En las Sagradas Escrituras, la vestimenta del hombre y de la mujer es claramente orientada, por el principio de la modestia y la belleza interior, que implican el buen gusto con decoro.
El cristiano debe vestirse con modestia, decencia, buen gusto, evitando la sensualidad provocativa tan común de la moda de hoy que los medios de comunicación imponen de manera contundente y prepotente.
Este principio debe aplicarse no solo a las ropas, sino a todos los asuntos que involucran la apariencia personal y sus adornos.
Nuestra vestimenta debe evidenciar la riqueza del hombre “interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3,4).
San Pablo con mucha claridad nos dice en 1 Corintios 3,16 "¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"
1 Corintios 6,19-20 : ¿O no saben que sus cuerpos son templo del espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.