domingo, 6 de septiembre de 2015

Video-Texto del Ángelus de Papa Francisco - Domingo 6 de Septiembre 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (Mc 7,31-37) relata la curación de un sordomudo por parte de Jesús, un evento prodigioso que muestra cómo Jesús restablece la plena comunicación del hombre con Dios y con los otros hombres. El milagro está ambientado en la zona de la Decápolis, es decir, en pleno territorio pagano; por lo tanto, aquel sordomudo que es llevado a Jesús se transforma en el símbolo del no-creyente que cumple un camino hacia la fe. En efecto, su sordera expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no sólo las palabras de los hombres, sino también la Palabra de Dios. Y San Pablo nos recuerda que “la fe nace de la escucha de la predicación” (Rm. 10,17).
La primera cosa que Jesús hace es llevar a aquel hombre lejos de la muchedumbre: no quiere hacer publicidad al gesto que está por realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por el bullicio de las voces y de las habladurías del ambiente. La Palabra de Dios que Cristo nos transmite tiene necesidad de silencio para ser escuchada como Palabra que sana, que reconcilia y restablece la comunicación.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca las orejas y la lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con aquel hombre “bloqueado” en la comunicación, busca primero restablecer el contacto. Pero el milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por esto, levanta los ojos al cielo y ordena: “¡Ábrete!”  Y las orejas del sordo se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente (cfr. v. 35).
La enseñanza que obtenemos de este episodio es que Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través de la ley y de los profetas, sino que se hace presente en la persona de su Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.
Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a menudo nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos tantas islas inaccesibles e inhospitalarias. Incluso las relaciones humanas más elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada…Y aquello no es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado.
Sin embargo en el origen de nuestra vida cristiana, en el Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús: “¡Effatá!” – “¡Ábrete!”. Y el milagro se cumplió: fuimos curados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del pecado y fuimos inseridos en la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca o a quien la ha olvidado, o sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños del mundo.
Pidamos a la Virgen Santa, mujer de la escucha y del testimonio alegre, que nos sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe y de comunicar las maravillas del Señor a quienes encontramos en nuestro camino.
(RV).- Después del rezo dominical a la Madre de Dios y del responso por los difuntos, el Papa Francisco, ante la tragedia de los prófugos que huyen de la muerte, ha pedido, con un apremiante llamamiento, el testimonio concreto y tenaz del Evangelio de Cristo, en proximidad del Jubileo de la Misericordia.
Cada parroquia, comunidad religiosa, monasterio y santuario de Europa, empezando por la diócesis del Papa y el Vaticano acoja a una familia de prófugos:
«La Misericordia de Dios se reconoce a través de nuestras obras, como nos ha testimoniado la vida de la beata Madre Teresa de Calcuta, cuyo aniversario de muerte recordamos ayer.
Ante la tragedia de decenas de miles de prófugos que huyen de la muerte por la guerra y el hambre y están en camino hacia una esperanza de vida, elEvangelio nos llama a ser ‘prójimos’ de los más pequeños y abandonados. A darles una esperanza concreta. No sólo a decir ‘¡ánimo, paciencia!’… La esperanza es combativa, con la tenacidad de quien va hacia una meta segura.
Por lo tanto, en proximidad del Jubileo de la Misericordia, dirijo un llamamiento a las parroquias, a las comunidades religiosas, a los monasterios y a lossantuarios de toda Europa para que expresen lo concreto del Evangelio y acojan a una familia de prófugos. Un gesto concreto en preparación del Año Santo.
Cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, cada santuario de Europa hospede a una familia, empezando por mi diócesis de Roma.
Me dirijo a mis hermanos Obispos de Europa, verdaderos pastores, para que en sus diócesis sostengan este llamamiento mío, recordando que la Misericordia es el segundo nombre del Amor:  “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25.40)
También las dos parroquias del Vaticano acogerán en estos días a dos familias de prófugos» (CdM – RV)
Texto italiano: "decine di migliaia di profughi che fuggono dalla morte per la guerra e per la fame"
Cari fratelli e sorelle,
la Misericordia di Dio viene riconosciuta attraverso le nostre opere, come ci ha testimoniato la vita della beata Madre Teresa di Calcutta, di cui ieri abbiamo ricordato l’anniversario della morte.
Di fronte alla tragedia di decine di migliaia di profughi che fuggono dalla morte per la guerra e per la fame, e sono in cammino verso una speranza di vita, il Vangelo ci chiama, ci chiede di essere “prossimi”, dei più piccoli e abbandonati. A dare loro una speranza concreta. Non soltanto dire: “Coraggio, pazienza!...”. La speranza cristiana è combattiva, con la tenacia di chi va verso una meta sicura.
Pertanto, in prossimità del Giubileo della Misericordia, rivolgo un appello alle parrocchie, alle comunità religiose, ai monasteri e ai santuari di tutta Europa ad esprimere la concretezza del Vangelo e accogliere una famiglia di profughi. Un gesto concreto in preparazione all’Anno Santo della Misericordia.
Ogni parrocchia, ogni comunità religiosa, ogni monastero, ogni santuario d’Europa ospiti una famiglia, incominciando dalla mia diocesi di Roma.
Mi rivolgo ai miei fratelli Vescovi d’Europa, veri pastori, perché nelle loro diocesi sostengano questo mio appello, ricordando che Misericordia è il secondo nome dell’Amore: «Tutto quello che avete fatto a uno solo di questi miei fratelli più piccoli, l’avete fatto a me» (Mt 25,40).

Anche le due parrocchie del Vaticano accoglieranno in questi giorni due famiglie di profughi.