UNA NUEVA PRIMAVERA ESPIRITUAL


«Si se promueve la lectio divina con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia… La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón… No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino»

Benedicto XVI, 16 septiembre 2005


HISTORIA Y PASOS DE LA LECTIO DIVINA




INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO





martes, 29 de julio de 2025

Mensaje de Papa León XIV a los Influencer en ocasión del Jubileo.


 

martes, 22 de julio de 2025

La posesión demoníaca: psicosis, neurosis histérica o trastorno neuropsicológico(Ensayo únicamente clínico y no cristiano-interdisciplinar, sobre la posesión).



La posesión demoníaca, descrita por innumerables culturas a lo largo de la historia, sigue siendo actualmente un tema a discutir dentro del debate entre ciencia y religión. Este ensayo reflexivo, se ha propuesto analizar el fenómeno y abordarlo desde diversas perspectivas psicológicas que nos brinden una posible explicación lógica y coherente del suceso con el fin de esclarecerlo frente a las supersticiones de la cultura a través del método hermenéutico. Los signos de los posesos pueden deberse a otros factores, tanto neurobiológicos como psicológicos, como, por ejemplo, la aversión a los objetos religiosos y el surgimiento de una segunda personalidad, puede deberse a un cuadro de trastorno conversivo (neurosis) o presentarse en la esquizofrenia (psicosis), y la amnesia después del episodio puede deberse a la sobrecarga funcional del cerebro. Existen otros signos más complejos de explicar, como lo son el hablar en lenguas diferentes o la levitación; el primero lo trataremos descriptivamente desde el síndrome del idioma extranjero, que puede presentarse producto de factores neurológicos o en la misma psicosis, y la levitación podemos verla desde la física, con la llamada levitación magnética, a través de una hipótesis en la cual esta condición podría cumplirse en los seres humanos debido a la sobreexcitación cerebral que generaría cierto campo magnético. Finalmente, dentro de los aportes del psicoanálisis encontramos la neurosis como forma en que se manifiesta este fenómeno y damos por concluido que la posesión demoníaca se debe a dos sucesos neurosis o psicosis, recalcando la importancia del análisis del contexto para realizar criterios diferenciadores en nuestro diagnóstico psicológico.

Símbolos Satánicos que todo cristiano tiene que conoscer para poder discernir mejor.


 

miércoles, 16 de julio de 2025

El rey Salomón. Película Completa (2021)

 


El Maligno y Cristo en los Evangelios (Don Renzo Lavatori)


Don Renzo Lavatori, fue durante muchos años profesor de la Pontificia Universidad Urbaniana y ponente en las conferencias y seminarios de la AIE,

Jesús revela la figura de Satanás
En los Evangelios sinópticos Satanás se identifica con el diablo, de modo que podemos captar los aspectos fundamentales del pensamiento evangélico sobre él.
En el relato de la tentación de Jesús en el desierto, después de su bautismo en el Jordán, Marcos dice que Jesús fue tentado por Satanás, mientras que Mateo utiliza el término diablo en toda la perícopa; sólo al final pone el término Satanás en boca de Jesús, en vocativo, sin artículo: “Vete, Satanás” (Mt 4,10). Lucas utiliza igualmente la palabra “demonio” a lo largo de toda la narración (Lc 4,1-13).
En la respuesta de Jesús se indica la victoria que demuestra quién es el más fuerte. El diablo es presentado en la figura de un personaje astuto, con una voluntad decidida de impedir que el reino de Dios se establezca en la vida y las obras de Cristo. Tiene a su disposición el dominio de este mundo.
El episodio, relatado por Marcos y Mateo, en el que Pedro es llamado “Satanás” por Jesús (Mc 8,33; Mt 16,23), pone el término en vocativo, sin el artículo, queriendo significar el sentido preciso de “adversario”, que en aquel momento estaba representado por la persona de Pedro, quien se oponía a la misión sufriente del Mesías deseada por Dios. De hecho, el término ha sido conservado por la tradición para indicar al adversario por excelencia, al único adversario, que es Satanás. Similar puede ser el valor de la frase de Lc 22,3: “Satanás entró en Judas”, aunque en este caso se indica más la acción personal de Satanás actuando en y a través de Judas.
Significativa es la perícopa sobre la disputa de los fariseos contra Jesús, cuando le acusan de expulsar demonios en nombre de Beelzebul (Mc 3,22ss. paralelo). Se utilizan diferentes términos para indicar la misma realidad del demonio: Beelzebul como príncipe de los demonios (Mc 3,22); los demonios (ibid.); Satanás (Mc 3,23; Mt 12,26); espíritu inmundo (Mc 3,30; Lc 11,24).
En el conjunto de la perícopa surgen algunos datos importantes sobre la figura de Satanás. Se afirma la unidad del reino del mal bajo una sola cabeza, que es Satanás o Beelzebul. Los endemoniados no se encuentran ante la disyuntiva de adherir o rechazar el mensaje de Cristo, sino que están esclavizados por un poder del que son liberados por la poderosa palabra de Jesús.
En el versículo de Marcos 3:27 se dice que el hombre fuerte (Satanás) es atado por otro más fuerte, que es precisamente Jesús con su poder. De este modo, Satanás es expulsado por Cristo (cf. Lc 10,17s). A la luz de esto, también resulta más claro el testimonio inicial de Juan el Bautista, que presenta a Jesús como “el más fuerte” (Mc 1,27).

La lucha entre Jesús y Satanás
En los Sinópticos, la lucha entre Jesús y Satanás se manifiesta también en los relatos de numerosos exorcismos, tomados individualmente o relatados en resúmenes (Mc 1,32-34; 3,7-12). Los exorcismos se diferencian de otros milagros de curaciones físicas en que tienen características propias, aunque no siempre es fácil determinar con precisión cuándo se trata de una enfermedad o de una posesión diabólica. Sin embargo, es innegable que algunos hechos relatan exorcismos, en los que Jesús realiza verdaderas liberaciones en personas poseídas por el demonio.
La primera característica de los exorcismos radica en la posesión de un hombre por el demonio, en virtud de la cual el hombre pierde su facultad personal de decisión, realizando acciones extrañas y horribles (Mc 9,18.22).
La segunda característica viene indicada por la actitud de Jesús que no tiene por adversario al hombre poseído, sino al mismo diablo. Esto se comprende por el hecho de que tanto el demonio como Jesús manifiestan una ciencia particular: el demonio reconoce a Jesús y teme ser dominado por él (Mc 1,24); Jesús lo reconoce y lo amenaza, ordenándole que salga del hombre y no vuelva jamás (Mc 1,25). El diablo llama por “nombre” a Jesús Nazareno, el Santo de Dios (Mc 1,24); Jesús pregunta por el “nombre” de un espíritu inmundo, que responde: “Mi nombre es legión, porque somos muchos” (Mc 5,9). Se trata de una relación entre dos personas en conflicto. El demonio, por tanto, adquiere el valor de un ser personal, no de un poder anónimo o simbólico.
Desde el conjunto de estos textos puede decirse que se da la debida consideración a la presencia de Satanás entre los hombres y a su acción maligna; sin embargo, nada se indica sobre su propio ser, origen y fin. Se afirma que es fuerte y tiene poder; es inteligente y está a la cabeza de un grupo compacto y unido. Su propósito es hacer que la humanidad perezca o sea destruida, pero sobre todo luchar contra Jesús de Nazaret, a través de quien se realiza el reino salvífico de Dios. Pero Jesús, con su poder y obediencia al Padre, que el demonio intentó obstaculizar por todos los medios, venció el poder del maligno.

El cristiano no debe temer
A pesar de la acción maligna de Satanás y de la lucha subsiguiente, el cristiano no debe temer, porque Cristo ha vencido el poder del diablo mediante su sacrificio (Hb 2,14) y es “fiel; los confirmará y los guardará del maligno” (2 Tes 3,3), que será derrotado definitivamente con la llegada del reino de Dios, cuando “el Dios de la paz aplastará muy pronto a Satanás, dándoles la victoria sobre él.” (Rom 16,20), cumpliéndose así la profecía del Génesis, que promete la victoria sobre la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón». (Gn 3, 15). Dentro de tal esperanza, apoyada en la certeza del dominio absoluto y universal de Dios, la acción de Satanás puede verse como una oportunidad, aunque negativa, que permite poner en práctica el plan salvífico de Dios. En este sentido, Pablo llama “enviado de Satanás” a la espina de la carne que le atormenta para que no caiga en la soberbia (2 Co 12,7).
De las breves alusiones se desprenden los elementos esenciales de la demonología: se constata la existencia de Satanás, sin precisar su figura concreta ni entrar en especulaciones sobre su modo de ser, su identidad ontológica, su origen. Sin embargo, se afirma claramente su acción negativa contra cada cristiano y la comunidad. Por ello, hay que oponerse a su obra, procurando no caer bajo sus asechanzas. Todo está puesto bajo la soberanía de Dios, que quiere salvar a los hombres mediante el sacrificio de su Hijo, al que todo debe someterse.
Pablo invita al cristiano a estar vigilante y a luchar contra los poderes malignos, que actúan en el mundo y se oponen al reino de Cristo, pero con la seguridad confiada de que el amor de Dios es más fuerte que cualquier fuerza contraria, porque ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá jamás separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).Principio del formulario

Qué es la acción ordinaria del diablo y cómo contrarrestarla (P. F. Bamonte)


 Qué es la acción ordinaria del diablo y cómo contrarrestarla (P. F. Bamonte*)

La tentación del diablo no produce sus consecuencias devastadoras si nuestra voluntad humana, con la ayuda de Dios, se compromete a resistirla. En efecto, somos libres de aceptar o rechazar las sugerencias del diablo. Y Dios, por su parte, entre las diversas ayudas, nos da la posibilidad de saber distinguir entre lo que Él nos sugiere y lo que nos sugiere el demonio.

La catequesis de hoy del Papa Francisco nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la acción ordinaria del demonio. Corresponde a la tentación e implica a todos, sin excluir a nadie. La acción extraordinaria, como la vejación o la posesión, impresiona ciertamente por sus manifestaciones, pero es la ordinaria la acción diabólica más peligrosa, porque quiere llevarnos a la perspectiva definitiva y absoluta del sufrimiento eterno. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica en el n° 74 es claro: “Toda la obra de los demonios entre los hombres consiste en tratar de asociarlos a su rebelión contra Dios”.

Para elio, Satanás y los demonios estudian a fondo las debilidades de cada uno de nosotros actuando mediante la tentación sobre nuestra estera psíquica con la intención de alterar el juicio de nuestro intelecto y obtener el consentimiento de nuestra voluntad. Para tentarnos, se valen de dos poderosos aliados: la «carne» y el «mundo».

La «carne» es nuestra naturaleza humana herida por el pecado original y que sigue siendo vulnerable incluso después del bautismo, porque está inclinada al mal, el lenguaje tradicional denomina concupiscencia. El «mundo» no es simplemente el ambiente en el que vivimos o el género humano en general, sino, como escribe el evangelista Juan, aquellos que, con diversos grados de conciencia, viven separados de Dios, formando el grupo de los que, en efecto, sirven al «principe de este mundo», es decir, a Satanás, difundiendo el pecado en la sociedad.

Como nos ha recordado el Papa, el «mundo», incluidos los medios tecnológicos creados y gestionados por el hombre, nos presenta continuamente oportunidades para pecar, instigándonos a hacer lo contrario de lo que Jesus nos enseñó.

Así es como el demonio, a través del mundo, nos propone como amables e imitables escándalos y malos ejemplos, espectáculos corruptos, placeres y diversiones refinadas e inmorales.

Y al mismo tiempo siembra discordias, alienta guerras, crea divisiones, confunde las mentes incluso mediante ideologías revestidas de falso humanitarismo. Hoy utiliza los poderosos medios de comunicación social, medios y redes sociales, para orientar y condicionar el pensamiento de la humanidad contra Dios, separándolo de Su Amor.

Una tentación con la que Satanás siempre ha minado a los seres humanos, y que el Papa Francisco senaló en su catequesis, es la del esoterismo, el ocultismo, la brujeria y el satanismo. Satanás se esfuerza por hacer creer que a través de estas prácticas se puede obtener la elevación espiritual, poderes extraordinarios, la autorrealización y el cumplimiento de los propios deseos y la felicidad. En realidad, es exactamente lo contrario.

El hombre, al adherirse a la mentalidad mágica y a las prácticas ocultas, recorre el camino indicado por Satanás, pues crece cada vez más en su deseo de querer llegar a ser como Dios, asumiendo el antiguo reto de los ángeles rebeldes y poniéndose engañosamente en el lugar de Dios. Su caída en ese punto es inevitable.

En conclusión, no hay que olvidar nunca que la tentación diabólica no produce sus consecuencias devastadoras si nuestra voluntad humana, con la ayuda de Dios, se esfuerza por resistirla.

Nosotros, en efecto, somos libres de aceptar o rechazar las sugerencias del diablo.

Y Dios, por su parte, entre las diversas ayudas, nos da la capacidad de saber distinguir entre lo que Él nos sugiere y lo que nos sugiere el demonio.

San Pablo, en su carta a los Efesios, nos enseña cómo rechazar al demonio: «Revestios de la armadura de Dios, para que podàis resistir a las asechanzas del diablo» (Ef 6,11 ) y luego añade «sacad fuerzas del Señor» (Ef 6,10).

Hemos de ser vigilantes en la oración, asiduos a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, pasando frecuentemente tiempo con Jesús en la adoración eucaristica. En particular, debemos cultivar una verdadera devoción mariana, rezando amorosamente el Rosario y, unidos a la Virgen, cumplir bien nuestros deberes cotidianos con espíritu de fe y de amor hacia todos.

Si, por falta de vigilancia o por otra causa, a veces prevalece la tentación y caemos en el pecado, no debemos perder la esperanza. El Señor está siempre dispuesto a perdonar a sus hijos que, sinceramente arrepentidos, llaman a la puerta de su misericordia. Con este fin, instituyó el sacramento de la Confesión, que, recordémoslo, no sólo sirve para perdonar los pecados, sino que también es un medio para llevar a cabo la conversion permanente que necesitamos.

(*) Siervo del Corazón Inmaculado de Maria y vicepresidente de la Asociación Internacional Exorcistas

Sir Agenzia d’informazione


martes, 15 de julio de 2025

9 prácticas pastorales que debes evitar en la lucha contra el demonio, según el AIE

9 prácticas pastorales que debes evitar en la lucha contra el demonio, según el AIE (Asociación Internacional de Exorcistas). 

La Asociación Internacional de Exorcistas ha manifestado su preocupación por algunas prácticas erróneas, incluso llevadas a cabo por sacerdotes, que confunden a los fieles que buscan ayuda ante la posibilidad de ser víctimas de una acción extraordinaria del demonio.

La asociación, que reúne a unos 900 exorcistas del mundo, hizo esta advertencia en una nota publicada el 6 de enero en su sitio web, con el fin de “ofrecer las aclaraciones necesarias para poder operar bien en la provisión de la misericordia divina a través del Ministerio de Exorcismo”.

Ello porque se han detectado “algunas prácticas pastorales las cuales, en lugar de prestar un servicio al cuerpo herido de Cristo, aumentan su sufrimiento y le provocan desorientación”. En ese sentido, pide a los católicos tomar en cuenta estas observaciones “para evitar actitudes y métodos que no corresponden a la auténtica obra del Señor Cristo”.

El texto también señala que en los últimos años ha aumentado el número de personas que buscan a los exorcistas ante la duda o convicción de “ser víctimas de una acción extraordinaria del diablo”, sea la vejación, la obsesión, la posesión o la infestación.

Sin embargo, advierte que hay casos en los que esta creencia —que exige ser confirmada con un riguroso examen— suele ser sostenida “por personas que, sin poseer ninguna preparación específica en la materia y sin mandato del ordinario competente, actúan de manera inadecuada causando confusión en el pueblo de Dios”.

En ese sentido, la Asociación Internacional de Exorcistas alerta sobre las siguientes nueve prácticas pastorales erróneas que desorientan a las personas que buscan liberarse de la acción extraordinaria del Maligno:

1. La improvisación y el sensacionalismo

La asociación empieza por criticar la actitud de algunos sacerdotes, consagrados y laicos que, sin una formación adecuada y sin un mandato episcopal, “en lugar de remitir los casos de posible acción extraordinaria del Maligno” a un exorcista, llevan a cabo “caminos de liberación arbitrarios” que no son autorizados por el obispo.

“Más grave aún es cuando disuaden a los fieles de recurrir al exorcista oficial de su diócesis, sugiriéndoles que busquen otras figuras de exorcistas consideradas ‘más poderosas’ o apoyando la idea de una presunta acción demoníaca extraordinaria por ellos detectada”.

2. Centrar la atención en la obra del diablo y no en el Evangelio

La asociación señala que “es deplorable que algunos, en lugar de anunciar el Evangelio de Jesucristo que libera al hombre de la esclavitud del mal y del pecado, centren su atención exclusivamente en la presencia y obra del diablo”, haciéndoles creer que “la liberación depende únicamente de una repetición compulsiva de oraciones y bendiciones”, cuando la paz de Cristo “sólo puede obtenerse mediante una vida de caridad, alimentada por la Palabra de Dios, desde la oración, desde la frecuentación de los sacramentos de la Eucaristía y la Confesión y desde una auténtica devoción a la Virgen Inmaculada”.

3. El discernimiento negligente

La nota lamenta que algunos sacerdotes, incluso exorcistas, descuiden “el discernimiento serio y riguroso prescrito por el Praenotanda del Rito de los Exorcismos” y utilicen “criterios ajenos a la fe católica, validando conceptos de origen esotérico o new age”. Advierte que se trata de un enfoque “inaceptable y contrario a la fe y a la doctrina de la Iglesia”.

4. Las prácticas supersticiosas

La asociación también critica a quienes usan procedimientos supersticiosos, como la solicitud “de fotografías o ropa para reconocer posibles males”, así como tocar “determinados puntos del cuerpo de los fieles para ‘diagnosticar la presencia de entidades malignas’ o para ‘expulsar la negatividad’, o sugiriendo un uso indebido” de sacramentales como el agua, la sal o el aceite bendito “que algunos llaman ‘exorcizados’".

La nota advierte que “son actitudes incorrectas que alimentan la mentalidad y la práctica supersticiosas, dañan la dignidad del cuerpo, templo del Espíritu Santo, e inducen a un uso mágico de los objetos bendecidos”.

5. La implicación de figuras inadecuadas

La nota expresa que “es inaceptable que algunos sacerdotes o agentes pastorales colaboren con los llamados ‘psíquicos’ o presuntos carismáticos” enviándoles los fieles sufrientes, en vez de ponerlos en contacto con los exorcistas nombrados por los obispos.

“Peor aún, cuando es el propio exorcista diocesano quien delega en estas figuras la tarea que la Iglesia le ha confiado, es decir, la del discernimiento autorizado de una verdadera acción demoníaca extraordinaria”.

La asociación recuerda que el exorcista debe hacerse responsable de estos sufrimientos ajenos y “no omitir el tiempo de discernimiento personal (…) para verificar la posible acción extraordinaria del demonio” y así acompañar a sus víctimas.

6. Excluir las ciencias médicas y psicológicas

La nota explica que el exorcista no sólo sigue los criterios tradicionales para discernir si una persona padece una acción extraordinaria del demonio, sino que también se apoya en la experiencia de exorcistas consolidados y, en algunos casos, “del consejo de personas expertas en medicina y psiquiatría”.

Por tanto, enfatiza que no se puede “excluir a priori la consulta de las ciencias psicológicas y psiquiátricas, y de otras disciplinas positivas, que en algunos casos pueden ayudar a comprender el origen de males que no son necesariamente de origen preternatural”.

“Esta actitud no sólo es engañosa, sino que expone a las personas a riesgos inútiles, ignorando la contribución, a veces determinante, de las modernas disciplinas médicas y psicológicas”.

7. Declaraciones imprudentes y dañinas

La asociación llama a no caer en “el ansia de querer a toda costa identificar una acción demoníaca extraordinaria como causa desencadenante de una situación de sufrimiento”, sobre todo sin haberse realizado un discernimiento serio. Advierte que esta práctica es inútil y dañina.

8. Sobre los maleficios

En su nota, la asociación indica que a pesar de que se ha extendido la práctica de los maleficios, no hay que caer en “la actitud fóbica” de ver en estos el origen de todos los males y desventuras que pueden sobrevenirle a una persona.

Señala que “el sentido común y la experiencia enseñan, además, que cuando un mal podría haber sido realmente causado por un maleficio, concentrarse en su identificación” y asegurar a las personas que han sido víctimas es inútil e irrelevante para su liberación, así como perjudicial, pues comienzan a derramar “sentimientos de odio” hacia los presuntos autores de la maldición.

Al contrario, es importante centrar la atención de la persona “en los remedios de gracia que ofrece la Iglesia y en el camino cristiano a seguir”, enseñando la certeza de que “Dios no abandona a su criatura que está en la prueba, sino que de alguna manera sufre con ella y al mismo tiempo la sostiene y la consuela con su gracia”.

Asimismo, enseñar “la convicción de que todo sufrimiento, causado por cualquier mal que pueda golpearnos en la vida, si es aceptado con amor y ofrecimiento a Dios, convierte el mal en bien”.

9. La sanación intergeneracional (sanación del árbol genealógico)

La asociación también advierte sobre el error de la llamada “sanación intergeneracional”. Por ello, lamenta que “algunos sacerdotes e incluso algunos exorcistas” lleven a cabo esta práctica “como condición sine qua non, sin la cual no puede haber una curación o liberación, sin darse cuenta del daño que trae a su fe y a la de las personas, así como de las consecuencias que estas últimas pueden sufrir a nivel existencial”.

“Varios ordinarios locales y conferencias episcopales ya han intervenido en este ámbito, dando razones doctrinales que demuestran cómo esta práctica no tiene fundamentos bíblicos y teológicos”. La asociación pone como ejemplo la nota doctrinal de la Conferencia Episcopal Española.


Desterrar el miedo

Aparte de las anteriores prácticas, la nota de la Asociación también recuerda que los exorcistas están llamados a dejarse habitar por la paz de Cristo, rechazando toda forma de miedo, pues “cualquiera que sea el motivo que lo provoca, cuando se cultiva conduce al debilitamiento de la fe y a la pérdida de la confianza en Dios”.

El diablo usa el miedo “para reducir al hombre a la esclavitud”, por ello, un sacerdote que temiera al demonio “en el ejercicio de su Ministerio o en su vida diaria no podría ejercer el Ministerio del exorcista sin exponerse a graves peligros para su vida espiritual, sobre todo si, en lugar de cultivar la confianza y el abandono total de sí en las manos misericordiosas de Dios, buscase de afrontarlo con prácticas más o menos supersticiosas”.

“En la Biblia, la invitación de Dios a no tener miedo resuena al menos 365 veces”, destaca.

El exorcismo es experiencia de Dios y de alegría

La nota de la asociación señala que ciertas películas han contribuido a crear “una idea oscura, inquietante y aterradora del sacramental del exorcismo”, así como a alimentar “una curiosidad enfermiza hacia lo sobrenatural”.

Sin embargo, asegura que la experiencia muestra que este Ministerio “está impregnado de una profunda alegría”, pues sus miembros son testigos de “la poderosa acción de Cristo Resucitado” y de la intercesión de la Virgen Inmaculada, de los santos y beatos, y de los ángeles, “fieles servidores del Altísimo”.

“La tarea principal de todo exorcista será, por tanto, dar paz y esperanza, evitando cualquier gesto o comportamiento que cause confusión y alimente el miedo, siguiendo la invitación del Apóstol: ‘Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo’”, señala la Asociación Internacional de Exorcistas.

domingo, 13 de julio de 2025

Síndrome Demonopático y Doble Personalidad


Síndrome Demonopático de Doble Personalidad

José Antonio Fortea Cucurull

Preámbulo

No es otro mi propósito con este escrito que el hacer una descripción y análisis de un síndrome que por su incidencia casi nula no viene descrito en ningún tratado de psiquiatría, pero que cuando afecta a un paciente se aprecia con claridad por parte de los especialistas que no se adapta a ninguno de los esquemas existentes hoy día para catalogar las patologías psiquiátricas. (Aunque en el DSM, en dos apartados, vienen descritas sucintas características de las que después haré detallada mención.) El autor del presente estudio psiquiátrico no pretende convencer a nadie de la supuesta etiología de carácter espiritual que los teólogos achacan a este fenómeno que ellos denominan como posesión demoniaca. El análisis que se va a realizar en esta exposición (análisis primero de las características generales de esta afección y después de la descripción de un caso particular) nos debería llevar a la conclusión de que sea cual sea el origen y consideraciones que nos merezca la afección, debe admitirse que se trata de una patología sui generis que merece una clasificación específica dentro de los tratados de psiquiatría. No hacerlo de esta manera supone tener que disgregar sus características descriptivas a lo largo y ancho de los criterios diagnósticos de otras muchas enfermedades. A través de las páginas siguientes me referiré a este síndrome con el nombre de posesión, por abreviar y por ser éste el modo más comunmente conocido y que menos se presta a equívocos.

Dado que la descripción de este fenómeno será meramente psiquiátrica, dejando otras consideraciones al ámbito de la discusión teológica, y dado que por tanto esta descripción se fijará de modo exclusivo en lo verificable en la exploración médica, se omitirá la descripción de los fenómenos más extraordinarios que vienen anejos a este fenómeno en la literatura general sobre ese tema. Y puesto que en estas páginas este fenómeno se va a analizar desde el punto de vista psiquiátrico, me referiré a él meramente como enfermedad, sin entrar en discusiones acerca de que el mero hecho de elegir entre la palabra fenómeno o patología ya supone una toma de posición. Criterios diagnósticos Todos hemos escuchado de el comentario genérico de que lo que antes se creía que era posesión ahora ya se sabe que en realidad es enfermedad psiquiátrica. Ahora bien, ¿qué enfermedad? La posesión, tal como aparece en la literatura sobre el tema, así como en los casos actuales que pretenden ser casos de posesión, presenta un cuadro diagnóstico bastante concreto. Por eso, antes de nada, para saber de qué estamos hablando conviene presentar el criterio diagnóstico de lo que podríamos denominar posesión típica:

1.-Ante lo sagrado o lo religioso se da una gama de sensaciones que van, según el sujeto, desde el fastidio hasta el horror, desde la leve expresión de molestia hasta la manifestación de ira y furia.

2.-En estos casos más extremos, el horror lleva a accesos de furia, acompañados normalmente de blasfemias o insultos dirigidos hacia el objeto religioso que se ha situado en la proximidad.

3.-El enfermo en los episodios agudos de manifestación de ira furiosa, pierde la consciencia. Cuando vuelve en sí no recuerda nada. La amnesia es total y absoluta. Sin embargo, aunque no recuerde nada el sujeto durante el episodio ha padecido un cambio de personalidad mientras ha durado esa crisis de furia. Durante esa crisis una segunda personalidad emerge.

4.-Esa segunda personalidad siempre tiene un carácter maligno. Es frecuente que durante esos momentos las pupilas se vuelvan hacia arriba, o hacia abajo, dejando los ojos en blanco. Los músculos faciales se ponen frecuentemente en tensión. También las manos muestran crispación. En esos momentos de crisis, la persona articula la voz llena de odio y rabia.

5.-Acabada la crisis furiosa, la persona vuelve lentamente a la normalidad, el tránsito de vuelta a la normalidad es prácticamente similar en cuanto al tiempo y al modo al tránsito que se observa de la vuelta del estado de hipnosis al estado normal de conciencia.

6.-Fuera de las crisis furiosas en que emerge la segunda personalidad, la persona lleva una vida completamente normal, sin que esta patología afecte para nada ni a su trabajo ni a sus relaciones sociales. El sujeto aparece como una persona perfectamente cuerda. En todo momento distingue perfectamente entre la realidad y el mundo intrapsíquico, no observa una conducta delirante.

7.-En algunos casos sí exponen cosas que parecen alucinaciones sensoriales (concretamente exponen que, esporádicamente, ven sombras, sienten una difusa sensación extraña en alguna parte concreta del cuerpo u oyen crujidos). Por el contrario no oyen voces internas, ni sienten que algo les corre bajo la piel.8.-No se observa ningún antecedente familiar que pudiera hacer pensar en patologías mentales con base genética.

Hay que añadir que no se puede considerar dentro de este campo de la posesión los casos en que el sujeto meramente dice sentir una presencia. En la mayor parte de los casos estos fenómenos de posesión se producen tras participar en algún tipo de rito esotérico: ouija, práctica de espiritismo, santería afrocubana, macumba, vudú, etc. Este tipo de personas, tal como se ha mencionado en el punto 7, sufren alucinaciones sensoriales siempre con una temática muy precisa (la referida en el citado punto) pero no se ven afectadas por ningún tipo de delirio. Por el contrario hay una total ausencia de construcción patológica de conjuntos de ideas que puedan justificar ese tipo de trastornos explicados en los ocho puntos anteriores. El paciente mantiene un razonamiento claro, y se muesta sumamente crítico respecto a los síntomas que él mismo describe al médico. Es muy frecuente que comience su exposición al especialista con las palabras "va a pensar que estoy loco", "no me va a creer" o "no sé por donde empezar". El mismo paciente es el primero en reconocer que su discurso va a resultar poco digno de crédito. El enfermo sitúa perfectamente en el tiempo el inicio de sus trastornos. Y suele referir como causa de ellos la partipación de ese rito esotérico.

Cuando se dice de alguien que es un psicótico caben varias definiciones, "la definición más limitada de psicótico se restringe a ilusiones o alucinaciones notables, con las alucinaciones teniendo lugar con ausencia de conocimiento de su naturaleza patológica" . Como se ve no acaba de encajar este tipo de pacientes en el concepto de psicótico ya que mantienen una continua conciencia crítica respecto a los trastornos que refieren. Podríamos decir que la posesión tiene algún ligero aspecto en común con la esquizofrenia paranoide. Dado que la característica esencial de una esquizofrenia de tipo paranoide es la presencia de notables ilusiones o alucinaciones en el contexto de una relativa preservación de la función cognitiva y afectiva .

El punto 7 (expuesto anteriormente) daría la impresión de que este tipo de pacientes entrarían en la clasificación para este tipo de enfermedad. Aunque hay que hacer notar que ese tipo de alucinaciones en estos casos mantendrán una temática y una incidencia constante. Aunque transcurran varios años, las alucinaciones no cambiarán de temática, ni tampoco variarán en su frecuencia. Frecuencia tan irrelevante que no llevarán a catalogar al que las padece de persona esquizoide. En este tipo de enfermos esta patología alucinatoria en ningún caso deriva hacia el delirio.

Lo verdaderamente relevante, el factor predominante, será el hecho de que en los momentos de mayor furia en los que emerge esa segunda personalidad da todos signos el paciente de sufrir un desorden disociativo de la personalidad. La presencia de una identidad distinta que toma control sobre la conducta de la persona entra plenamente en la descripción de esta patología de la disociación. Esta segunda identidad siempre aparece con unos rasgos muy fijos: hablará con rabia, con ira, exponiendo un gran odio hacia todo lo relativo a la religión, y hablará además con la expresión facial manifestando una gran tensión. En unos pacientes esta segunda identidad es locuaz en cuyo caso manifiesta una gran procacidad en su vocabulario y expresiones blasfemas. En otros pacientes esta segunda identidad es casi muda, hablando en contadas ocasiones y de un modo extremadamente lacónico, sus intervenciones cargadas de odio y tensión tienen en común con el tipo anterior en que la voz cambia por efecto de esa ira contenida.

Hablando de la generalidad de las patologías de personalidad múltiple se asume un segundo rol de modo inconsciente, fruto de la profunda asimilación inconsciente de esa segunda personalidad puede venir la prontitud y coherencia de las respuestas adecuadas. Pero hay que hacer notar que en los enfermos de posesión esta segunda identidad siempre presenta los mismos rasgos, aunque dividida en esos dos tipos citados (personalidad locuaz o muda). ¿Cuales son esos rasgos? Esa segunda personalidad exclusivamente se manifiesta en los momentos de furia que producirán la amnesia de lo dicho y realizado durante esa crisis. Esa segunda personalidad siempre es maligna. Y, por último, manifiesta una terrible aversión a todo lo sagrado (personas, objetos o palabras).

El horror que sienten los posesos hacia todo lo sagrado, no supone ninguna fobia específica. Ya que incluso si apareciera como síntoma aislado completamente desligado a todo el cuadro de síntomas que acompañan a este síndrome aparecería claro que ese rechazo no es que provoque ansiedad, sino una reacción automática de ira. El poseso no manifiesta una ansiedad provocada por una exposición a cualquier objeto, persona o palabra sagrada. Sino que esa exposición es causa de emergencia de la segunda personalidad. Al no existir fobia tampoco ese rechazo provoca ningún desorden obsesivo-compulsivo, ni tampoco ese rechazo da lugar a ningún tipo de ritual de evitación (usada aquí la palabra ritual en su sentido psiquiátrico; dado el tema que tratamos la aclaración no es ociosa).

El pensamiento en todo momento (salvo en los momentos de trance) es claro, y esa es otra característica que suele llamar la atención de los especialistas que atienden a estos pacientes: la claridad de pensamiento, la capacidad de autocrítica, coexistiendo con los otros rasgos patológicos que por su gravedad deberían conllevar una evolución hacia una profunda desestructuración de la personalidad y el raciocinio.

Recapitulando, si un psiquiatra no supiera nada de posesiones, los síntomas que observaría en un poseso típico le llevarían a ver en él un desorden disociativo de la personalidad que provoca alucinaciones sensoriales (escasas), una aversión aguda a lo sagrado, junto con agitaciones propias de una crisis histeriforme.

Como se ve un complejo conjunto de síntomas, todos ellos en un mismo sujeto y manifestándose con simultaneidad. Ello nos lleva a rechazar las clasificaciones simplistas de aquellos que, sin haber visto un caso real, sentencian que se trata de tal o cual enfermedad mental. El cuadro sintomatológico aquí definido refleja un síndrome tan especial que no se lo puede encuadrar sin más en tal o cual apartado de la patología psiquiátrica. Hay que admitir que nos encontramos no ante un desorden mental simple, sino ante un síndrome para el que hay que buscar un lugar específico dentro de la catalogación médica. Y digo un síndrome porque es un conjunto de signos y síntomas que existen a un tiempo y definen un cuadro morboso determinado. Cuadro morboso que se repite de un modo milimétrico en los pacientes que lo padecen y cuya simultaneidad en la concurrencia de esos rasgos (antes descritos) llevan a la perplejidad a los especialistas que los atienden.

Por lo tanto, es totalmente inadecuado hablar de este hecho como esquizofrenia, psicosis, y mucho menos como epilepsia, porque el cuadro entero no encaja en la catalogación de cada una de estas enfermedades. Este síndrome sólo encaja en pequeñas partes de la sintomatología de esas otras patologías. Pienso que el mejor término, puesto que hay que crear una denominación ex profeso, sería síndrome demonopático de disociación de la personalidad. Cuestiones terminológicasEl DSM, en el Apéndice I, ofrece un glosario de síndromes relacionados con culturas étnicas detérminadas , en la pg 849 aparece el término zar al que se da la siguiente definición descriptiva: Un término general de Etiopia, Somalia, Egipto, Sudán, Irán y otras sociedades del Medio Oriente aplicado la experiencia de espíritus poseyendo a una persona. Las personas poseídas por un espíritu puede experimentar episodios disociativos que pueden incluir gritos, risas, golpes de la cabeza contra la pared, cantos o llantos. Las personas pueden mostrar apatía y apartamiento, rehusando comer o el llevar a cabo las tareas diarias, o pueden desarrollar una relación a largo plazo con el espíritu que los posee.

Pero mucho más importante que ese término, que había que reseñar ya que esa obra hace mención, el DSM en el apartado 300.15 dedicado a los desórdenes no especificados de otra manera (pg 490) trata de un modo confuso y mezclado con otros desórdenes, el cuadro que aquí se ha presentado de un modo detallado. Ese apartado trata este tema de un modo sumario esta cuestión, y ya advierte que hay casos en que la característica predominante es un síntoma disociativo (...) y que [sin embargo] no concuerdan con los criterios de ningún desorden específico. Es interesante observar lo categóricos que se muestran algunos especialistas en clasificar el síndrome que he descrito (y de los que ellos sólo han tenido referencias) como una mera y simple disociación, cuando el mismo DSM, ante la evidencia de casos conocidos de primera mano, advierte claramente que hay casos que escapan a los criterios de la misma clasificación que acaba de hacer. Y de modo expreso el DSM menciona la posesión (al final del punto 4 del apartado 300.15) como un tipo de trance en el que la característica predominante es esa disociación de la personalidad pero cuyas características no coinciden con los criterios dados para ningún tipo de desorden de disociación.

Lo denominemos como lo denominemos hay que convenir que clasificarlo en otra de las categorías hasta ahora existentes es podar el fenómeno de muchos de sus elementos específicos. Por eso es más adecuado crear un término específico para una realidad específica. No basta con decir que es una patología demonopática pues son muchos los desórdenes psiquiátricos en los que el enfermo cree ser un demonio, o que la persona con la que convive se ha transformado en un demonio, o que oye voces de demonios, etc.

Tampoco basta con decir que es una mera disociación de la personalidad, porque la disociación aquí descrita presenta un cuadro demasiado sui generis en las características que la acompañan (vg. fase convulsiva sin pérdida de conciencia, una fobia exacerbada en medio de una crisis de apariencia histeriforme). Sin embargo, esa disociación de la personalidad, con ser sólo un síntoma diagnóstico más, es el más específico de la posesión. Así que por ello creo que psiquiatricamente el término más adecuado sería, como ya he dicho antes, síndrome demonopático de disociación de la personalidad, incluyendo en la palabra síndrome todas las fobias específicas y los otros aspectos de los que he hablado. Creo que de todos los términos es el más descriptivo de sus características esenciales. El adjetivo demonopático no aparece en vano, ya que designa el tema con el que cursa la enfermedad, y es necesario mencionarlo parra evitar confusiones con el término desorden de trance de disociación que se menciona en el DSM (apartado 300.15, punto 4, pg 490) y que se prestaría a confusión con otros casos, puesto que hay trances (por ejemplo, los hipnóticos) en los que se puede producir esa disociación temporal e inducida y que nada tienen que ver con el cuadro aquí descrito. El que se añada el término de disociación de personalidad también es necesario. Pues además de ser la característica más patente y predominante en esta enfermedad, nos ayuda a no confundir esta patología con otras en que el enfermo cree estar poseso pero cuyo cuadro es claramente esquizoide. El esquizoide presentará quizá un cuadro histriónico, un cuadro obsesivo y su pensamiento aparecerá desestructurado, características estas radicalmente diferentes al cuadro que presentan los afectados del síndrome ya descrito.Análisis de un caso concretoLa paciente, universitaria de una carrera de ciencias, había llevado una vida completamente normal sin presentar el más mínimo problema psicológico. De pronto esta chica que no había manifestado ningún interés ni acercamiento hacia el mundo de lo esotérico, de lo demoniaco o del espiritismo, comienza a sufrir una aversión inexplicable hacia las oraciones que su madre diariamente rezaba en casa (el rosario, concretamente). La madre sí que era una persona religiosa, sin que su religiosidad fuera más allá de lo normal. La chica era religiosa, aunque de un modo moderado y sin presentar ninguna característica anormal en su práctica.

En este tipo de ambiente normal, la madre queda muy sorprendida por la repulsión repentina que un buen día aparece en la hija hacia cualquier tipo de oración que se realize en la casa, oraciones de la madre en las que la hija no participaba. Desde el día de la aparición súbita de esta aversión no pasan demasiados días hasta que se dan episodios de trance. Sin que esos trances tengan ningún tipo de pasos previos que los preparen. La chica al volver en sí sufre amnesia total de esos episodios de trance. En las semanas sucesivas, los trances irán seguidos de episodios de furia, gritos y agitaciones. Agitaciones muy violentas sobre el suelo o la cama. Durante esas agitaciones y trances la chica tiene los ojos cerrados, pero si los abre los ojos están en blanco.

Todos estos episodios llevan a la madre a pedir asistencia religiosa para su hija. El obispado de su lugar de residencia pedirá que se examine psiquiátricamente a su hija. Los dos psiquiatras que la examinarán se encontrarán con una chica que en su examen no manifiesta ningún signo de anormalidad psicológica. Sus relaciones sociales no han sido alteradas para nada, ni su trabajo en la universidad. Los hechos que refiere la madre se mantienen en el más absoluto secreto tanto en el círculo de amistades como familiar., Incluso esos hechos de los que dice ser testigo la madre, la misma hija no puede referirlos a los psiquiatras que la examinan porque muestra total desconocimiento de ellos. O la hija sufre amnesia de lo realizado en trance por sufrir un trastorno de personalidad, o bien la madre los ha distorsionado o inventado. Sin embargo, un tercer testigo de esos trances que desembocan en crisis furiosas en que emerge la personalidad maligna, convence a los psiquiatras de la veracidad de esos episodios de trance. El tercer testigo de esos episodios aparece cuando la madre convence a la hija para ir a ver a su párroco. Al ser bendecida por él con una simple bendición, la chica al instante se revolcará por el suelo de la iglesia en medio de furiosas agitaciones y gritos.El caso es complejo pues no aparece nada que ponga en duda la perfecta salud psicológica de la chica, salvo el hecho de esos episodios disociativos de los que ya hay dos testigos, aunque esos episodios de trance los psiquiatras no pueden provocarlos y por lo tanto de ellos sólo tienen referencias. Sólo esas referencias, frente a la chica que al ser examinada por los especialistas no manifiesta ni alucinaciones, ni delirio, ni siquiera una mera preocupación por el tema demoniaco.

El asunto se despacha como una mera sugestión inducida por la madre. Sugestión que late de modo inconsciente. Dada la perfecta normalidad de la vida cotidiana de la chica y la total ausencia de problemas que refiera la paciente que puedan servir de asidero a los psiquiatras para comenzar algún tipo de terapia o tratamiento. Dado, además, que la chica lleva una vida completamente normal, no aconsejan ningún tipo de tratamiento. El autor del presente escrito analizó este caso durante nueve meses, corroborando la versión de la madre. La chica efectivamente manifestaba una psicología perfectamente normal, no mostrando contacto psicótico en ningún momento. Pero bastaba ponerla en contacto con determinadas oraciones para que de un modo automático entrara en trance, y después emergiera esa segunda personalidad de carácter maligno y, finalmente, comenzara una fase de convulsiones terríblemente violentas acompañadas de gritos estentóreos. El síndrome demonopático de disociación de personalidad se cumplía en esta chica hasta en sus más mínimos detalles en perfecta coincidencia a como viene descrito en otros casos actuales descritos en otros países: la sucesión en esos episodios de trance de momentos de calma con los de furia, la prolongación de esos episodios el tiempo que continuaran las oraciones (aunque se tratara de tres horas seguidas), las características faciales (tensión muscular, ojos en blanco), las características de esa segunda personalidad antes explicadas, etc.

No se ofrece en este trabajo la evolución de este caso ni su final, porque todavía lo padece y porque su evolución patológica ha sido nula. La chica padece esos episodios desde hace tres años sin que se perciba cambio alguno significativo en la frecuencia de los trances y sus manifestaciones disociativas.Los profesores de psiquiatría que han venido a examinar este caso a invitación mía hasta ahora han sido seis. Tres manifiestan su conformidad con los principios generales expuestos en este escrito y tres consideran a esa chica sólo como un caso más de trastorno de personalidad. Cinco de los seis psiquiatras consideraron que los exorcismos acabarían con el mal que sufría la chica. Tres psiquiatras porque consideraban que su etiología no era psiquiátrica, y dos porque consideraron que esta terapia exorcística tendría un efecto de expulsión del mal, sin poder aclarar muy bien qué mecanismos concretos de la psique son los que provocan esta "curación".

Incidencia y criterios terapéuticosEl autor de este escrito, en cinco años de rececpión de pacientes alegando padecer posesión, sólo ha hallado cuatro casos que encajaban con el síndrome descrito. Esta incidencia después de examinar a cientos de personas que alegaban posesión muestra que la incidencia de este síndrome es verdaderamente mínima, y que cada caso puede seguir siendo considerado como excepcional.

Pero una de las razones por las que estos casos deben ser considerados una patología sui generis, es porque ningún tipo tratamiento farmacológico ofreció el más leve resultado. Tampoco las terapias no farmacológicas han obtenido mejora alguna en este tipo de casos. Se refieren mútliples casos en varios países (espcialmente en Italia y Estados Unidos) en los que los afectados por este síndrome han quedado curados después de oraciones litúrgicas de exorcismo. Algunos psiquiatras han aceptado la posibilidad de esta efectividad terapeútica alegando que esas oraciones litúrgicas pueden desencadenar un proceso de "expulsión" del mal a través de un entorno que convenza al paciente de que se le ofrece una especie de catarsis. El exorcismo en estos casos haría las veces de una terapia psicoanalítica.

Aun respetando tal tesis, me gustaría decir que un entorno que reforzara el delirio lo único que haría sería agravar la afección. Los exorcismos vistos desde esa perspectiva sólo supondrían un refuerzo externo que daría apariencia de objetividad a ese mal ante los ojos del mismo enfermo y sólo podría tener como resultado que el desajuste entre realidad y percepción patológica de esa realidad se distorsionase más.

Por el contrario, el estudio concreto de cualquiera de estos pacientes lo que lleva es a la convicción de que si esto se trata de una patología mental, supondría una desesctructuración profundísima de la mente del paciente, tan profunda, tan radical, de eclosión tan repentina que no parece de ningún modo razonable que con una mera escenificación ritual de expulsión del mal se cure.

Conclusión No hay campo de la psiquiatría como el que acabamos de estudiar en el que los esquemas preconcebidos del estudioso condicionen de un modo más evidente los caminos de explicación de este síndrome aquí descrito. De hecho esos esquemas previos suponen ya un punto de partida del que partirán explicaciones en direcciones opuestas. Independientemente de lo que cada uno opine acerca de la etiología del cuadro descrito, una definición cada vez más clara de los rasgos de este síndrome supondrán una base objetiva para discutir acerca de las causas de él y la terapia a seguir en estos casos. Lo que de ningún modo es aceptable ya, es seguir escribiendo y disertando sobre este tema sin invocar casos concretos. Todas las explicaciones que de esta materia hasta ahora se han hecho hablando de casos esquizoides (de pacientes que creen estar posesos) o de disociación de personalidad (en los que faltaban los rasgos 3, 4 y 6 antes descritos) pueden ser valiosas e incluso brillantes, pero evidentemente no estamos hablando de lo mismo. Confío en que posteriores estudios académicos pondrán cada vez más de relieve la singularidad y peculiaridad de este síndrome, y que estos estudios supondrán un terreno común para todos en orden a la discusión acerca de estos casos.


Apéndice

Psiquiatría y Teología

El trabajo anterior se ha movido en el campo objetivo de la sola psiquiatría, sin embargo, ahora querría añadir algunas cosas en relación a campos ya extrapsiquiátricos.

Hasta ahora, todos los psiquiatras tienen la invencible impresión de que la versión oficial dentro de la psiquiatría es negar la especificidad de este síndrome que he descrito. Hablo de la especificidad, y solamente de eso, ya que aceptar el carácter sui generis de este tipo de casos, no supone tener que aceptar su etiología sobrenatural. De forma que ha de quedar muy claro que ateos y agnósticos pueden aceptar el cuadro descrito antes sin tener por ello que aceptar causas extramentales en su aparición. Pues bien, todos los psiquiatras tienen la impresión de que la verdad incontestable dentro de la psiquiatría es negar la existencia de casos (por pocos que sean) que confirmen la existencia de un síndrome sui generis resistente a toda terapia. Sin embargo, hay que recordar que es una impresión errada (en la teoría, no en la práctica). Es errada en la teoría porque el DSM, como los otros grandes tratados, describen los rasgos que proporcionan un medio estructural de organizar las patologías en categorías determinadas. Pero nunca por parte de sus autores se ha tenido la pretensión de que al menos como mera posibilidad no hubiera algún caso verdaderamente extraordinario que escapase a esas categorías. Y más, cuando explícitamente el DSM en el apartado 300.15 refiere de un modo sutil que hay casos que escapan a las categorías descritas, o dicho de otro modo que puede que haya más cosas entre el cielo y la tierra de las que dice tu filosofía, Horacio. Sin embargo, el DSM ha encontrado dogmáticos defensores de que toda verdad se encierra entre estas páginas, entre estas categorías, defensores tan entusiastas, que sin duda sorprenderían a algunos de los mismos redactores del citado manual.

Sin que nadie abandone sus esquemas previos acerca de la existencia o no de eso que llamamos espíritu, sí que hay que ponerse de acuerdo en el campo de los criterios diagnósticos de este síndrome, campo objetivo y externo (a las causas) que supone un terreno común para todos independientemente de los esquemas preconcebidos desde los que se aborde el análisis de la etiología. Y digo que hay que llegar a un consenso en este campo externo y objetivo, porque lo que no puede seguir sucediendo es lo que ha venido sucediendo hasta el día de hoy. Lo acepten o no los excépticos de la especificidad de este síndrome, una parte de los pocos verdaderos casos de posesión que han llegado a manos de psiquiatras, han sido posteriormente remitidos por parte de éstos a sacerdotes. Esta una realidad. Una realidad, no una teoría. Los mismos psiquatras de un modo oculto (dada la presión de lo que se da por supuesto que es la verdad oficial) envían en Estados Unidos e Italia estos casos a los sacerdotes. Insisto en que esto no es una teorización acerca de esta patología, sino una realidad. En la mayor parte de los casos son los familiares tras años de fracasos en la terapia psiquiátrica, los que acuden al sacerdote. Pero en otros, son los especialistas los que hablan de forma privada con un sacerdote y le remiten el caso. Aquí, en España, me he llegado a encontrar con una paciente que me vino con un informe psiquiátrico de la Seguridad Social en el que expresamente se decía por escrito que aquella mujer no presentaba ninguna patología mental y que convenía que la viera un experto de la Iglesia en materia de exorcismos.

El hecho es éste, los psiquiatras remiten casos a sacerdotes, pero la presión de la verdad correcta abruma a esos especialistas a mantener el más riguroso secreto para no desprestigiarse ante sus colegas. Estas encarecidas peticiones de secreto por parte de los especialistas psiquiátricos privan de la posibilidad de un estudio público de los pocos casos que hay sin que sus protagonistas sufran en su consideración profesional por avalar el hecho de que ese paciente sufre una posesión, y que se curó definitivamente tras una oración litúrgica. Hacer de notario de esta realidad supone tener que afrontar situaciones profesionales muy incómodas. La verdad oficial pesa mucho, la realidad va por su cuenta desde hace muchos años.

Guste o no, así son las cosas. La apelación por parte de especialistas de la psiquiatría a sacerdotes es una realidad. Y a pesar del secretismo con que se lleva este tipo de recursos extrapsiquiátricos, el síndrome anteriormente descrito queda curado definitivamente con una simple oración (aunque ésta tenga una extensión de horas y dividida en varias sesiones). El hecho es tan políticamente incorrecto que ningún especialista quiere poner en ridículo su prestigio abalando casos de este tipo. Los psiquiatras alabarán la función realizada por el sacerdote, le estrecharán la mano felicitándole por la resolución repentina del caso que le han llevado después de meses infructuosos, pero acabarán pidiéndole encarecidamente que guarde total reserva acerca de su nombre. No hace falta que le explique las consecuencias que para mi carrera tendría el que esto se hiciera público, le dicen al despedirse. Si a todo lo dicho se añaden los múltiples testimonios de fenómenos preternaturales (glosolalia, xenoglosia, conocimiento telepático de las órdenes dadas por el exorcista, vómitos de objetos, e incluso algún fenómeno de levitación), testimonios concordes de varios testigos ajenos al entorno familiar del paciente, entonces queda patente de que de lo que estamos hablando hunde sus raíces en lo que los griegos llamaron pneuma y los romanos spiritus, y que por tanto no es una patología sino un fenómeno. Y, sin duda, aquí radica el verdadero problema que ha viciado el estudio de este tema: la existencia o no del espíritu. Si existe el espíritu, la posesión es un fenómeno, si no existe es una patología. Si sólo existe la materia, todo lo dicho anteriormente, absolutamente todo, deberá ser explicado por categorías meramente patológicas. Eso lo admite hasta el autor de este trabajo. Pero si uno admite la posibilidad de la existencia del espíritu, desde ese momento está admitiendo la posibilidad de un fenómeno que va más allá de la psiquiatría. Reconozco que en este tema del que hablamos, la admisión o no de un concepto que parece meramente perteneciente a la filosofía, supone una bifurcación que parece irreconciliable. Pero por irreconciliables que sean las opiniones respecto a las causas, en lo que sí que nos podemos de acuerdo es en precisar si existen o no casos que escapan a las categorias hasta ahora existentes.

Es evidente que no enfoca del mismo modo este tema un psiquiatra ateo que un colega que es de misa y comunión diaria. Esta observación está fuera de toda duda. Pero por distintos que sean los enfoques, la descalificación personal del especialista creyente como si éste fuera una especie de fanático o de hombre precientífico está totalmente fuera de lugar. Ese tipo de descalificaciones sólo deshonran al que las hace. Sean cuales sean las conclusiones a las que lleguen los estudiosos de este síndrome en este siglo recién comenzado, tengo la confianza de que al menos las mentes de los especialistas en doble personalidad darán comienzo a la tarea. Tarea que hasta ahora había quedado sin emprender por los lastres ideológicos que arrastraron sus predecesores. Los esquemas reduccionistas (esquemas materialistas procedentes del siglo XVIII) no es que viciaran el modo de enfocar este fenómeno, sino que ni siquiera admitían la posibilidad de estudiar algo que de por sí consideraban imposible. Fuera como fuera el caso que tenían en sus manos, jamás se les pasó por la imaginación otra cosa que disgregar y repartir esos rasgos que veían en el paciente a través de las diferentes categorías de la patogía psiquiátrica. Jamás se les pasó por la mente la posibilidad de que aquello que tenían entre manos fuera una categoría distinta de las conocidas, porque admitir eso ya hubiera sido demasiado. Mis análisis psiquiátricos acerca de esta materia en los últimos años no han tenido demasiado mérito, pues lo único que he hecho es analizar uno de los secretos más clamorosos de la psiquiatría internacional: la existencia de este síndrome y el recurso a sacerdotes de manera extraoficial. Muchos se sorprenden de que esta "patología" la haya tenido que definir un teólogo y no un médico. Pero quizá las cosas debían ser así, puesto que un médico hubiera estado demasiado sujeto a la presión ambiental como para ser objetivo en exceso. Sí, quizá tenía que ser alguien ajeno al sistema, no sujeto a las autorrestricciones que impone la verdad oficial, el que tuviera que descubrir lo que estaba sucediendo en el mundo psiquiátrico. El clamor de lo que estaba sucediendo no radicaba en el número de casos, sino en la verificabilidad de su singularidad y en la objetividad de su curación definitiva por medios tan poco ortodoxos. Acabo reiterando mi confianza en que los próximos años traigan nuevos estudios que ofrezcan más luz sobre lo que aquí he expuesto.

Edad Media: epilepsia y posesión. Puesto que siempre que se habla de posesión, lo primero que viene a la cabeza de todos es que siempre se confundió a lo largo de la historia con la epilepsia, diremos también algo sobre ello. En las convulsiones del gran mal de la epilepsia puede aparecer espuma por la boca, y las pupilas pueden volverse hacia arriba apareciendo los ojos en blanco, sin embargo, es imprescindible insistir en que se pierde la consciencia, y que el único sonido que puede aparecer en esos momentos puede ser tan sólo un ruido efecto del espasmo de la glotis. Este hecho es relevante, porque aunque se da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión, la abundante literatura sobre este síndrome siempre deja constancia de las conversaciones de la segunda personalidad durante las crisis de furia. Este hecho indica que aquellos hombres medievales estaban presenciando este síndrome aquí descrito, y no las otras enfermedades a las que de un modo simplificador suelen referirse los psiquiatras al comentar hechos referidos por cronistas medievales, por otro lado someramente conocidos por los comentadores médicos. El analisis profundo de los cientos de casos de siglos pasados, coincidentes todos ellos en sus rasgos, incluso accidentales, y contrastado con los casos actuales, nos lleva a la conclusión de que esos hombres de épocas pasadas están refiriendo un único tipo de síndrome perfectamente perfilado en sus características. Además, aunque la posesión es un fenómeno que siempre asociamos con la época medieval, los casos registrados por los cronistas no son más numerosos en esa época que en el siglo XVIII o XIX. Los espasmos musculares agudos de la epilepsia nunca llegan a ser tan prolongados como los de la posesión. En la posesión esta fase de agitación puede prolongarse a intervalos durante tres horas o más. Además las crisis de violencia durante los exorcismos no tienen nada que ver con las distintas fases tónicas y clónicas de la epilepsia. En los exorcismos, en el poseso se da una evolución lenta tendente a la contracción de los músculos, pero no como un proceso hacia la pérdida de la consciencia, sino (como ya se ha dicho antes) de un modo que es como si una consciencia diferente fuera emergiendo del poseso. Es cierto que las convulsiones de la posesión tendrían alguna apariencia similar en algún momento con las convulsiones del gran mal de la epilepsia. Sin embargo, en la posesión junto a las convulsiones aparece una nueva identidad. Y eso sí que ya no puede concurrir, la crisis de convulsiones de la epilepsia y al mismo tiempo un desorden de disociación de la identidad. No niego que en algún enfermo puedan coexistir las dos patologías (epilepsia y mero trastorno de la personalidad), pero no es posible que se manifiesten las dos en ese mismo momento. Porque la fase convulsiva de la epilepsia arrebata la consciencia que da capacidad poder mantener esos diálogos. En fin, he querido dejar claro esto porque todo el mundo da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión. Afirmar eso demuestra un perfecto desconocimiento del tema ya que la epilepsia está perfectamente determinada en sus sintomas desde la época Clásica. Y en la Edad Media se siguió distinguiendo perfectamente entre epilepsia y posesión, por las razones antes señaladas.

Nuevas líneas de investigación Acerca de la existencia o no del síndrome demonopático de doble de personalidad podemos estar discutiendo y disertando de modo inacabable, pero existe una línea de investigación que probaría de un modo muy objetivo la razonabilidad de su catalogación como patología merecedora de una catalogación específica. El método consistiría en encontrar un caso que, a juicio de los especialistas eclesiásticos, recibiera claramente la calificación de posesión. Y una vez que esa persona fuera previamente analizada por un equipo de psiquiatras, fuerse enviada a recibir el rito de exorcismo. De esta manera, el caso habría sido analizado antes, durante y después del exorcismo. Pudiendo evaluar con toda claridad la efectividad o no de dicha actuación exorcística. Esto probaría de modo objetivo y cuantificable si el exorcismo hace algo o nada, si produce una mejora transitoria o definitiva. A esto habría que añadir que el caso que se remitiera al equipo eclesiástico debería haber sido tratado largamente en el tiempo por medios exclusivamente psiquiátricos, preferiblemente durante años para observar la evolución de la patología durante un periodo largo antes del exorcismo. Es decir, debería ser un caso en el que se hubiera intentado ya todo tipo de terapias, y además un caso no contaminado por ninguna intrusión extrapsiquiátrica, es decir, un caso que los psiquiatras remitieran al equipo eclesiástico. Un caso así sería un caso adecuado para probar la veracidad o no de las afirmaciones teológicas y psiquiátricas acerca de la singularidad del síndrome antes descrito.

Como es lógico debería ser un caso en el que hubiera acuerdo entre ambas partes. Unas veces, ante ciertos casos son los teólogos los que dicen que no hay posesión, y otras son los psiquiatras los que dicen que no hay patología alguna. El caso a estudiar debería ser un caso en el que ambos equipos estuvieran de acuerdo: unos afirmando que es disociación y los otros (acerca de la misma persona) que es posesión. Los resultados del estudio de un caso así supondrían un paso de gigante hacia la resolución no sólo acerca del tema de su catalogación como patología sui generis, sino también acerca de su etiología, evolución y terapias a seguir en el futuro. Y si un sólo caso ofrecería una luz muy reveladora, este método si se extiende a diez o veinte casos, entonces los resultados ofreceran una luz no ya reveladora, sino incuestionable.

Tengo la esperanza de que la publicación de este trabajo pueda suponer la aparición de casos tratados durante años y que concuerden perfectamente con los criterios diagnósticos dados anteriormente, y cuyos médicos estén dispuestos a iniciar esta nueva línea de investigación. Soy consciente de que muchos equipos psiquiátricos de facultades de medicina serán renuentes a iniciar esta investigación dado que consideran que la posesión no existe de ninguna de las maneras. Pensar así sería un error. Si no existe, probemos de un modo incontestable que no existe. Si la investigación prueba definitivamente la falsedad de los postulados expuestos en este trabajo, la ciencia indudablemente ya habría dado un paso. Descartar también es competencia de la labor científica. Y una investigación en esta línea sería el único modo de probar definitivamente y de un modo inapelable, con todas las garantías de la ciencia psiquiátrica, la falsedad de los postulados que aquí he planteado. En fin, confío que los próximos decenios traigan la luz de la ciencia, que es una luz objetiva y evaluable, en una materia como ésta especialmente compleja.

Historia del exorcismo. Fuente: Enciclopedia católica on line

 Link: Historia del exorcismo



miércoles, 2 de julio de 2025

Padre Amorth: así es un exorcismo real