UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL


«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»

Benedicto XVI, 16 septiembre 2005


HISTORIA Y PASOS DE LA LECTIO DIVINA




INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO





miércoles, 3 de octubre de 2012

Jueves, 4 Octubre, 2012 : San Francisco de Asís, Fundador de la Orden de los Franciscanos





 San Francisco de Asís,
Fundador de la Orden de los Franciscanos
Francisco de Asís, San
Francisco de Asís, San

San Francisco fue un santo que vivió 

tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó 

mucho. Renunció a su herencia dándole 

más importancia en su vida a los bienes 

espirituales que a los materiales. 


Francisco nació en Asís, Italia en 1181 ó 1182. Su padre 
era comerciante y su madre pertenecía a una familia 
noble. Tenían una situación económica muy desahogada. Su padre 
comerciaba mucho con Francia y cuando nació su hijo estaba fuera 
del país. Las gentes apodaron al niño “francesco” (el francés) aunque 
éste había recibido en su bautismo el nombre de “Juan.” 

En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por 

los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas 
costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba 
limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones 
caballerescas que propagaban los trovadores.

Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos 

y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco 
fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando 
recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad 
fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se recuperó, decidió 
ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura 
y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. 
Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla 
tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un 
tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y 
comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. 
Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por 
la mortificación y la victoria sobre los instintos. 
Un día se encontró con un leproso que le pedía 
una limosna y le dio un beso. 

  Continúa



Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. 
Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el 
dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo 
crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia 
que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo 
y unas ropas de la tienda de su padre para tener 
dinero para arreglar la Iglesia de San Damián
Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió 
permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote 
le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía 
aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al 
enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián 
pero su hijo se escondió. Pasó algunos días en oración 
y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado 
y mal vestido que las gentes se burlaban de él como 
si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó 
furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró 
en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). 
Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se 
fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo 
golpeó y le dijo que volviera a su casa o que 
renunciara a su herencia y le pagara el precio de 
los vestidos que había vendido de su tienda. 
San Francisco no tuvo problema en renunciar a 
la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo 
que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre 
le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió 
devolver el dinero y tener confianza en Dios. 
San Francisco devolvió en ese momento la ropa que 
traía puesta para dársela a su padre ya que a él 
le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y 
el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido 
de labrador que tenía al que San Francisco le puso 
una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.

San Francisco partió buscando un lugar para 

establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y 
trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas 
le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias 
que usó durante dos años.
Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir 

limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas 
y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones 
de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia 
de San Pedro. Después se trasladó a una 
capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, 
que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un 
sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. 
Al oir las palabras del Evangelio “...No lleven oro....
ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus 
sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente 
con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a 
hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. 
Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. 
Al saludar a alguien, le decía “La paz del Señor sea 
contigo”. Dios le había concedido ya el don de profecía 
y el don de milagros.
San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos 

querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo 
fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante 
de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. 
Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco 
les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.

Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó 

una regla breve e informal que eran principalmente 
consejos evangélicos para alcanzar la perfección. 
Después de varios años se autorizó por el Papa 
Inocencio III la regla y les dio por misión 
predicar la penitencia.

San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una 

cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, 
el abad regaló a San Francisco la capilla de 
Porciúncula con la condición de que la conservase 
siempre como la iglesia principal de la nueva orden. 
Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía 
a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula 
construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era 
el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó 
a recibir el diaconado porque se consideraba indigno 
del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron 
un período de entrenamiento en la pobreza y 
en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios 
y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. 
Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir 
limosna de puerta en puerta. El fundador les había 
prohibido aceptar dinero. Se distinguían por su gran 
capacidad de servicio a los demás, especialmente 
a los leprosos a quienes llamaban “hermanos cristianos”. 
Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde 
se encontraran. El número de compañeros del santo 
iba en aumento.
Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió 

seguirlo en 1212. San Francisco consiguió que 
Santa Clara y sus compañeras se establecieran en 
San Damián. La oración de éstas hacía fecundo 
el trabajo de los franciscanos.

San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” 

ya que quería que fueran humildes. La orden creció 
tanto que necesitaba de una organización sistemática y 
de disciplina común. La orden se dividió en provincias y 
al frente de cada una se puso a un ministro encargado 
“del bien espiritual de los hermanos”. El orden de fraile 
creció más alla de los Alpes y tenían misiones en España, 
Hungría y Alemania. En la orden habían quienes querían 
hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no 
estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos 
problemas por esto porque algunos frailes decían que 
no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco 
decía que éste era precisamente el espíritu y modo 
de vida de su orden.

San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo 

que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia.
En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una 

especie de cueva en la que se representó el nacimiento 
de Cristo y se celebró Misa.
En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó 

ahí una pequeña celda. La única persona que lo 
acompañó fue el hermano León y no quiso 
tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro 
de las estigmas en el cual quedaron impresas 
as señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de 
Francisco. A partir de entonces llevaba las manos 
dentro de las mangas del hábito y llevaba medias 
y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas 
que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después 
bajo del Monte y curó a muchos enfermos.
San Francisco no quería que el estudio quitara 

el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar 
si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y 
si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia 
se convirtiera en enemiga de la pobreza.

La salud de San Francisco se fue deteriorando, 

los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya 
casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo 
llevaron con varios doctores porque ya estaba muy 
enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento 
en el que les recomendaba a los hermanos observar 
la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad 
y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban 
pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana 
muerte!”y pidió que lo llevaran a Porciúncula. 
Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar 
la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. 
Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís.

Son famosas las anécdotas de los pajarillos que venían 

a escucharle cuando cantaba las grandezas del Señor, 
del conejillo que no quería separarse de él y del lobo 
amansado por el santo. Algunos dicen que estas son 
leyenda, otros no.

San Francisco contribuyó mucho a la renovación 

de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que 
había caído durante la Edad Media. El ayudó a 
la Iglesia que vivía momentos difíciles.

¿Qué nos enseña la vida de San Francisco?

Nos enseña a vivir la virtud de la humildad. 

San Francisco tuvo un corazón alegre y humilde. 
Supo dejar no sólo el dinero de su padre sino que 
también supo aceptar la voluntad de Dios en su vida. 
Fue capaz de ver la grandeza de Dios y la pequeñez 
del hombre. Veía la grandeza de Dios en la naturaleza.

Nos enseña a saber contagiar ese entusiasmo por Cristo 

a los demás. Predicar a Dios con el ejemplo y con 
la palabra. San Francisco lo hizo con Santa Clara 
y con sus seguidores dando buen ejemplo de la libertad 
que da la pobreza.

Nos enseña el valor del sacrificio. San Francisco vivió 

su vida ofreciendo sacrificios a Dios.

Nos enseña a vivir con sencillez y con mucho amor a Dios. 

Lo más importante para él era estar cerca de Dios. 
Su vida de oración fue muy profunda y era lo primordial en su vida.
Fue fiel a la Iglesia y al Papa. Fundó la orden de 

los franciscanos de acuerdo con los requisitos 
de la Iglesia y les pedía a los frailes obedecer a los obispos.

Nos enseña a vivir cerca de Dios y no de las cosas materiales. 

Saber encontrar en la pobreza la alegría, ya que para amar 
a Dios no se necesita nada material.

Nos enseña lo importante que es sentirnos parte 

de la Iglesia y ayudarla siempre pero especialmente 
en momentos de dificultad.
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Su obra Cántico de las Criaturas 
San Francisco: Carta a los fieles