El
verdadero cristiano no tiene miedo de ensuciarse las manos con los pecadores,
de arriesgar también su fama, porque tiene el corazón de Dios que quiere que
nadie se pierda: lo dijo el Papa Francisco en la misa matutina en la casa de
Santa Marta.
Al centro de la homilía del
Papa Francisco las dos parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida.
Los fariseos y los escribas se escandalizaron porque Jesús “acoge a los
pecadores y come con ellos”. “Era un verdadero escándalo en aquel tiempo, para esta
gente”, observa Francisco, que exclama: “imaginemos si en aquel tiempo hubieran
existido los periódicos”. “Pero Jesús ha venido para esto: para ir a buscar a
aquellos que se habían alejado del Señor”. Estas dos parábolas - explica - “nos
hacen ver cómo es el corazón del Señor”. Dios no se detiene, Dios no va hasta
un cierto punto, Dios va hasta el final, al límite, siempre va al límite; no se
detiene a mitad del camino de la salvación, como si dijera: “he hecho todo, el
problema es de ellos”. Él va siempre, sale, sale al campo”.
Los fariseos y los escribas en
cambio, se detienen a mitad del camino. A ellos les importaba que el balance de
las ganancias y de las perdidas fuera más o menos favorable y con esto, estaban
tranquilos. “Sí, es verdad, he perdido tres monedas, he perdido diez ovejas,
pero he ganado tanto. Esto no entra en la mente de Dios, Dios no es un
negociante, Dios es Padre y va a salvar hasta el final, hasta el límite”. Y “el
amor de Dios es esto”. Pero “es triste el pastor a mitad de camino”, afirma el
Papa.
“Es triste el pastor que abre la puerta de la Iglesia y se queda allí a
esperar. Es triste el cristiano que no siente dentro, en su corazón, la
necesidad de ir a contar a los demás que el Señor es bueno. ¡Pero cuánta
perversión hay en el corazón de aquellos que se creen justos, como estos
escribas, estos fariseos! Ellos no quieren ensuciarse las manos con los
pecadores. Recordemos aquello, lo que pensaban: ‘si éste fuera profeta, sabría
que ésta es una pecadora’. El desprecio. Usaban a la gente y luego la
despreciaban”.
“Ser un pastor a mitad de
camino - afirma el Papa Francisco - es una derrota. Un pastor debe tener el
corazón de Dios, ir hasta el límite” porque no quiere que nadie se pierda:
“El verdadero pastor, el verdadero cristiano tiene este celo dentro: que
nadie se pierda. Y por esto no tienen miedo de ensuciarse las manos. No tienen
miedo. Va a donde debe ir. Arriesga su vida, arriesga su fama, se arriesga a
perder su comodidad, su estatus, también a perder en la carrera eclesiástica,
pero es buen pastor. También los cristianos deben ser así. Es tan fácil
condenar a los otros, como hacían estos - los publicanos, los pecadores - es
tan fácil, pero no es cristiano, no es de hijos de Dios. El Hijo de Dios va al
límite, da la vida, como la dio Jesús por los otros. No puede estar tranquilo,
cuidando de sí mismo: su comodidad, su fama, su tranquilidad. Recuerden esto:
¡pastores a mitad de camino no, jamás! ¡Cristianos a mitad de camino, jamás! Es
lo que ha hecho Jesús".
“El buen pastor, el buen
cristiano – concluye el Papa – sale, está siempre en salida: está en salida de
sí mismo, está en salida hacia Dios, en la oración, en la adoración; está en
salida hacia los otros para llevar el mensaje de salvación.”
“Estos escribas, fariseos, no lo sabían, no sabían qué era cargar sobre
las espaldas la oveja, con aquella ternura, y llevarla de nuevo con las otras a
su lugar. Esta gente no sabe qué es la alegría. El cristiano y el pastor a
mitad de camino quizás conoce la diversión, la tranquilidad, una cierta paz,
¿pero la alegría? ¿Aquella alegría que hay en el Paraíso, aquella alegría que
viene de Dios, aquella alegría que viene precisamente del corazón de padre que
va a salvar? ‘He escuchado el lamento de los israelitas y salgo al campo’ ¡Esto
es tan bello! No tener miedo de que se hable mal de nosotros por ir a
encontrarnos con hermanos y hermanas que están alejados del Señor. Pidamos esta
gracia para cada uno de nosotros y por nuestra Madre, la Santa Iglesia”.