(RV).- La esperanza en el
encuentro final con Cristo debe reforzarse entre los cristianos gracias al
“consuelo” recíproco dado mediante “buenas palabras y buenas obras” y no con
“palabrerías” inútiles. Lo afirmó esta mañana el Papa Francisco en su
homilía al reanudar, tras la pausa de verano, la celebración de la Misa matutina
en la capilla de la Casa de Santa Marta con la
participación de un pequeños grupo de fieles.
Una fe cierta en el
encuentro final con Cristo más fuerte que la duda y tan firme que alegre cada
jornada no se enraíza en las palabrerías y futilidades, sino en la
“consolación” que los cristianos saben darse “recíprocamente” en Jesús.
El Papa Francisco
consideró el comportamiento de la antigua comunidad de Tesalónica, a la que se
refiere el pasaje de la carta de San Pablo propuesta por la liturgia del día.
Una comunidad “inquieta” – dijo – que preguntaba al Apóstol acerca
del “cómo” y del “cuándo” del regreso de Cristo, así como qué destino les
tocaría a los muertos y del que incluso había sido necesario decir: “Quien no
trabaja, que no coma”.
Las palabrerías no
consuelan
Francisco destacó que San
Pablo afirma que el “día del Señor” llegará al improviso “como un ladrón”, pero
también añade que Jesús vendrá a traer la salvación a quien cree en Él. Y
concluye: “Consuélense recíprocamente y sean de ayuda unos a otros”. Y es
precisamente este consuelo – reafirmó el Papa – “el que da la esperanza”:
“Éste es el consejo:
‘Consuélense. Consuélense recíprocamente. Hablar de esto: pero yo les pregunto:
¿nosotros hablamos de esto, que el Señor vendrá, que nosotros lo encontraremos
a Él? ¿O hablamos de tantas cosas, incluso de teologías, de cosas de Iglesia,
de curas, de monjas, de monseñores, todo esto? Y nuestro consuelo ¿es esta
esperanza? ‘Consuélense recíprocamente’: consuélense en comunidad. En nuestras
comunidades, en nuestras parroquias, ¿se habla de esto, que estamos en espera
del Señor que viene? ¿O se habla de esto, de aquello, de aquella, para pasar un
poco el tiempo y no aburrirse demasiado?”.
El Juicio y el abrazo
En el Salmo responsorial –
prosiguió diciendo el Pontífice – “hemos repetido: ‘Estoy seguro de contemplar
la bondad del Señor en la tierra de los vivos’. ¿Pero tú – preguntó el
Papa – tienes aquella certeza de contemplar al Señor?”. El ejemplo de imitar a
Job, que a pesar de sus desventuras afirmaba con decisión: “Yo sé que Dios está
vivo y que lo veré, y lo veré con estos ojos”:
“Es verdad, Él
vendrá a juzgarme y cuando vamos a la Sixtina vemos aquella bella escena del
Juicio final, es verdad. Pero pensemos también que Él vendrá a encontrarme para
que yo lo vea con estos ojos, lo abrace y esté siempre con Él. Ésta es la
esperanza que el Apóstol Pedro nos pide que expliquemos a los demás con nuestra
vida, que demos testimonio de esperanza. Éste es el verdadero consuelo,
ésta es la verdadera certeza: Estoy seguro de contemplar la bondad del Señor”.
El consuelo de buenas
palabras y obras
Como San Pablo a los
cristianos de ayer, el Papa Francisco se hizo eco del consejo a aquellos de la
Iglesia de hoy: “Consuélense recíprocamente con las buenas obras y ayúdense
unos a otros. Y así iremos adelante:
“Pidamos al Señor esta
gracia: que aquella semilla de esperanza que ha sembrado en nuestro corazón se
desarrolle, crezca hasta el encuentro definitivo con Él. “Yo estoy seguro de
que veré al Señor’. ‘Yo estoy seguro de que el Señor vive’. ‘Yo estoy seguro de
que el Señor vendrá a verme’: y éste es el horizonte de nuestra vida. Pidamos
esta gracia al Señor y consolémonos unos a otros con las buenas obras y las
buenas palabras, por este camino”.