(RV).- (Con audio) Satanás presenta las cosas como si fueran buenas, pero su intención es la de destruir al hombre, quizá con motivaciones “humanistas”. Los ángeles luchan contra el diablo y nos defienden. Son los conceptos que, en síntesis, presentó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, en el día en que la Iglesia festeja a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
El Papa Francisco se refirió a la “lucha entre el demonio y Dios”, teniendo en cuenta las imágenes fuertes de las lecturas del día, a saber: la visión de la gloria de Dios relatada por el profeta Daniel con el Hijo del hombre, Jesucristo, ante el Padre; la lucha del arcángel Miguel y sus ángeles contra “el gran dragón, la serpiente antigua, que es llamado diablo” y que “sedujo a toda la tierra habitada”, pero que fue derrotado, como afirma el Apocalipsis; y el Evangelio en que Jesús dice a Natanael: “Verán el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre”:
“Pero esta lucha se produce después de que Satanás trata de destruir a la mujer que está a punto de dar a luz al hijo. Satanás siempre trata de destruir al hombre: aquel hombre que Daniel veía allí, en la gloria, y que Jesús decía a Natanael que vendría en la gloria. Desde el inicio la Biblia nos habla de esto: de esta seducción para destruir, de Satanás. Tal vez por envidia. Nosotros leemos en el Salmo 8: ‘Tú has hecho al hombre superior a los ángeles’, y esa inteligencia tan grande del ángel no podía llevar sobre sus espaldas esta humillación, que una criatura inferior fuera hecha superior; y trataba de destruirlo”.
Por tanto, Satanás trata de destruir a la humanidad, a todos nosotros:
“Tantos proyectos, excepto los pecados propios, pero tantos, tantos proyectos de deshumanización del hombre, son obra suya, sencillamente porque odia al hombre. Es astuto: lo dice la primera página del Génesis; es astuto. Presenta las cosas como si fueran buenas. Pero su intención es la destrucción. Y los ángeles nos defienden. Defienden al hombre y defienden al Hombre-Dios, al hombre superior, Jesucristo que es la perfección de la humanidad, el más perfecto. Por esto la Iglesia honra a los ángeles, porque son los que estarán en la gloria de Dios – están en la gloria de Dios – porque defienden el gran misterio escondido de Dios, es decir que el Verbo ha venido en la carne”.
“El deber del pueblo de Dios – afirmó el Papa – es custodiar en sí al hombre: al hombre Jesús” porque “es el hombre que da vida a todos los hombres”. En cambio, en sus proyectos de destrucción, Satanás inventa “explicaciones humanísticas que van, propiamente, contra el hombre, contra la humanidad y contra Dios”:
“La lucha es una realidad cotidiana en la vida cristiana: en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestras iglesias… Si no se lucha, seremos vencidos. Pero el Señor ha dado esta tarea principalmente a los ángeles: luchar y vencer. Y el canto final del Apocalipsis, después de esta lucha, es tan bello: ‘Ahora se ha cumplido la salvación, la fuerza y el Reino de nuestro Dios y el poder de su Cristo, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, aquel que los acusaba ante nuestro Dios día y noche’”.
En fin, el Papa invitó a orar a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael y a “rezar esa oración antigua, pero tan bella, al arcángel Miguel, para que sigua luchando para defender el misterio más grande de la humanidad: que el Verbo se ha hecho Hombre, ha muerto y resucitado. Éste es nuestro tesoro. Que Él siga luchando para custodiarlo”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL
«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»
Benedicto XVI, 16 septiembre 2005