Al enfrentar, como hijos de Dios, nuestros áridos desiertos,
nuestras colinas y montañas, en el peregrinar de nuestra vida, recordemos que
Dios nos creó para luchar y vencer, no para ser vencidos. Toda adversidad es
una oportunidad para probar nuestra firmeza, nuestra fe y confiar más en Él. No
podemos olvidar jamás la presencia poderosa y constante del Espíritu Santo en
nuestro corazón para fortalecernos, guiarnos y ayudarnos a lograr lo
necesario...lo posible y Dios mediante y la Virgen acompañante...lo imposible.
Amén.