(RV).- (Con audio) En un día gris y lluvioso, el Santo Padre Francisco rezó la oración mariana del Ángelus con los miles de fieles y peregrinos que se habían dado cita en la Plaza de San Pedro en la memoria litúrgica del primer mártir, san Esteban.
El Papa explicó ante todo que la liturgia prolonga la Solemnidad de la Navidad durante ocho días con un tiempo “de alegría para todo el Pueblo de Dios”. Y dijo que en este segundo día de la octava se coloca la fiesta del primer mártir de la Iglesia, a quien el libro de los Hechos de los Apóstoles presenta como a un hombre “lleno de fe y del Espíritu Santo” que había sido elegido, junto a otros seis, para el servicio a las viudas y a los pobres en la primera comunidad de Jerusalén.
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Al recordar su martirio, Francisco afirmó que Esteban murió como Jesús, pidiendo el perdón por sus asesinos. Y añadió que en el clima gozoso de la Navidad, esta conmemoración podría parecer fuera de lugar, puesto que la Navidad es la fiesta de la vida que nos infunde sentimientos de serenidad y de paz.
“¿Por qué turbar entonces este encanto con el recuerdo de una violencia tan atroz?”, se preguntó el Pontífice. En realidad, explicó, desde el punto de vista de la fe, la fiesta de San Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad; porque en el martirio, la violencia es vencida por el amor, la muerte es vencida por la vida.
Tras reafirmar que la Iglesia ve en el sacrificio de los mártires su “nacimiento en el cielo”, el Santo Padre dijo que celebramos entonces la “navidad” de Esteban, que brota profundamente de la Navidad de Cristo. Porque Jesús transforma la muerte de cuantos lo aman “¡en aurora de vida nueva! A la vez que en el martirio de Esteban se reproduce la misma lucha entre el bien y el mal, entre el odio y el perdón, entre la mansedumbre y la violencia, que tuvo su culmen en la Cruz de Cristo. Por esta razón, prosiguió, la memoria del primer mártir “disuelve una falsa imagen de la Navidad: ¡la imagen fantástica y empalagosa, que en el Evangelio no existe”! De ahí que la liturgia nos conduce al sentido auténtico de la Encarnación, relacionando Belén con el Calvario y recordándonos que la salvación divina implica la lucha contra el pecado y pasa a través de la puerta estrecha de la Cruz.
Se trata, insistió el Papa, del camino que Jesús indicó claramente a sus discípulos, puesto que quien persevera hasta el fin, será salvado, como afirma el Evangelio. Por esta razón, rezamos de modo particular por los cristianos que padecen discriminaciones a causa del testimonio hecho a Cristo y al Evangelio. De ahí la invitación de Francisco de estar cercanos a estos hermanos y hermanas nuestros que, como San Esteban, son acusados injustamente y hechos objeto de violencias de todo tipo.
El Papa Francisco también dijo que esto sucede especialmente “donde la libertad religiosa aún no está garantiza o no ha sido plenamente realizada”. Sin embargo, añadió, sucede también en países y ambientes en los que se tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde, de hecho, los creyentes, y, especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones. Lo cual no asombra a los cristianos, porque Jesús lo preanunció como ocasión propicia para dar testimonio. Mientras en el ámbito civil, “la injusticia debe ser denunciada y eliminada”.
El Santo Padre concluyó pidiendo a María, Reina de los Mártires, que nos ayude a vivir la Navidad con ese ardor de fe y de amor que brilla en San Esteban y en todos los mártires de la Iglesia.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la alocución del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Ustedes no tienen miedo de la lluvia eh? ¡Que buenos!
La liturgia extiende la Solemnidad de la Navidad por ocho días: ¡un tiempo de alegría para todo el pueblo de Dios! Y en este segundo día de la octava, en el gozo de la Navidad se introduce la fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos lo presenta como un “hombre lleno de fe y del Espíritu Santo” (6,5), elegido junto a otros seis para el servicio a las viudas y a los pobres en la primera comunidad de Jerusalén. Y nos relata su martirio: cuando, después de un discurso de fuego que suscitó la cólera de los miembros del Sanedrín, fue arrastrado fuera de los muros de la ciudad y lapidado. Esteban murió como Jesús, pidiendo el perdón para sus asesinos. (7,55-60).
En el clima alegre de la Navidad, esta conmemoración podría parecer fuera de lugar. La Navidad en efecto es la fiesta de la vida y nos infunde sentimientos de serenidad y paz; ¿por qué turbar el encanto con el recuerdo de una violencia tan atroz? En realidad, en la óptica de la fe, la fiesta de san Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad. En el martirio, de hecho, la violencia es vencida por el amor, la muerte por la vida. La Iglesia ve en el sacrificio de los mártires su “nacimiento al cielo”. Celebramos hoy, pues, el “nacimiento” de Esteban, que en profundidad brota de la Navidad de Cristo. ¡Jesús transforma la muerte de cuantos lo aman en aurora de vida nueva!
En el martirio de Esteban se reproduce la misma confrontación entre el bien y el mal, entre el odio y el perdón, entre la mansedumbre y la violencia, que tuvo su cumbre en la Cruz de Cristo. La memoria del primer mártir llega así, inmediatamente, a disolver una falsa imagen de la Navidad: ¡la imagen dulce y de fábula, que no existe en el Evangelio! La liturgia nos reconduce al sentido auténtico de la encarnación, uniendo Belén al Calvario y recordándonos que la salvación divina implica la lucha contra el pecado, pasa a través de la puerta estrecha de la Cruz. Éste es el camino que Jesús indicó claramente a sus discípulos, como afirma el Evangelio de hoy: “Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10, 22).
Por ello hoy oramos en modo particular por los cristianos que padecen discriminaciones a causa del testimonio de Cristo y del Evangelio. Estemos cercanos a estos hermanos y hermanas que, como san Esteban, son acusados injustamente y hechos objeto de violencia de diverso tipo. Estoy seguro que, lamentablemente, son más numerosos hoy que en los primeros tiempos de la Iglesia. ¡Son tantos! Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no es todavía garantizada o no es plenamente realizada. Pero también sucede en Países y ambientes en los que sobre los papeles tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde de hecho los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones. Quisiera pedirles, recemos hoy por estos hermanos y hermanas un momento, en silencio, todos.
Los confiamos a la Virgen: Dios te salve María...
Al cristiano esto no lo maravilla, porque Jesús lo preanunció como ocasión propicia para dar testimonio. Sin embargo, en el plano civil, la injusticia debe ser denunciada y eliminada.
María Reina de los Mártires nos ayude a vivir la Navidad con aquel ardor de fe y amor que refulge en san Esteban y en todos los mártires de la Iglesia.
Saludos después del Ángelus
Saludo las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y los particulares fieles procedentes de Roma, de Italia y de cada lugar del mundo. La pausa de estos días ante el pesebre para admirar a María y José junto al Niño, pueda suscitar en todos un generoso empeño de amor recíproco, para que al interno de las familias y de las varias comunidades se viva aquel clima de acuerdo y hermandad que tanto favorece al bien común.
¡Felices fiestas navideñas y buen almuerzo! ¡Hasta pronto!
(Traducción de Griselda Mutual).