domingo, 2 de febrero de 2014
Hoy Domingo 2 de febrero 2014, celebramos en la Iglesia Católica la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Hoy Domingo 2 de febrero 2014, celebramos en la Iglesia Católica la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año, el lema escogido es “La alegría el Evangelio en la Vida Consagrada”.
Desde el año 1997 venimos celebrando en la Iglesia, cada 2 de febrero, en la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, la Jornada Mundial de la
Vida Consagrada, instaurada por el beato papa Juan Pablo II, que será canonizado junto con el Papa Juan XXIII el domingo 27 de abril de este año.
Esta Jornada tiene como objetivos alabar y dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada a la Iglesia y a la humanidad; promover su conocimiento y estima por parte de todo el Pueblo de Dios; invitar a cuantos han dedicado totalmente su vida a la causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor realiza en sus vidas.
En ese día damos gracias a Dios por las Ordenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación o a las obras de apostolado, por las Sociedades de vida apostólica, por los Institutos seculares, por el Orden de las vírgenes, por las nuevas formas de vida consagrada.
El lema escogido para este año es: La alegría del Evangelio en la vida consagrada. Está en plena sintonía con la primera exhortación apostólica del papa Francisco, Evangelii gaudium : «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús».
Estas son las primeras palabras de la exhortación apostólica del papa Francisco. Entre los que se encuentran con Jesucristo están de modo especial las personas consagradas, cuya vocación (consagración-comunión-misión) se entiende plenamente desde el encuentro personal con Jesucristo, a quien siguen más de cerca y con radicalidad evangélica.
La alegría de los miembros de vida consagrada nace de Dios, que es la fuente de la verdadera alegría.
Las personas consagradas viven la alegría de su vocación, desde la consagración a Dios, la comunión fraterna y la misión evangelizadora (por el apostolado o por la contemplación) en la profunda unión y amistad con Jesucristo en su vida diaria, siendo reflejo del Amor de Dios.
La santísima Virgen María, Mujer consagrada, icono de la vida consagrada, que nos enseña a vivir la alegría verdadera del seguimiento de Jesucristo. María es la Madre que presenta en el templo el Hijo de Dios al Padre, dando continuación al “sí” pronunciado en el momento de la Anunciación. Que Ella sostenga y acompañe a las personas consagradas en su vocación, protegiendo con su maternidad la consagración, comunión y misión de cada uno de nuestros hermanos y hermanas de la vida consagrada.
Continúa
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la Resurrección
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que l legue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia,
de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros. Amén. Aleluya.
(Francisco)