(RV).- Una vez concluida la Santa Misa de la Solemnidad de María Madre de Dios, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio frente a la Plaza de San Pedro. El Obispo de Roma dirigió sus más cordiales felicitaciones al inicio del nuevo año, con sus deseos de paz y de todo bien.
Deseo, dijo, que es el de la Iglesia y de todo cristiano, y que no está ligado a ese sentido un poco mágico y fatalista de un nuevo ciclo que comienza, porque sabemos que la historia tiene un centro que es Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado, y tiene un fin, el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor, con la fuerza del Espíritu Santo.
El Santo Padre destacó que desde cada rincón de la tierra, hoy los creyentes elevan su oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. Por esta razón formuló votos para que en este primer día del año, el Señor nos ayude a encaminarnos con más decisión por los caminos de la justicia y de la paz; que el Espíritu Santo obre en los corazones, disuelva las cerrazones y las durezas y nos conceda que nos enternezcamos ante la debilidad del Niño Jesús. Puesto que, como dijo, el Papa “la paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor”. Continúa
Antes de rezar a la Madre de Dios, el Pontífice pidió que pongamos en las manos de María nuestras esperanzas con confianza filial. Y afirmó que a ella, que extiende su maternidad a todos los hombres, le encomendamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y por la violencia, para que el coraje del diálogo y de la reconciliación prevalezca sobre las tentaciones de venganza, prepotencia y corrupción.
“A Ella le pedimos que el Evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, hable a cada conciencia y derrumbe los muros que impiden a los enemigos reconocerse hermanos”, dijo Francisco al concluir.
(María Fernanda Bernasconi – RV)
Texto completo de la alocución del Papa a la hora del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año!
Al inicio del nuevo año dirijo a todos ustedes las felicitaciones de paz y de todo bien. Mi deseo es el de la Iglesia, ¡es el deseo cristiano! No está ligado al sentido un poco mágico y un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado, que está vivo entre nosotros; y tiene un fin: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor; y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin, y la fuerza es el Espíritu Santo.
Todos nosotros tenemos al Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo. Y Él nos impulsa a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es el poder del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los artífices de la paz.
Donde hay un hombre o una mujer constructores de paz allí está precisamente el Espíritu Santo que los ayuda, los impulsa a construir la paz.
Dos caminos que se cruzan hoy, fiesta de María Santísima Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz. Hace ocho días resonó el anuncio angélico: “Gloria a Dios y paz a los hombres”; hoy lo acogemos nuevamente de la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), para hacer de él nuestro empeño en el curso del año que se abre.
El tema de esta Jornada Mundial de la Paz es «Fraternidad, fundamento y camino para la paz». Fraternidad. Siguiendo las huellas de mis Predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y que hoy entrego a todos idealmente. En la base está la convicción de que somos todos hijos del único Padre celestial, formamos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común. De aquí deriva para cada uno la responsabilidad de trabajar a fin de que el mundo se convierta en una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan en su diversidad y se cuidan recíprocamente. También estamos llamados a darnos cuenta de las violencias y de las injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no pueden dejarnos indiferentes e inmóviles: se necesita el empeño de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria.
Ayer recibí una carta de un señor, quizás de uno de ustedes, que contándome una tragedia familiar, sucesivamente listaba tantas tragedias y guerras hoy en el mundo. Y me preguntaba: ¿Qué sucede hoy en el mundo, que está llevando a hacer todo? Y decía, en fin, es hora de detenerse. También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia y buscar la paz.
Hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿Qué sucede en el corazón de los hombres? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es hora detenerse!
Desde cada rincón de la tierra, hoy los creyentes elevan su oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. Que en este primer día del año, el Señor nos ayude a encaminarnos todos con más decisión por los caminos de la justicia y de la paz. Comenzamos en casa ¡eh! Justicia y paz en casa. Entre nosotros ¡eh! Se comienza en casa y después se va adelante, a toda la humanidad, pero debemos comenzar en casa.
Que el Espíritu Santo obre en los corazones, disuelva las cerrazones y las durezas y nos conceda que nos enternezcamos ante la debilidad del Niño Jesús. La paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor.
En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial nuestras esperanzas. A ella, que extiende su maternidad a todos los hombres, encomendamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y por la violencia, para que el coraje del diálogo y de la reconciliación prevalezca sobre las tentaciones de venganza, de prepotencia, de corrupción. A Ella le pedimos que el Evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, hable a cada conciencia y derrumbe los muros que impiden a los enemigos reconocerse hermanos.
Palabras del Papa después del rezo del Ángelus
Después del rezo mariano del Ángelus, el Obispo de Roma agradeció al Presidente de la República Italiana los buenos deseos que le dirigió ayer por la noche, durante su mensaje a la nación. El Papa de corazón, ha invocado la bendición de Dios sobre el pueblo italiano para que, con la contribución responsable y solidaria de todos se pueda mirar al futuro con confianza y esperanza.
Luego, el Papa saludó con gratitud las numerosas iniciativas de oración y de compromiso con la paz que tienen lugar en todas las partes del mundo con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz. Ha recordado, en particular, la Marcha Nacional, que tuvo lugar ayer por la noche en Campobasso, organizado por el CEI , Caritas y Pax Christi.
También saludó a los participantes del evento "Paz en todas las tierras", promovido en Roma y en muchos países por la Comunidad de San Egidio; así como a las familias del Movimiento de Amor de la familia, que han velado esta noche en la plaza de San Pedro.
El Santo Padre dirigió un cordial saludo a todos los peregrinos presentes, a las familias, a los grupos de jóvenes. Un pensamiento especial lo dedicó el Pontífice a los "Cantores de la Estrella": los niños y jóvenes que en Alemania y Austria llevan la bendición de Jesús en los hogares y recoger las ofrendas para los niños que carecen de las necesidades de lo necesario. Gracias por su compromiso!
El Papa deseó a todos un año de paz en la gracia de Dios y con la protección maternal de María.
ER RV