Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Pero, no parece una jornada muy buena, un poco fea. Pero
vosotros sois valientes, pero 'al mal tiempo buena cara' y vamos adelante.
Esta audiencia se desarrolla en dos lugares distintos, como
hacemos cuando llueve. Aquí en la plaza y los enfermos están en el Aula Pablo
VI. Yo ya les he visto, les he saludado y ellos siguen la audiencia a través de
las pantallas gigantes porque están enfermos y no pueden estar bajo la lluvia.
Les saludamos desde aquí con un aplauso, todos.
Hoy quiero compartir con vosotros algunas cosas de mi
peregrinación a Turquía del viernes al domingo pasado. Como pedí prepararlo y
acompañarlo con la oración, ahora os invito a dar gracias al Señor por su
realización y para que puedan surgir frutos de diálogo tanto en nuestras
relaciones con los hermanos ortodoxos, como con los musulmanes, y en el camino
hacia la paz entre los pueblos. Siento, en primer lugar, el deber de renovar la
expresión de mi reconocimiento al presidente de la República, al primer
ministro, al presidente de los Asuntos Religiosos y a las otras autoridades que
me han acogido con respeto y han garantizado el buen orden de los eventos. Y
esto es trabajo, y ellos han hecho este trabajo con gusto. Doy gracias
fraternalmente a los obispos de la Iglesia católica en Turquía, el presidente
de la Conferencia Episcopal, muy bueno, y le doy gracias por su compromiso con
las comunidades católicas. También doy gracias al patriarca ecuménico, su
santidad Bartolomé I, por su cordial acogida. El beato Pablo VI y san Juan
Pablo II, que ambos fueron a Turquía, y san Juan XXIII, que fue delegado
pontificio en esta nación, han protegido desde el cielo mi peregrinación, que
ha tenido lugar ocho años después de la de mi predecesor, Benedicto XVI.
Esa tierra es querida por cada cristiano, especialmente por
ser lugar de nacimiento del apóstol Pablo, por haber acogido los primeros siete
concilios, y por la presencia cercana a Éfeso, de la "casa de María".
La tradición dice que allí ha vivido la Virgen, después de la venida del
Espíritu Santo.
En la primer jornada del viaje apostólico he saludado a las
autoridades del país, en su mayoría musulmán, pero en cuya Constitución se
afirma la laicidad del Estado. Y hablamos con las autoridades sobre la
violencia. Es precisamente el olvido de Dios, y no su glorificación, lo que
genera violencia. Por esto he insistido en la importancia de que los cristianos
y musulmanes se comprometan juntos por la solidaridad, por la paz y la
justicia, afirmando que cada Estado debe asegurar a los ciudadanos y a las
comunidades religiosas una libertad de culto real.
Hoy, antes de ir a saludar a los enfermos, he estado con un
grupo de cristianos y musulmanes que celebran una reunión organizada por el
dicasterio del diálogo interreligioso, bajo la guía del cardenal Tauran. Y
también ellos han expresado este deseo de ir adelante en este deseo de
continuar adelante en este diálogo fraternal entre católicos, cristianos y
musulmanes.
En el segundo día visité algunos lugares-símbolo de las
distintas confesiones religiosas presentes en Turquía. Lo he hecho sintiendo en
el corazón la invocación al Señor, Dios del cielo y de la tierra, Padre
misericordioso de toda la humanidad. Centro de la jornada fue la celebración
eucarística que reunió en la Catedral a pastores y fieles de distintos ritos
católicos presentes en Turquía. Asistieron también el patriarca ecuménico, el
vicario patriarcal armeno apostólico, el metropolita siro-ortodoxo y exponentes
protestantes. Juntos invocamos al Espíritu Santo, el que hace la unidad de la
Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior.
El Pueblo de Dios, en la riqueza de sus tradiciones y articulaciones, es
llamado a dejarse guiar por el Espíritu Santo, en actitud constante de
apertura, de docilidad y de obediencia.
Nuestro camino del diálogo ecuménico, y también de nuestra
unidad, de la Iglesia católica, quien hace todo es el Espíritu Santo, a
nosotros nos toca hacer, acoger, ir detrás de sus inspiraciones.
El tercer y último día, fiesta de san Andrés apóstol,
ofreció el contexto ideal para consolidar las relaciones fraternas entre el
Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Patriarca Ecuménico de Constantinopla,
sucesor de apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro, que ha fundado esa Iglesia.
Renové con Su Santidad Bartolomé I el compromiso recíproco de proseguir en el
camino hacia el restablecimiento de la plena comunión entre católicos y
ortodoxos. Juntos hemos firmado una Declaración conjunta, un paso más de este
camino. Fue particularmente significativo que este acto se haya realizado al
final de la solemne Liturgia de la fiesta de san Andrés, a la cual he asistido
con gran alegría, y a la que le siguió la doble Bendición impartida por el
Patriarca de Constantinopla y del Obispo de Roma. La oración, de hecho, está en
la base de todo diálogo ecuménico fructífero bajo la guía del Espíritu Santo.
Que como he dicho es el que hace la unidad.
El último encuentro, esto ha sido bonito pero también
doloroso, fue con un grupo de niños refugiados, acogidos por los Salesianos.
Para mí era muy importante reunirme con algunos refugiados de las zonas de
guerra de Oriente Medio, ya sea para expresarles mi cercanía y la de la
Iglesia, como para subrayar el valor de la acogida, en la que también Turquía
está muy comprometida. Doy las gracias una vez más a Turquía por la acogida de
estos refugiados, y doy las gracias de corazón a los salesianos de Estambul.
Estos salesianos trabajan con los refugiados, son buenos, también me reuní con
otros padres, un jesuita alemán y otros que trabajan con refugiados. Pero ese
oratorio salesiano de los refugiados es algo bonito y un trabajo escondido.
Agradezco mucho a esas personas que trabajan con los refugiados. Y recemos por
todos los refugiados y para que desaparezcan las causas de esta plaga dolorosa.
Queridos hermanos y hermanas. Dios omnipotente y
misericordioso continúe protegiendo el pueblo turco, sus gobernantes y los
representantes de las distintas religiones. Puedan construir juntos un futuro
de paz, para que Turquía pueda representar un lugar de coexistencia pacífica
entre religiones y culturas diferentes. Rezamos además para que, por
intercesión de la Virgen María, el Espíritu Santo haga fecundo este viaje
apostólico y favorezca en la Iglesia el fervor misionario, para anunciar a
todos los pueblos, en el respeto y en el diálogo fraterno, que el Señor Jesús
es verdad, paz y amor. Solo Él es el Señor. Gracias
Texto traducido por ZENIT