UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL


«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»

Benedicto XVI, 16 septiembre 2005


HISTORIA Y PASOS DE LA LECTIO DIVINA




INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO





miércoles, 2 de marzo de 2011

Lectio Divina : Viernes 4 de Marzo : Evangelio según San Marcos 11, 11-25. : (8ª Semana del Tiempo Ordinario - Ciclo A -)

 
Lectio Divina : 
Viernes, 4 Marzo, 2011
Evangelio según San Marcos 11, 11-25. 
(8ª Semana del Tiempo Ordinario - Ciclo A -) 
 
 
Oración
Señor, Padre misericordioso. Tú has elegido a algunos hijos tuyos para que anuncien tu amor en el mundo, y así haces posible que llegue a todos los pueblos el fruto sabroso de tu Presencia. Haz que nuestro fruto permanezca a través de nuestra comunión contigo y con tu Hijo Jesús; ayúdanos a acogerlo como al Amigo y Maestro que cada día entra en el templo santo de nuestra vida. Que él renueve cada día su alianza con nosotros por nuestra fe y nuestra oración, que rebosen de confiado abandono. Amén.


Lectura
Del Evangelio según San Marcos (11, 11-25)

11 Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.
 12 Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre.13 Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos.14 Entonces le dijo: "¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!" Y sus discípulos oían esto.
15
Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas
16
y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo.
17 Y les enseñaba, diciéndoles: "¿No está escrito: “Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? “¡Pero vosotros la tenéis hecha una ”cueva de bandidos!".
18 Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. 19 Y al atardecer, salía fuera de la ciudad.

20
Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. 21 Pedro, recordándolo, le dice: "¡Rabí, mira!, la higuera que maldijiste está seca." 22 Jesús les respondió: "Tengan fe en Dios. 2324 Por eso les digo: todo cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán. 25 Y cuando se pongan de pie para orar, perdonen, si tienen algo contra alguno, para que también su Padre, que está en los cielos, les perdone sus ofensas." Yo les aseguro que quien diga a este monte: "Quítate y arrójate al mar" y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.
Palabra del Señor
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 Meditación
* “Jesús entró en Jerusalén, en el templo”. Una de las características de este pasaje es el continuo movimiento de de Jesús, expresado en la repetición alternativa de los verbos “entrar” y “salir” (vv. 11; 12; 15; 19). Realmente el Señor viene continuamente a nuestra vida, entra en nuestros espacios, en nuestra experiencia, pasa, anda entre nosotros y con nosotros, pero luego se va, se aleja, se deja buscar y esperar, y vuelve de nuevo y se deja encontrar. No desdeña entrar en la ciudad Santa, en el templo, ni tampoco dentro de nosotros, en nuestro corazón, ofreciéndonos su visita salvadora.

* “Sintió hambre”. El verbo usado por la pluma de Marcos es el mismo que usan Mateo y Lucas al narrar las tentaciones en el desierto (Mt 4, 2: Lc 4, 2), y pretende concretar una situación de debilidad, de fragilidad, de necesidad, de cansancio. Jesús busca algo más que un simple alimento para calmar su hambre; no es a la higuera a la que pide algo fuera de tiempo, sino que pide a su pueblo, a nosotros, el buen fruto del amor, que se sirve en la mesa de la alianza, del sí pronunciado con fe y con confianza.     

* “una higuera con hojas”. La figura de la higuera, que en este pasaje ocupa un lugar central, es un símbolo muy fuerte del pueblo elegido, Israel; del templo y del culto ofrecido en él a Dios; e incluso de nosotros mismos, si así lo aceptamos, es decir, de la verdad más profunda que hay en nuestro corazón.
Las hojas de la higuera remiten claramente a la experiencia de Adán en el jardín del Edén, a su implicación con el pecado, a su desnudez y a su vergüenza posterior. En realidad, al pararse ante la higuera mientras iba de camino hacia Jerusalén y dirigir su mirada a las hojas que ocultan la falta de fruto, Jesús desvela nuestra verdad y deja al desnudo nuestro corazón, no para condenarlo, sino para salvarlo, para curarlo. De hecho, el fruto de la higuera es dulce; el Señor, para hablar a nuestra vida, busca la dulzura del amor. De esta manera, la higuera estéril, priva de fruto y de vida, hace presente el tiempo vacío de sentido y profanado, usado no para la relación con Dios, sino para la huída y para el no-encuentro. Como sucedió a Adán, así sucedió a Israel y tal vez lo mismo nos sucede también a nosotros.

* “los que vendían y compraban”. La escena de la purificación del templo (vv. 15-17), que Marcos introduce entre los dos momentos del relato, anticipando la maldición de la higuera sin fruto, es muy fuerte y viva. Ahora se nos invita a prestar atención a verbos y vocablos como “echar fuera”, “volcó”, “no permitía”, “vendían”, “compraban”, “cambistas”, “vendedores”, “bandidos”, transportar cosas”. Jesús inaugura una economía nueva en la que “hemos sido vendidos sin precio y rescatados sin dinero” (Is 52, 3), “hemos sido rescatados no por dinero ni por regalos” (Is 45, 13) y “hemos sido liberados no a precio de plata y oro, sino con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin defecto y sin mancha” (1 P 1, 18-19).

“casa de oración”.  Desde el templo somos conducidos a la casa, Morada de Dios, donde el verdadero sacrificio es la oración, es decir, el encuentro con Él cara a cara, como los hijos con su Padre. Aquí no se compra nada, no hay dinero, sino sólo el don del corazón que se abre con toda confianza a la oración y a la fe.

“la higuera seca hasta la raíz”. Realmente estos son los nuevos temas que las palabras de Marcos quieren proponer a nuestra meditación mientras seguimos la lectura del pasaje. Es necesario salir del templo para entrar en la casa, es necesario salir de la compraventa para entrar en el don de la confianza: el árbol sin fruto está seco y parece estar a nuestro paso sólo para indicar el camino nuevo que hay que recorrer, en una nueva mañana (V, 20); un camino hacia Dios y hacia los hermanos.

* “tengan fe sin vacilar”. Con esta hermosísima expresión Jesús nos enseña a descender a lo más profundo de nosotros mismos y a tantear nuestro corazón desde la verdad. El texto griego pone un verbo estupendo, que ha sido traducido como “vacilar” y que quiere expresar al respecto una ruptura interior, una división, un combate entre partes contrarias. De esta manera, Jesús nos invita a tener plena confianza en Él y en el Padre, a fin de evitar rompernos por dentro. Podemos acercarnos a Dios de manera plena y total, podemos estar en relación con Él, sin que sean necesarias hojas para enmascararnos, sin tener que contar monedas y calcular el precio a pagar, sin hacer compartimentos dentro de nosotros, sino ofreciéndonos totalmente a Él, tal como somos, los que somos, llevando en nosotros el fruto bueno y dulce  del amor.

“cuando se pongan de pie para orar, perdonen”. No puede ser de otra manera: en la vida del cristiano, el término y el iniciar de nuevo el camino de la fe y de la oración se concretan en la relación con los hermanos y las hermanas, en el encuentro con ellos, en el diálogo, en el don recíproco. No existe oración, ni culto a Dios, ni templo santo, ni sacrificio agradable a Dios, no existe fruto ni dulzura, sin el amor hacia el hermano y la hermana. Marcos lo llama perdón, Jesús lo llama amor, que es el único fruto capaz de saciar nuestra hambre, de aliviar nuestro cansancio.

Algunas preguntas
*  Al meditar este pasaje, he encontrado dos figuras muy fuertes: la higuera y el templo, ambos sin fruto, sin vida y sin amor. He visto a Jesús que con su venida y con su obrar firme y seguro ha cambiado esta situación y ofrece un nuevo rostro de la vida. ¿Reconozco que necesito dejarme alcanzar por el Señor, dejarme tocar por Él? ¿Me veo, en alguno de los aspectos de mi vida, como la higuera estéril, sin fruto, o como el templo, lugar frío de comercio y de cálculos? ¿Siento dentro de mí el deseo de producir el fruto dulce del amor, de la amistad, del compartir? ¿Tengo hambre de orar, de tener una verdadera relación con el Padre?

* Siguiendo a Jesús a lo largo del camino, también yo puedo entrar en la nueva mañana de su Ley, de su enseñanza. ¿Reconozco las rupturas que hay en mi corazón? ¿En qué siento especialmente que estoy  dividido, inseguro y desorientado? ¿Por qué no consigo fiarme totalmente de mi Padre? ¿Por qué aún cojeo de los dos pies, como dice el profeta Elías (cfr. 1 R 18, 21)? ¡Yo sé que el Señor es Dios y por eso deseo seguirlo! Pero no yendo solo, sino abriendo el corazón a muchos hermanos y hermanas, ofreciéndome como amigo y compañero de viaje, para compartir la alegría y las fatigas, los miedos y el entusiasmo del camino; estoy seguro de que siguiendo al Señor seré feliz. Amén.

Oración final
Señor, quiero cantar un canto nuevo.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.
Que se alegre Israel por su creador,
los hijos de Sión por su rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras.

Porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos.

                                                (Salmo 149)