Con esta oportuna
contribución de Don Renzo Lavatori, durante muchos años profesor de la
Pontificia Universidad Urbaniana y ponente en las conferencias y seminarios de
la AIE,
Jesús revela la figura de Satanás
En los Evangelios sinópticos Satanás se identifica con el diablo, de
modo que podemos captar los aspectos fundamentales del pensamiento evangélico
sobre él.
En el relato de la tentación de Jesús en el desierto, después de su bautismo en
el Jordán, Marcos dice que Jesús fue tentado por Satanás, mientras que Mateo
utiliza el término diablo en toda la perícopa; sólo al final pone el término
Satanás en boca de Jesús, en vocativo, sin artículo: “Vete, Satanás” (Mt 4,10).
Lucas utiliza igualmente la palabra “demonio” a lo largo de toda la narración
(Lc 4,1-13).
En la respuesta de Jesús se indica la victoria que demuestra quién es el más
fuerte. El diablo es presentado en la figura de un personaje astuto, con una
voluntad decidida de impedir que el reino de Dios se establezca en la vida y
las obras de Cristo. Tiene a su disposición el dominio de este mundo.
El episodio, relatado por Marcos y Mateo, en el que Pedro es llamado “Satanás”
por Jesús (Mc 8,33; Mt 16,23), pone el término en vocativo, sin el artículo,
queriendo significar el sentido preciso de “adversario”, que en aquel momento
estaba representado por la persona de Pedro, quien se oponía a la misión
sufriente del Mesías deseada por Dios. De hecho, el término ha sido conservado
por la tradición para indicar al adversario por excelencia, al único
adversario, que es Satanás. Similar puede ser el valor de la frase de Lc 22,3:
“Satanás entró en Judas”, aunque en este caso se indica más la acción personal
de Satanás actuando en y a través de Judas.
Significativa es la perícopa sobre la disputa de los fariseos contra Jesús,
cuando le acusan de expulsar demonios en nombre de Beelzebul (Mc 3,22ss.
paralelo). Se utilizan diferentes términos para indicar la misma realidad del
demonio: Beelzebul como príncipe de los demonios (Mc 3,22); los demonios
(ibid.); Satanás (Mc 3,23; Mt 12,26); espíritu inmundo (Mc 3,30; Lc 11,24).
En el conjunto de la perícopa surgen algunos datos importantes sobre la figura
de Satanás. Se afirma la unidad del reino del mal bajo una sola cabeza, que es
Satanás o Beelzebul. Los endemoniados no se encuentran ante la disyuntiva de
adherir o rechazar el mensaje de Cristo, sino que están esclavizados por un
poder del que son liberados por la poderosa palabra de Jesús.
En el versículo de Marcos 3:27 se dice que el hombre fuerte (Satanás) es atado
por otro más fuerte, que es precisamente Jesús con su poder. De este modo,
Satanás es expulsado por Cristo (cf. Lc 10,17s). A la luz de esto, también
resulta más claro el testimonio inicial de Juan el Bautista, que presenta a
Jesús como “el más fuerte” (Mc 1,27).
La lucha entre Jesús y Satanás
En los Sinópticos, la lucha entre Jesús y Satanás se manifiesta
también en los relatos de numerosos exorcismos, tomados individualmente o
relatados en resúmenes (Mc 1,32-34; 3,7-12). Los exorcismos se diferencian de
otros milagros de curaciones físicas en que tienen características propias,
aunque no siempre es fácil determinar con precisión cuándo se trata de una
enfermedad o de una posesión diabólica. Sin embargo, es innegable que algunos
hechos relatan exorcismos, en los que Jesús realiza verdaderas liberaciones en
personas poseídas por el demonio.
La primera característica de los exorcismos radica en la posesión de un hombre
por el demonio, en virtud de la cual el hombre pierde su facultad personal de
decisión, realizando acciones extrañas y horribles (Mc 9,18.22).
La segunda característica viene indicada por la actitud de Jesús que no tiene
por adversario al hombre poseído, sino al mismo diablo. Esto se comprende por
el hecho de que tanto el demonio como Jesús manifiestan una ciencia particular:
el demonio reconoce a Jesús y teme ser dominado por él (Mc 1,24); Jesús lo
reconoce y lo amenaza, ordenándole que salga del hombre y no vuelva jamás (Mc
1,25). El diablo llama por “nombre” a Jesús Nazareno, el Santo de Dios (Mc
1,24); Jesús pregunta por el “nombre” de un espíritu inmundo, que responde: “Mi
nombre es legión, porque somos muchos” (Mc 5,9). Se trata de una relación entre
dos personas en conflicto. El demonio, por tanto, adquiere el valor de un ser
personal, no de un poder anónimo o simbólico.
Desde el conjunto de estos textos puede decirse que se da la debida
consideración a la presencia de Satanás entre los hombres y a su acción
maligna; sin embargo, nada se indica sobre su propio ser, origen y fin. Se
afirma que es fuerte y tiene poder; es inteligente y está a la cabeza de un
grupo compacto y unido. Su propósito es hacer que la humanidad perezca o sea
destruida, pero sobre todo luchar contra Jesús de Nazaret, a través de quien se
realiza el reino salvífico de Dios. Pero Jesús, con su poder y obediencia al
Padre, que el demonio intentó obstaculizar por todos los medios, venció el
poder del maligno.
El cristiano no debe temer
A pesar de la acción maligna de Satanás y de la lucha subsiguiente, el
cristiano no debe temer, porque Cristo ha vencido el poder del diablo mediante
su sacrificio (Hb 2,14) y es “fiel; los confirmará y los guardará del maligno”
(2 Tes 3,3), que será derrotado definitivamente con la llegada del reino de
Dios, cuando “el Dios de la paz aplastará muy pronto a Satanás, dándoles la
victoria sobre él.” (Rom 16,20), cumpliéndose así la profecía del Génesis, que
promete la victoria sobre la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el
talón». (Gn 3, 15). Dentro de tal esperanza, apoyada en la certeza del dominio
absoluto y universal de Dios, la acción de Satanás puede verse como una
oportunidad, aunque negativa, que permite poner en práctica el plan salvífico
de Dios. En este sentido, Pablo llama “enviado de Satanás” a la espina de la
carne que le atormenta para que no caiga en la soberbia (2 Co 12,7).
De las breves alusiones se desprenden los elementos esenciales de la
demonología: se constata la existencia de Satanás, sin precisar su figura
concreta ni entrar en especulaciones sobre su modo de ser, su identidad
ontológica, su origen. Sin embargo, se afirma claramente su acción negativa
contra cada cristiano y la comunidad. Por ello, hay que oponerse a su obra,
procurando no caer bajo sus asechanzas. Todo está puesto bajo la soberanía de
Dios, que quiere salvar a los hombres mediante el sacrificio de su Hijo, al que
todo debe someterse.
Pablo invita al cristiano a estar vigilante y a luchar contra los poderes
malignos, que actúan en el mundo y se oponen al reino de Cristo, pero con la
seguridad confiada de que el amor de Dios es más fuerte que cualquier fuerza
contraria, porque ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente
ni lo futuro ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra
criatura alguna podrá jamás separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, Señor
nuestro” (Rm 8, 38-39).