Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (Jn 10,27-30) nos ofrece algunas
expresiones pronunciadas por Jesús durante la fiesta de la dedicación del
templo de Jerusalén, que se celebraba al final de diciembre. Él se encuentra
precisamente en la zona del templo, y quizás aquel espacio sagrado cercado le
sugiere la imagen del rebaño del pastor. Jesús se presenta como el Buen Pastor
y dice: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les
doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”
(v. 27-28). Estas palabras nos ayudan a comprender que nadie puede llamarse seguidor
de Jesús, si no escucha su voz. Y este ‘escuchar’ no debe ser entendido
en manera superficial, sino cautivante, al punto de hacer posible un verdadero
conocimiento reciproco, del cual puede nacer una serie generosa, expresada en
las palabras “y ellas me siguen” (v. 27). ¡Se trata de una escucha no sólo del
oído sino de una escucha del corazón!
Por lo tanto, la imagen del pastor y de las ovejas indica la
estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él
es nuestra guía, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero
sobre todo, es nuestro Salvador. En efecto, la frase siguiente del pasaje
evangélico afirma: “Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie
las arrebatará de mis manos” (v. 28). ¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús,
porque la ‘mano’ de Jesús es una sola cosa con la ‘mano’ del Padre y el Padre
es “superior a todos” (v. 29).
Estas palabras nos comunican un sentido de absoluta
seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida es plenamente segura en las manos
de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única
misericordia, revelados para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar
las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se
dejó inmolar para tomas sobre él y sacar el pecado del mundo. ¡En este modo Él
nos ha donado la vida, pero la vida en abundancia! (cfr Jn 10,10).
Este misterio se renueva, en una humildad siempre sorprendente, en la
Eucaristía. Es allí que las ovejas se reúnen para nutrirse, es allí que se hace
una sola cosa, entre ellos y con el Buen Pastor.
Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida está ya salvada
de la perdición. Nada y nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque
nada y nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno,
el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, prueba arrancarnos la vida eterna
en muchos modos. Pero el maligno no puede nada si no somos nosotros a abrirle
las puertas de nuestra alma, siguiendo sus adulaciones engañadoras.
La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del
Buen Pastor. Que ella nos ayude a recibir con alegría la invitación de Jesús a
transformarnos en sus discípulos, y a vivir siempre en la certeza de ser en las
manos paternas de Dios.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, RV)