UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL


«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»

Benedicto XVI, 16 septiembre 2005


HISTORIA Y PASOS DE LA LECTIO DIVINA




INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO





sábado, 24 de julio de 2010

Lectio Divina : Sábado 24 de Julio : San Mateo 13, 24-43 (Tiempo Ordinario-Ciclo C)

 
Lectio Divina : 
Sábado, 24 Julio, 2010
San Mateo 13, 24-43 
Tiempo Ordinario
 

Espíritu de Dios,
Padre amoroso del pobre,
ven a mí y fecunda mi vida,
¡enriquécela con tu presencia!
Una vez más acudo a ti,
un día más suplico tu venida
que renueve mi existencia
y la haga fértil, rica de tus hermosos frutos. 
Dador inmenso y espléndido
que con tus dones desbordas a los que acuden a ti.
¡No ceses de derramarte en mi corazón
para que viva
y no me instale en la mediocridad!
¡Ilumina mi mente
para que acoja como nueva
tu Palabra de vida abundante!
¡Mueve mis entrañas
para que me levante
y en pie, corra tras tus huellas vivificadoras!
¡Entra y sedúceme, espíritu unificador!
¡Ven en ayuda de mi debilidad
para que con tu gracia
sólo construya Reino de Dios! 
Espíritu de Dios,
Espíritu de Jesús,
Espíritu del único y verdadero Reino,
que yo te conozca un poco más
a través de la Palabra
y se renueven,
como gacela que camina por las alturas,
mis fuerzas de discípul@ enamorad@.


1. Leemos la Palabra


Mateo 13,24-43
24 En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente:
-El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
-Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?
El les dijo:
-Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron:
-¿Quieres que vayamos a arrancarla?
Pero él les respondió:
-No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores:
-Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo  en mi granero.
Les propuso esta otra parábola:
El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta:«Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
-Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
El les contestó:
-El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
Palabra del Señor
Sigue............


 
  Orientaciones para la lectura

vv.24-30
La parábola del trigo y la cizaña pone de manifiesto que el Reino está ya presente con la germinación de la semilla caída en tierra buena, que el reino está abierto a todos, lo mismo que Dios envía la lluvia y el sol sobre buenos y malos (5,45), de manera que todos tienen la oportunidad de germinar y dar fruto bueno.
El dueño simboliza a Dios, y los siervos a los fieles. La coexistencia de la mala hierba y el trigo representa a veces en parábolas judías la vecindad de las naciones e Israel. La siega es símil frecuente del juicio; el “arrancar” también lo es en la tradición.
El mensaje de Jesús suscitó animosidad en Israel. Pero no hay que precipitar la eliminación de la parte de Israel adversaria de Jesús; eso lo hará el juicio de Dios. Pero Mateo probablemente se está refiriendo también a la comunidad cristiana y está habando de la aparición del mal en ella. Aquí residiría la intención última de Mateo. 
vv. 31-32
La semilla de mostaza tiene una proverbial pequeñez: la de la mostaza negra no supera el milímetro de diámetro. La planta, en cambio, llega a medir los tres metros de altura y, sin ser un árbol grande, se encuentra entre las mayores hortalizas (v. 32). Es un tanto extraño que alguien siembre “un” grano de mostaza en su campo; Mateo señala expresamente, como Marcos, la diferencia de tamaño entre la semilla y la planta desarrollada. He aquí la peculiaridad “del” grano de mostaza que es comparado con el reino de Dios. La elección de la imagen no es caprichosa; no puede servir cualquier semilla en su lugar. El final de la parábola es hiperbólico: las aves del cielo vienen a posarse en sus ramas. Ello simboliza la apertura del reino a todos, al tiempo que ofrece seguridad y protección. 
v. 33
La parábola de la levadura también describe cómo se hará grande el reino, pero añade a la imagen la naturaleza callada y sin pretensiones de su crecimiento. El símil de la levadura procede del arte culinario; era utilizada por judíos y griegos para cocer el pan. Sorprende especialmente la cantidad de harina. Se trata de la cantidad suficiente para una comida de más de 150 personas o para un pan de 50 Kg. Lo que importa es que la levadura está oculta en la harina, pero hace fermentar calladamente una ingente cantidad de harina. Así ocurre con el reino de Dios: una vez “escondida la levadura”, un proceso incesante lleva a la plenitud. En esta parábola, la idea de “crecimiento” es más central que en la del grano de mostaza. 
vv. 34-35
Cuando Jesús acaba de dirigirse a la gente, Mateo reitera que Jesús utiliza las parábolas para que su mensaje se revele sólo a quienes lo buscan. 
v. 36
Jesús deja la multitud y vuelve con los discípulos a la casa de la que había salido (13,1). La comprensión ahora no es por revelación sobrenatural sino por la enseñanza de Jesús, el “único maestro” (cf 23,8). Discipulado significa “escuela” continuada junto a Jesús: instrucción y escuela de vida. 
vv. 37-39
El sembrador es el Hijo del Hombre. El Jesús terreno es juez del mundo, y tiene en su mano, no sólo la siembra sino también la recolección, y toda la historia universal. El Hijo del Hombre es, en Mateo, el Señor del juicio que acompaña a la comunidad en todo su camino por el abajamiento, la pasión y la resurrección. El campo de cultivo es el mundo, no la Iglesia. La semilla son aquí los hijos del Reino, las semillas de cizaña son los “hijos del Malo”. El enemigo es el diablo, al que Mateo ve actuando en el presente, como en 13,19 desde el momento de la siembra. Los segadores son los ángeles del juicio, que en el judaísmo son importantes precisamente en el ámbito de la espera del Hijo del Hombre. “El fin del mundo”, expresión común en Mateo (13,39.40.49; 24, 3; 28,20) hace referencia al juicio final del período de crecimiento antes de la consumación definitiva del Reino. 
vv.40-41
Al final de los tiempos el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, como en 24,31. Pero si aquí lo decisivo es la reunión de los elegidos en nuestra perícopa lo importante es la aniquilación de los malos, que son los que no perseveran en la ley bíblica, que culmina en el mandamiento del amor. Como en 7,15-23, la praxis y no la recta doctrina es, para Mateo, el punto que lo decide todo en el juicio.
El “reino del Hijo del hombre” es el mundo. A diferencia de 16,28; 20,20 ese Reino no es aquí algo que sólo llegue con la parusía, sino que existe ya en el mundo. Es la soberanía que el Exaltado ejerce sobre cielo y tierra, y que él hace visible ahora, principalmente con la predicación y la vida de sus discípulos (28,16-20). Lo importante para Mateo es que la Iglesia que vive y actúa ahora en el reino del Hijo del hombre, en el mundo llegue a ser lo que debe ser: una comunidad de justos que un día brillen en el reino del Padre. 
v.42
La promesa a los justos es sucinta. El “reino del Padre” hay que distinguirlo del reino del Hijo del hombre; después de la aniquilación de todos los malos, el reino del Hijo del hombre se trasforma en reino del Padre. Mateo finaliza la explicación con su conocida frase de advertencia: ¡Lo que Jesús declara, afecta directamente a la vida de los discípulos!

2. Meditamos

 

Jesús sigue proponiendo parábolas para mostrar su doctrina de vida, para darnos a conocer los misterios del Reino, para que nos quede bien claro el sencillo modo de proceder del Dios Padre-Madre. Realmente es sencillo, lo es, por eso sorprende respecto al estilo humano precipitado y “juicioso”, no responde a nuestros esquemas. Su sencillez siempre nos sorprende.
“Un hombre sembró buena semilla... pero cuando produjo fruto apareció también la cizaña” (24-26). La buena semilla está sembrada en el campo del mundo porque así sucede en cada ser humano, en cada criatura, comunidad, realidad social y vital... Pero también es verdad, como dice la sabiduría popular, que “no somos trigo limpio”. La realidad humana está dañada por la presencia del mal, como lo está nuestro mundo y no podemos ser ingenuos e ignorarlo. Lo cual no significa dejarnos llevar por una visión negativa y desconfiada, por sistema, hacia todo y hacia todos.
Como cristianos hemos de ser personas responsables que tienen en cuenta los efectos del mal en nuestra propia vida, así como en los dinamismos sociales y en las estructuras del mundo en que vivimos. No podemos eludir nuestra mayor o menor implicación con el mal en nosotros mismos, ni en los entornos en que nos movemos e incluso en las macroestrucuturas de pecado creadas. No podemos lavarnos las manos, porque a Dios mismo no le es indiferente toda la maldad y los numerosos efectos que ejerce sobre sus criaturas, generalmente en los más indefensos. ¿Qué formas adopta en mi existencia el mal?, ¿cómo y cuando participo yo de las estructuras injustas?,¿de qué modo colaboro injustamente con mi entorno más cercano? Hasta aquí encontramos una profunda invitación a la lucidez por parte de esta Palabra.
“Entonces fueron los criados a decirle al amo: `Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?´” (v. 27a). Importante pregunta que estamos invitados a responder cada uno sin dejarnos envolver por el malestar de la presencia de la cizaña. ¿Acaso, Señor, no sembraste buena semilla en mí? ¿Y cómo no verla en mis hermanos? ¡Y qué abundante es el trigo de mi comunidad! ¡No cerremos los ojos al que hay enormemente plantado en esta sociedad de hoy en la que me corresponde vivir! ¡Cuantísimas hermosas espigas en la humanidad! Sé que se esconde y a veces me cuesta verlo.
Es preciso descubrir el propio trigo, el que hay en mi persona, mi vida, mi historia, mi familia, la humanidad entera. ¡Es urgente disfrutar de la bondad y la riqueza de mi propia existencia!
Pero también me corresponde descifrar el trigo de los que a simple vista me parecen cizaña porque o los considero adversarios o simplemente no me dan la razón.
¡Arriba el trigo! ¡Cuidadlo, mimadlo! ¡Que todos disfruten de nuestras hermosas espigas! ¡Que crezca la semilla sembrada y dé el cuarenta, el noventa, el doscientos por cien! 
“Los criados le preguntaron:`¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña?´”. Ellos preguntaron. ¡Qué fácil es y qué lógico nos parece querer acabar con lo que no se adecua a nuestro parecer o no concuerda con el modo de entender nosotros la vida. Juzgamos que lo distinto no vale, no sirve... Nuestra ira y las prisas nos pierden tantas veces... 
  “Pero él les respondió: `No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega´” (vv. 29-30) Dios lo tiene muy claro. Me gusta su “No” rotundo, convencido. Porque nos conoce, porque sabe realmente cómo somos y lo que ha depositado en nuestro campo, prefiere esperar. ¿Cuándo asimilaremos el modo de proceder de Dios? Ya nos dijo San Pedro que la paciencia de Dios nos salva (cf. 2 Pe 3,15). Y antes nos advirtió Jesús: “No juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt 7,1), enseñanza que recoge el apóstol más detalladamente: “No juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón: entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios” (I Cor 4,5), “porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. No tengáis miedo.” (Mt 10,26).  ¿Quién soy yo para juzgar al prójimo? (cfr. St 4,12).
Dios que confía en todo lo bueno de sus criaturas porque nos ha creado y “vio que todo estaba muy bien” (Gn 1,31) es “misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en piedad” (cfr. Sl 85,15). ¿Porqué no acoger la exhortación de Santiago a imitar el estilo de Dios: “Sed todos prontos para escuchar, lentos para hablar y tardos para la ira. Porque la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere” (St 1, 19-20)?
“Dejadlos crecer juntos” (v. 30). ¡Cuánto confía Dios en el ser humano y cuántas son las posibilidades de éste! Nunca tiene prisa con sus criaturas y siempre podemos volver a empezar. “El poder y la soberanía de Dios le hacen perdonar a todos. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia” (cfr. Sab 12,16-18), dice la primera lectura de hoy.
Con su modo de obrar, Dios nos enseña a ser justos, a ser humanos, a tener siempre en cuenta su bondad a la hora de juzgar y a esperar en su misericordia al ser juzgados. El poder de Dios se manifiesta en su perdón y su infinita misericordia, que no deja de derramar incesantemente sobre nuestras existencias. “El Señor que siempre espera para apiadarse y aguanta para compadecerse porque es un Dios recto” (Is. 30,18) alberga la esperanza de nuestra conversión a una verdadera caridad, hacia un corazón compasivo como el suyo. Esta es la perfección en Mateo, tener un corazón como el de Dios Padre-Madre que hace llover sobre el trigo y la cizaña permitiendo que crezcan juntos sin dejarse llevar por arrebatos de cólera.
Y si para Mateo la aspiración es a ser perfectos como el Padre, Lucas invita a ser compasivos, lo que indica que la perfección del Padre- Madre, su autoridad y soberanía son su compasión, y sólo un corazón compasivo y entrañable puede asemejarnos con nuestro Dios.
Si nos dejamos inundar y contagiar por la mirada de Dios sobre nosotros nos resultará más fácil tener paciencia con nuestra propia cizaña para continuar desarrollando entrañas de misericordia ante toda miseria. A veces, como Pablo, quisiéramos que nuestras espinas y malas hierbas desaparecieran, que Dios las arrancara... pero, como a él, también nos susurra al corazón: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Sin duda, se acrecentará nuestra comprensión hacia los otros si dejamos que Dios nos mire, quien nos ve siempre “recién resucitados, plenos en la plenitud del Hijo” como proclama el himno litúrgico.
¡Esforcémonos por descubrir la buena semilla que el Creador ha depositado en toda su obra! Contemplemos y aprendamos del corazón de nuestro Dios que “se compadece de todos porque todo lo puede, cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan, ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho”  (cfr. Sb 11,23-24a). 
Sin duda que toda la bondad y belleza de nuestras vidas son grano de mostaza que el Señor ha escondido en el jardín de su creación y levadura que haga crecer y fermentar la humanidad. No se cansaba Jesús de anunciar que el Reino estaba cerca (cfr. Mt 10,7) pero nosotros, sus discípulos, no podemos sino gritar que ya está presente. Sí, el Reino “está cerca de ti, lo tienes en tus labios y en tu corazón” (cfr. Rm 10,18b). Dios habita en nuestro mundo por su Espíritu. Dios impregna de su presencia la creación. La encarnación continúa en nuestra historia actual, personal, comunitaria, familiar... de la creación entera.
Quizás sintamos, e incluso nos pese (tentados porque todo ha de ser vistoso en nuestro mundo), que la levadura está muy escondida pero el Reino de Dios estalla ya en nuestro mundo; está presente en numerosos gestos de vida, de entrega, de verdad, de lucha por la justicia, de búsqueda de honestidad y lealtad, de relaciones más fraternas... No esperemos que el Reino deslumbre a nuestra sociedad, no lo hará. Ni el grano de mostaza ni la pizca de levadura son aparentemente sorprendentes pero la fuerza de la Vida, Dios, los hace fecundos. No busquemos que el mundo nos aplauda. Anhelemos sólo que Dios nos siga concediendo la fuerza del Resucitado para hacer presente su Reino, y en nuestro corazón anidará la verdadera alegría.
No tengamos miedo, el Señor está en medio de nosotros, en nosotros, haciendo crecer su Reino. “El se goza y se complace, nos ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sof 3, 17-18) pues, como decía Juliana de Norwich:
 “ a pesar de nuestra vida insensata
y de nuestra ceguera en esta tierra,
nuestro Señor nos mira siempre regocijándose en su obra”


3. Oramos



Una mirada lúcida y paciente
Señor de la siembra abundante,
Señor de las ricas y variadas semillas
escondidas en el terreno 
de nuestra frágil humanidad,
tú has sido felizmente generoso 
con cada criatura,
has esparcido tus granos 
en los más recónditos rincones de tu obra.
Y nada se libra de tu calor 
para que puedan granar las espigas.
 
Pero en nuestros campos,
Señor de la buena semilla,
ha germinado también la cizaña,
el mal ha despuntado con sus brotes
y ha oscurecido la belleza de la cosecha.
 
Sin embargo, tú, con tu infinita paciencia, nos salvas.
Tu mirar, Señor, es Amor.
Por ello te pido la gracia de una mirada gozosa
y misericordiosa sobre mi existencia
y sobre las vidas ajenas;
en particular una mirada serena
hacia aquellos que más me cuesta disculpar y comprender.
 
Dame vivir en paz con mi trigo y mi cizaña.
Dame el precioso don del discernimiento
para que distinga las malas hierbas de mi vida,
para que mire de frente el mal que habita en mí
y lo rechace sin desesperarme;
y cultive las simientes que sembraste en mí
y despunten a borbotones
las espigas de lo bueno, lo bello, lo verdadero, lo honesto.
 
Sí, concédeme una mirada lúcida y paciente,
como la tuya, Dios Padre y Madre.
Si tú, oh Dios, no condenas,
¿cómo voy a perder yo la calma?
Si tú esperas siempre,
¿no voy a confiar yo en mis hermanos?
Danos observar más allá,
y que la cizaña no nos impida contemplar
el trigo presente en los hermanos y en cada realidad.
 
He aprendido también que el Reino
no brilla como los letreros luminosos
ni atrae como los ídolos,
ni destaca por el lujo o la excentricidad.
El Reino crece silencioso,
pero desbordante y sorprendentemente.
Por eso, anhelo captar lo más hondo,
lo que se esconde en lo más cotidiano,
allí donde estás tú.
Danos ojos de fe para percibir los numerosos signos
de la presencia de tu Reino,
pues aunque no deslumbran
yo sé que el dedo de Dios ya está aquí.
 
Señor de la siembra y la cosecha,
Señor de la historia y del verdadero Reino,
concédenos que con nuestra mirada fija en ti
seamos semilla, mostaza, levadura...
Y que gozando de tu hermoso rostro
podamos danzar y cantar el día de la definitiva recolección.
AMÉN.