domingo, 7 de octubre de 2012
Benedicto XVI en homilía (texto completo) de inicio del Sínodo: "El matrimonio sujeto de la nueva evangelización"
Benedicto XVI reiteró hoy la indisolubilidad del matrimonio, la unión de un hombre y
una mujer, y aseguró que la "profunda crisis" que sufre, sobre todo en los países
occidentales, está relacionada con la crisis de fe en estas regiones de antigua
evangelización. El Pontífice lo ha afirmado ante varias decenas de miles de personas
que han asistido en la plaza de San Pedro del Vaticano a la misa de apertura del
Sínodo de Obispos para la Nueva Evangelización, que se prolongará hasta el 28
de octubre.
Continúa
"La unión del hombre y la mujer, su ser una sola carne en la caridad, en el amor
ecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con una elocuencia
que en nuestros días llega a ser mayor, porque, lamentablemente y por varias causas,
el matrimonio, precisamente en las regiones de antigua evangelización, atraviesa una
profunda crisis", afirmó el papa. El Obispo de Roma agregó que ello "no es casual",
ya que el matrimonio, "como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia
que viene de Dios".
"Hoy podemos percibir toda la verdad de esta afirmación, contrastándola con la
dolorosa realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente terminan mal.
Hay una evidente correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del matrimonio",
ha subrayado. El Papa ha asegurado que el matrimonio está llamado a ser "no sólo
objeto, sino sujeto de la nueva evangelización".
Sobre este Sínodo, al que asisten 262 obispos de todo el mundo, el Papa ha dicho
que la Iglesia existe para evangelizar y que el objetivo de este sínodo está dedicado
a la nueva evangelización de las personas que aún estando bautizadas, se han
alejado de la Iglesia.
Durante la ceremonia, el Papa ha proclamado hoy "Doctores de la Iglesia"
al español Juan de Ávila (1499-1569) y a la alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179),
de los que ha dicho que son dos santos "para admirar", dos figuras "luminosas".
De San Juan de Ávila ha declarado que fue un profundo conocedor de las Sagradas
Escrituras, dotado de un ardiente espíritu misionero. De Santa Hildegarda de Bilden
ha señalado que fue una importante figura femenina del siglo XII que ofreció una
preciosa contribución al crecimiento de la Iglesia de su tiempo, una mujer de viva
inteligencia, profunda sensibilidad y reconocida autoridad espiritual. En el vídeo
se visualiza y escucha la homilía de Benedicto XVI traducida al castellano.
Texto completo de la homilía del Papa
(7 de octubre de 2012)
Venerables hermanos,
queridos hermanos y hermanas
Con esta solemne concelebración inauguramos la XIII
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos,
que tiene como tema: La nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana. Esta temática responde a
una orientación programática para la vida de la Iglesia,
la de todos sus miembros, las familias, las comunidades,
la de sus instituciones. Dicha perspectiva se refuerza por
la coincidencia con el comienzo del Año de la fe, que tendrá
lugar el próximo jueves 11 de octubre, en el 50 aniversario
de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. Doy mi
cordial bienvenida, llena de reconocimiento, a los que habéis
venido a formar parte de esta Asamblea sinodal, en particular
al Secretario general del Sínodo de los Obispos y a sus
colaboradores. Hago extensivo mi saludo a los delegados
fraternos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, y a
todos los presentes, invitándolos a acompañar con la oración
cotidiana los trabajos que desarrollaremos en las próximas
tres semanas.
Las lecturas bíblicas de la Liturgia de la Palabra de este
domingo nos ofrecen dos puntos principales de reflexión:
el primero sobre el matrimonio, que retomaré más
adelante; el segundo sobre Jesucristo, que abordo a
continuación. No tenemos el tiempo para comentar
el pasaje de la carta a los Hebreos, pero debemos, al
comienzo de esta Asamblea sinodal, acoger la invitación
a fijar los ojos en el Señor Jesús, «coronado de gloria
y honor por su pasión y muerte» (Hb 2,9). La Palabra
de Dios nos pone ante el crucificado glorioso, de modo
que toda nuestra vida, y en concreto la tarea de esta
asamblea sinodal, se lleve a cabo en su presencia y a
la luz de su misterio. La evangelización, en todo tiempo
y lugar, tiene siempre como punto central y último a
Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1); y el crucifijo
es por excelencia el signo distintivo de quien anuncia el
Evangelio: signo de amor y de paz, llamada a la conversión
y a la reconciliación. Que nosotros venerados hermanos
seamos los primeros en tener la mirada del corazón
puesta en él, dejándonos purificar por su gracia.
Quisiera ahora reflexionar brevemente sobre la «nueva
evangelización», relacionándola con la evangelización
ordinaria y con la misión ad gentes. La Iglesia existe
para evangelizar. Fieles al mandato del Señor Jesucristo,
sus discípulos fueron por el mundo entero para anunciar
la Buena Noticia, fundando por todas partes las comunidades
cristianas. Con el tiempo, estas han llegado a ser Iglesias
bien organizadas con numerosos fieles. En determinados
periodos históricos, la divina Providencia ha suscitado un
renovado dinamismo de la actividad evangelizadora de la
Iglesia. Basta pensar en la evangelización de los pueblos
anglosajones y eslavos, o en la transmisión del Evangelio
en el continente americano, y más tarde los distintos
periodos misioneros en los pueblos de África, Asía y
Oceanía. Sobre este trasfondo dinámico, me agrada
mirar también a las dos figuras luminosas que acabo
de proclamar Doctores de la Iglesia: san Juan de Ávila
y santa Hildegarda de Bingen. También en nuestro tiempo
el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia un nuevo
impulso para anunciar la Buena Noticia, un dinamismo
espiritual y pastoral que ha encontrado su expresión
más universal y su impulso más autorizado en el Concilio
Ecuménico Vaticano II. Este renovado dinamismo de
evangelización produce un influjo beneficioso sobre las
dos «ramas» especificas que se desarrollan a partir de ella,
es decir, por una parte, la missio ad gentes, esto es el anuncio
del Evangelio a aquellos que aun no conocen a Jesucristo y
su mensaje de salvación; y, por otra parte, la nueva
evangelización, orientada principalmente a las personas
que, aun estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia,
y viven sin tener en cuenta la praxis cristiana. La Asamblea
sinodal que hoy se abre esta dedicada a esta nueva
evangelización, para favorecer en estas personas un nuevo
encuentro con el Señor, el único que llena de significado
profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el
redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae alegría
y esperanza a la vida personal, familiar y social. Obviamente,
esa orientación particular no debe disminuir el impulso
misionero, en sentido propio, ni la actividad ordinaria de
evangelización en nuestras comunidades cristianas.
En efecto, los tres aspectos de la única realidad de
evangelización se completan y fecundan mutuamente.
El tema del matrimonio, que nos propone el Evangelio
y la primera lectura, merece en este sentido una atención
especial. El mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir
en la expresión que se encuentra en el libro del Génesis y
que el mismo Jesús retoma: «Por eso abandonará el varón
a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una
sola carne» (Gn 1,24, Mc 10,7-8). ¿Qué nos dice hoy esta
palabra? Pienso que nos invita a ser más conscientes de
una realidad ya conocida pero tal vez no del todo valorizada:
que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio,
una Buena Noticia para el mundo actual, en particular
para el mundo secularizado. La unión del hombre y la mujer,
su ser «una sola carne» en la caridad, en el amor fecundo e
indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con
una elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor,
porque, lamentablemente y por varias causas, el matrimonio,
precisamente en las regiones de antigua evangelización,
atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio
está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio,
como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia
que viene de Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado
con un amor fiel hasta la cruz. Hoy podemos percibir toda
la verdad de esta afirmación, contrastándola con la dolorosa
realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente
terminan mal. Hay una evidente correspondencia entre
la crisis de la fe y la crisis del matrimonio. Y, como la Iglesia
afirma y testimonia desde hace tiempo, el matrimonio está
llamado a ser no sólo objeto, sino sujeto de la nueva
evangelización. Esto se realiza ya en muchas experiencias,
vinculadas a comunidades y movimientos, pero se está realizando
cada vez más también en el tejido de las diócesis y de las parroquias,
como ha demostrado el reciente Encuentro Mundial de las Familias.
Una de las ideas clave del renovado impulso que el Concilio
Vaticano II ha dado a la evangelización es la de la llamada
universal a la santidad, que como tal concierne a todos los
cristianos (cf. Const. Lumen gentium, 39-42). Los santos
son los verdaderos protagonistas de la evangelización en
todas sus expresiones. Ellos son, también de forma particular,
los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización:
con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la fantasía
del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de
la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso
hostiles, e invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que
con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran
el «gusto» por la Palabra de Dios y los sacramentos, en
particular por el pan de vida, la eucaristía. Santos y santas
florecen entre los generosos misioneros que anuncian la buena
noticia a los no cristianos, tradicionalmente en los países de
misión y actualmente en todos los lugares donde viven personas
no cristianas. La santidad no conoce barreras culturales, sociales,
políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad –
es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y
los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.
A este respecto, nos paramos un momento para admirar a
los dos santos que hoy han sido agregados al grupo escogido
de los doctores de la Iglesia. San Juan de Ávila vivió en el siglo XVI.
Profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado
de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular
profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo
para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante
con la acción apostólica. Se dedicó a la predicación y al
incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando
sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al
sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una
fecunda reforma de la Iglesia.
Santa Hildegarda de Bilden, importante figura femenina
del siglo XII, ofreció una preciosa contribución al
crecimiento de la Iglesia de su tiempo, valorizando
los dones recibidos de Dios y mostrándose una mujer
de viva inteligencia, profunda sensibilidad y reconocida
autoridad espiritual. El Señor la dotó de espíritu profético
y de intensa capacidad para discernir los signos de los tiempos.
Hildegarda alimentaba un gran amor por la creación, cultivó
la medicina, la poesía y la música. Sobre todo conservó siempre
un amor grande y fiel por Cristo y su Iglesia.
La mirada sobre el ideal de la vida cristiana, expresado
en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con
humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aun,
su pecado, personal y comunitario, que representa un gran
obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de
Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana.
Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización
sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar
con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de
la nueva evangelización. Unicamente purificados, los cristianos
podrán encontrar el legítimo orgullo de su dignidad de hijos de
Dios, creados a su imagen y redimidos con la sangre preciosa de
Jesucristo, y experimentar su alegría para compartirla con todos,
con los de cerca y los de lejos.
Queridos hermanos y hermanas, encomendemos a Dios los
trabajos de la Asamblea sinodal con el sentimiento vivo de
la comunión de los santos, invocando la particular intercesión
de los grandes evangelizadores, entre los cuales queremos
contar con gran afecto al beato Papa Juan Pablo II, cuyo
largo pontificado ha sido también ejemplo de nueva
evangelización. Nos ponemos bajo la protección de
la bienaventurada Virgen María, Estrella de la nueva evangelización.
Con ella invocamos una especial efusión del Espíritu Santo,
que ilumine desde lo alto la Asamblea sinodal y la haga
fructífera para el camino de la Iglesia hoy, en nuestro
tiempo. Amen.