Abba Juan el Exiguo preguntaba un día a Abba Juan el Antiguo: «¿Cuál es la fatiga más
grande y la obra más difícil del monje y de todo cristiano?». El anciano respondió con los ojos arrasados en lágrimas de alegría y de dolor: «Es la lectio divina».
Da gracias a Dios por la Palabra que te ha dado, por los que te la han anunciado y que te la
explican, intercede por todos los hermanos que el texto ha podido traerte a la memoria con
sus virtudes y con sus caídas, procura unir el pan de la Palabra y el de la Eucaristía.
Conserva lo que has visto, oído, saboreado en la lectio, consérvalo en tu corazón y en tu
memoria, y vete a acompañar a los hombres, ponte en medio de ellos, y dales humildemente
la paz y la bendición que has recibido. Tendrás también fuerza para actuar con ellos a fin de
realizar en la historia la Palabra de Dios, mediante tu acción ministerial.
Dios te necesita como instrumento en el mundo para hacer «unos cielos nuevos y una tierra
nueva». Te aguarda otro día, un día en el que, viendo a Dios cara a cara a través de la
muerte, te mostrará lo que has sido, una «carta viviente» grabada por Cristo, una «lectio
divina» para tus hermanos, el Hijo mismo de Dios.