jueves, 14 de junio de 2012

Lectio Divina : Sábado 16 de Junio 2012 : Evangelio según San Lucas 2,42-45. : (Sábado de la 10ª Semana del Tiempo Ordinario - Ciclo B -)


Lectio Divina : 
 
Sábado, 2 Julio, 2011
Evangelio según San Lucas 2,42-45. : 
(Sábado de la 10ª Semana del Tiempo Ordinario - Ciclo B -)

Fiesta del Inmaculado Corazón de María
Oración
Oh Dios, que has preparado una digna morada del Espíritu Santo en el corazón de la Bienaventurada Virgen María, concédenos también a nosotros , tus fieles, por su intercesión ser templos vivos de tu gloria. Por nuestro Señor...

Lectura
Del evangelio según San Lucas 2,42-45.
41Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. 42Cuando él tenía doce años, subieron ellos , como de costumbre, a la fiesta. 43Y, mientras volvían, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44Creyendo ellos que iría con la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos. 45Pero , al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. 46Al cabo de tres días le encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándole y haciéndole preguntas. 47Y todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y por sus respuestas. 48Al verlo se quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados te buscábamos».49Y él les respondió: «¿Por qué me buscábais? ¿No sabéis que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?». 50Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
51Bajó con ellos y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón.
Palabra del Señor
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Meditación
“Cada año por la fiesta da Pascua”. Estas palabras nos ayudan a definir mejor el contexto espiritual en el que el texto se desarrolla, y de este modo se convierten , para nosotros, en la puerta de entrada en el misterio, en el encuentro con el Señor y con su obra de gracia y de misericordia sobre nosotros.
Junto a María y José, junto a Jesús, también nosotros podemos vivir el don de una nueva Pascua, de un “paso”, una superación, un movimiento espiritual que nos lleva “a la otra parte”, a más allá de. El paso es claro y fuerte; lo intuímos siguiendo a la Virgen María en esta experiencia suya con el Hijo Jesús. Es el paso de la calle al corazón, de la dispersión a la interioridad, de la angustia a la pacificación.
A nosotros nos queda ponernos en camino, descender también en el camino y unirnos a la caravana, a la comitiva de los peregrinos que están saliendo hacia Jerusalén para la celebración de la fiesta de Pascua.

“Iban”.Este es sólo el primero de una larga serie de verbos de movimiento, que se suceden a lo largo de los versos de este texto. Quizá puede ayudarnos el fijarlos con un poco de atención: “ salieron”; “volvían”; “comitiva” ( del latín cum-ire: “caminar juntos”); “viaje”; “volvieron”; “bajó con ellos”; “vino”.
En paralelo con este gran movimiento físico, hay también un profundo movimiento espiritual, caracterizado por el verbo “buscar”, expresado de modo repetido: “ se pusieron a buscarlo”; “se volvieron en su busca”; “angustiados te buscábamos”; “ ¿por qué me buscábais?”.
Esto nos hace comprender que el viaje, el verdadero recorrido al que esta Palabra del Señor nos invita, no es un viaje físico sino espiritual; es un viaje de búsqueda de Jesús, de su presencia en nuestra vida. Es esta la dirección en la que debemos movernos, junto con María y José.

“Se pusieron a buscarlo”. Una vez que hemos determinado el núcleo central del texto, su mensaje fundamental, es importante que nos abramos a una comprensión más profunda de esta realidad. También porque Lucas usa dos verbos diferentes para expresar la “búsqueda”: el primero – anazitéo- en los vv. 44 y 45, que indica una búsqueda esmerada, repetida, atenta, como de quien pasa revista a algo, de abajo a arriba; y el segundo- zitéo- en los vv. 48 y 49, que indica la búsqueda de algo que se ha perdido y que se quiere encontrar. Jesús es el objeto de todo este movimiento profundo e interior del ser; es el objeto del deseo, del anhelo del corazón...

“angustiados”. Resulta muy hermoso ver cómo María abre su corazón delante de Jesús, contándole todo lo que ha visto, todo lo que ha sentido dentro de sí. Ella no teme desnudarse ante su Hijo, no teme contarle sus sentimientos y la experiencia que le ha marcado en lo profundo. Pero ¿qué es la angustia, este dolor que ha visitado a María y a José en la búsqueda de Jesús, que se había perdido? El término que encontramos viene usado sólo cuatro veces en todo el Nuevo Testamento y siempre por Lucas. Lo encontramos en boca del rico Epulón, que lo repite hablando de sí, ahora en el infierno, lejos de Dios, cuando dice: “Sufro terriblemente” (Lc 16, 24-25). Y después vuelve en los Hechos de los Apóstoles, cuando Lucas narra la partida de Pablo de Éfeso y nos presenta el dolor de aquella separación: “ sabían que no volverían a verlo más” ( Hech 20, 38). Por tanto, la angustia que prueba a María nace precisamente de la separación, de la ausencia, de la lejanía de Jesús. Cuando él no está, desciende la angustia a nuestro corazón. Volverlo a encontrar es el único modo posible de recuperar la alegría de vivir.

“guardaba todas estas cosas en su corazón”. María no comprende la palabra de Jesús, el misterio de su vida y de su misión y por esto calla, acoge, crea espacio, desciende al corazón. Este es el verdadero recorrido de crecimiento en la fe y en la relación con el Señor.
Todavía Lucas nos ofrece un verbo muy hermoso y significativo, un compuesto del verbo “custodiar”-diá-tiréo, que quiere decir literalmente “custodiar a través de”. Es decir, la operación espiritual que María realiza dentro de sí y que nos entrega, como don precioso, como herencia buena para nuestra relación con el Señor, es aquella que nos conduce en un recorrido intenso, profundo, que no se para en la superficie o a la mitad, que no se vuelve hacia atrás sino que va hasta el fondo. María nos toma de la mano y nos guía a través de todo nuestro corazón, todos sus sentimientos, su experiencia. Y ahí, en el secreto de nosotros mismos, en nuestro interior, aprenderemos a encontrar al Señor Jesús, al que quizá habíamos perdido.

Algunas preguntas
* Esta Palabra del Señor, en su simplicidad, es también muy clara ,muy directa. La invitación a salir, a tomar parte en la fiesta de Pascua está dirigida también a mí. ¿Me decido, entonces, a levantarme, a ponerme en movimiento, a afrontar el tramo de camino que el Señor pone delante de mí? Y más: ¿acepto entrar a formar parte de la comitiva de aquellos que han optado en su corazón por el santo viaje?
* ¿Siento como mía la experiencia de la búsqueda del Señor? ¿O bien no me parece importante, no siento la falta, me parece poder hacerlo todo por mí? ¿Me he percatado en mi vida alguna vez de haber perdido al Señor, de haberlo dejado lejos, de haberlo olvidado?
* La angustia, de la que habla María, ¿ha sido alguna vez mi compañera de viaje, presencia triste en mi jornada, o en periodos largos de mi vida? Quizá sí. Descubrir, gracias a esta Palabra, que la angustia viene provocada por la ausencia del Señor, por la pérdida de él, ¿me es de ayuda, me ofrece una luz, una clave de lectura para mi vida?
* ¿La vida del corazón, que María traza con tanta claridad ante mí, hoy, me parece que se puede recorrer?
¿Deseo empeñarme en este desafío, conmigo mismo, con el ambiente que me circunda, quizá con quien vive más cerca de mí? ¿Estoy dispuesto a optar por descender un poco más en profundidad, para aprender a “custodiar a través de”, es decir, hasta el fondo, conmigo mismo totalmente? ¿Para mí el Señor y la relación con él es muy importante, muy involucradora? ¿Es el, sí o no, el Amigo precioso, la Presencia más querida a la que quiero abrir de par en par mi corazón...?

Oración final
Mi corazón exulta en el Señor, mi salvador.

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.


Se  rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria.

(Cántico de Ana, 1 Samuel 2, 1-8)