sujetos” de todos nuestros experimentos sociales. Ellos llevarán las consecuencias de todas nuestras nuevas maneras de definir lo que significa estar “casado” o ser “padres” o ser una “familia”.
Nosotros no podemos gobernar nuestra sociedad sobre la base de necesidades centradas en nosotros mismos. Como adultos y como ciudadanos, tenemos una obligación moral de mirar más allá de nosotros mismos. De pensar en el bien común de nuestra sociedad. De pensar en las futuras generaciones.
Los niños tienen derecho de crecer en un hogar con la madre y el padre que les dieron la vida y quienes prometieron compartir sus vidas para siempre. Ellos tienen el derecho de nacer en una familia fundada en el matrimonio, donde ellos pueden descubrir su verdadera identidad, su dignidad y su potencial. Donde ellos pueden aprender en amor el significado de la verdad, la belleza y la bondad.
De modo que tenemos el deber –cada uno de nosotros como ciudadanos- de promover y defender esos derechos para nuestros niños. Nuestros niños no tienen voz. Ellos dependen de nosotros.
Oremos unos por otros esta semana, y por nuestros niños. Y oremos también por nuestro Santo Padre y por el éxito de la Reunión Mundial de las Familias.
Pidamos a nuestra Santísima Madre que nos ayude a restaurar la ecología humana de nuestra sociedad, ya que el matrimonio es sagrado y la familia es el verdadero santuario de vida y el corazón de una civilización de amor.