(RV).- (Con audio y video) La virtud de la esperanza – quizás menos conocida que aquella de la fe y de la caridad – no tiene que ser jamás confundida con el optimismo humano, que es una actitud que depende de nuestro humor. Para un cristiano, la esperanza es Jesús en persona y su fuerza de liberar y rehacer cada vida. Lo afirmó el Papa Francisco esta mañana durante su homilía en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta.
La esperanza es “un don” de Jesús, la esperanza es el mismo Jesús, lleva su “nombre”. La Esperanza no es aquella de quien normalmente mira el “vaso medio lleno”: aquello es simplemente “optimismo”, y “el optimismo es una actitud humana que depende de tantas cosas”. Esta fue la base de la homilía matutina del Papa Francisco, haciendo bien clara aquella distinción. El motivo de su meditación vino de la Carta en la que Pablo escribe a los Colosenses “Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria”. Sin embargo, constató el Papa, “la esperanza es una virtud de ‘segunda clase’”, la “virtud humilde” si es comparada a las más conocidas fe y caridad. Por esto puede ser que la esperanza se confunda con un sereno buen humor:
“Pero la esperanza es otra cosa, no es optimismo. La esperanza es un don, es un regalo del Espíritu Santo y por esto Pablo dirá: ‘Jamás desilusiona’. La esperanza jamás desilusiona, ¿por qué? Porque es un don que nos ha dado el Espíritu Santo. Pero Pablo nos dice que la esperanza tiene un nombre. La esperanza es Jesús. No podemos decir: 'Tengo esperanza en la vida, tengo esperanza en Dios', no: si tú no dices: 'Tengo esperanza en Jesús, en Jesucristo, Persona viva, que viene en la Eucaristía, que está presente en su Palabra', aquella no es esperanza. Es buen humor, optimismo…”.
El Papa Francisco tomó del Evangelio del día otro tema de reflexión: el episodio en el que Jesús sana el sábado la mano paralizada de un hombre, suscitando la reprobación de escribas y fariseos. Con su milagro, dijo el Pontífice, Jesús libera la mano de la enfermedad y demuestra “a los rígidos” que el de ellos “no es el camino de la libertad”. “Libertad y esperanza van juntas: donde no hay esperanza no puede haber libertad”, afirmó el Santo Padre.
“Jesús, la esperanza, rehace todo. Es un milagro constante. No solo ha hecho milagros de curación, tantas cosas: esos eran solo signos, señales de aquello que está haciendo ahora, en la Iglesia. El milagro de rehacer todo: aquello que hace en mi vida, en tu vida, en nuestra vida. Rehacer. Y aquello que Él rehace es precisamente el motivo de nuestra esperanza. Es Cristo quien rehace todas las cosas de la Creación de forma maravillosa, es el motivo de nuestra esperanza. Y esta esperanza no desilusiona, porque Él es fiel. No puede renegar a sí mismo. Esta es la virtud de la esperanza”.
A este punto, el Obispo de Roma dirigió una mirada particular a los sacerdotes. “Es un poco triste -admitió- cuando uno encuentra un sacerdote sin esperanza”, mientras es bello encontrar uno que llega al final de la vida “no con el optimismo sino con la esperanza”. “Este sacerdote – continuó – está unido a Jesucristo, y el pueblo de Dios tiene necesidad que nosotros sacerdotes demos este signo de esperanza, vivamos esta esperanza en Jesús que rehace todo”:
“ Que el Señor que es la esperanza de la gloria, que es el centro, que es la totalidad, nos ayude en este camino: dar esperanza, tener pasión por la esperanza. Y, como he dicho, no siempre es optimismo sino es aquello que la Virgen, en Su corazón, tuvo en la oscuridad más grande: desde la tarde del Viernes hasta el alba del Domingo. Aquella esperanza: Ella la tenía. Y aquella esperanza ha vuelto a hacer todo. Que el Señor nos dé esta gracia”. (RC-RV)
UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL
«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»
Benedicto XVI, 16 septiembre 2005