miércoles, 29 de enero de 2014

Francisco, un Papa fuera de molde. Por Alberto Amato, columnista invitado del diario Clarín de Argentina

El papa Francisco empezó el 2014 como si el mundo no lo hubiera consagrado personaje del año en 2013. Su Santidad no busca la gloria, que ya alcanzó con los buenos oficios del Espíritu Santo que lo hizo vicario de Cristo en la Tierra. Simplemente no tiene paz, aunque la propone y la defiende.
El 1° de enero hizo un llamado no sólo a esa paz, sino a “frenar el camino de la violencia”. La fórmula “Paz en la Tierra” tiene desde entonces dimensiones más humanas: hagamos algo, que con los enunciados no alcanza.
Al día siguiente, a conciencia pura de lo que implicaban sus palabras, ordenó más que aconsejó “no predicar con bastonazos inquisidores”. Y a quien le quepa el sayo, que se lo ponga.
El 3 de enero donó cinco millones de dólares a la Iglesia brasileña, para paliar los gastos de la fiesta de Carnaval que fue su visita cuando la Jornada Mundial de la Juventud. Como se sabe, el Papa quiere una Iglesia pobre y no vacila en recurrir a las arcas vaticanas para sacar de apuro a sus hermanos.
El 6 de enero se dejó fotografiar muy divertido con un corderito al hombro, en la fiesta de la Epifanía.
Y el miércoles 8, en la audiencia pública de la Plaza San Pedro, divisó entre la multitud a un sacerdote porteño, el padre Fabián Báez, hizo frenar al papamóvil, invitó a subir a Báez y compartió su viaje por esa ciudadela de Dios. Después, dijo de Báez: “Es un gran confesor”. Lo que Francisco dijo en realidad, fue que el trono de Pedro está al alcance de todos.
Un Papa fuera de molde.
¿Qué inspira a este hombre que el 19 de diciembre cumplió 77 años, que tiene un título alejado de todo lo celestial como el de técnico químico, que desgrana con paciencia la sabiduría que dan los libros y la calle, la fe y el tablón, que vibra con San Lorenzo de Almagro y bajo la advocación de San Ignacio de Loyola celebra a Dios y a René Pontoni, mientras desata en el Vaticano un revuelo de palomas y campanasque obliga a los sesudos intérpretes de la Fe, a dilucidar si el Papa no estará por abolir el pecado?
Francisco contestó el año pasado con una humorada muy seria: recetó“Misericorditis”. Con lo que, según parece, Francisco está quitando del lomo de la Iglesia el viejo concepto de pecado, enraizado por las teologías conservadoras y los anatemas, para tornar con santa paciencia al concepto del pecado de Jesús, que lo condenaba pero abrazaba y perdonaba a los pecadores.
¿Habrá leído el Papa Las Sandalias del Pescador? El australiano Morris West escribió esa fantástica novela en 1968 y hubo una gran película, protagonizada por Anthony Quinn, que se estrenó en 1969, cuando Jorge Bergoglio fue ordenado sacerdote. Es la historia de Cirilo Lakota, el primer Papa del Este de la historia; un esclavo en los gulags de la entonces Unión Soviética, que llega a la silla de Pedro con el ansia de reformar la Iglesia, de deshacerse de sus incontables riquezas para intentar paliar una epidemia de hambre que se avecina en el mundo y cuando su verdugo en el gulag es el primer ministro de la URSS.
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Como Francisco, también el cardenal Lakota de la ficción quería una Iglesia pobre. Y en el momento de su coronación eligió ser llamado Cirilo, como ningún papa antes, tal como Bergoglio eligió ser el primer Francisco de la historia.
La profecía de Morris West, un conocedor profundo de los recovecos vaticanos, se cumplió con la llegada al papado en 1978 del cardenal polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Pero el espíritu que animaba a Wojtyla no era ni el del Cirilo de la ficción, ni el del Francisco de la realidad.
Tal vez el sacerdote Bergoglio haya leído otra ficción de Morris West:Eminencia. Es la historia de un Papa argentino, el sacerdote Lucas Rossini. West, que murió en 1999 al año de publicar esta novela, amasa, como el experto que era, dictadura militar argentina, cúpula eclesiástica colaboracionista y sacerdotes disconformes que marchan al exilio. En la fantasía de West, el cura Rossini es elegido Papa en medio de las internas feroces de la curia romana. Pero Rossini declina el cargo y cede su sitial al obispo de Milán.
Algo parecido hizo Bergoglio cuando declinó sus votos en favor de Joseph Ratzinger en el cónclave que terminó por elegir a Benedicto XVI, en abril de 2005.
Lo que sí leyó en su juventud el hoy papa Francisco, fue la encíclica “Mater et Magistra” (Madre y Maestra) con la que el entonces papa Juan XXIII enfocó la cuestión social a la luz de la doctrina de la Iglesia. Es un gran documento de la Iglesia que el papa anunció en un discurso dirigido “a todos los trabajadores del mundo” en mayo de 1961, cuando Bergoglio llevaba cuatro años en el seminario de Devoto. La encíclica reafirmaba el carácter de “derecho natural” de la propiedad privada y su efectiva difusión entre todas las clases sociales: “La dignidad de la persona humana exige normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar a todos, en cuanto posible sea, una propiedad privada”.
No es una prédica tan diferente a la que proclamó Francisco en el Angelus del 22 de diciembre pasado: “En estos días de Navidad, invito a todas las personas, entes sociales y autoridades, a hacer todo lo posible para que todas las familias puedan tener una casa”.
Si en aquel lejano 1961 el Papa Juan fue calificado por los cavernarios de turno poco menos que como un papa comunista, Francisco se curó en salud hace poco menos de un mes: “La ideología marxista está equivocada. Pero no me ofendo si me acusan”.
Por último, otra fuente de inspiración para el Papa tiene que ser una extraña obra de ficción del padre Leonardo Castellani, un jesuita como Bergoglio, que en 1964 publicó una novela llamada Juan XXIII (XXIV) Una fantasía, en la que también cifra, como una profecía, a un papa argentino y jesuita.
Castellani, exponente del más crudo nacionalismo católico no peronista, fue el sacerdote que acompañó a Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Horacio Ratti, presidente de la SADE, al controvertido almuerzo con el dictador Jorge Videla, el 19 de mayo de 1976, donde el sacerdote pidió, en vano, por la vida del escritor Haroldo Conti, un ex seminarista. Cuando apareció la novela de Castellani, Bergoglio era profesor de Literatura y Psicología en Colegio del Salvador y estaba a punto de unirse a otros jesuitas para guiar en lo espiritual a un grupo de jóvenes católicos peronistas de la agrupación “Guardia de Hierro”.
Castellani, que murió en 1981, imagina al padre Pío Ducadelia convertido en un inesperado Papa, un audaz reformista que no quiere perder el contacto con la gente e intenta desburocratizar a la Iglesia. Tres características del Papa Francisco. Y en una de sus obras de no ficción, El Evangelio de Jesucristo, Castellani explica que Jesús alude crítico a los pastores que usaban una chaqueta de piel de oveja para hacerse seguir por el olor. El 28 de marzo pasado, quince días después de su elección, el papa Francisco pidió a los sacerdotes: “Sed pastores con olor a oveja”. Pero esta no puede ser sino una mera coincidencia.